Rafael Cid

<<Putin invadió Ucrania el 24 de febrero de 2022, el mismo día y mes de 1920 Hitler fundó el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (nazi)>>

Cuando Vladimir Putin agredió militarmente a la que fuera la segunda república de la antigua URSS (la <<pequeña Rusia>>) se justificó diciendo que era para <desmilitarizar y desnazificar>> a Ucrania, especie desde el principio coreada por amplios sectores de la izquierda. Lo chocante es que ese cierre de filas con el trágala del jerarca ruso se complementa ahora con un Donald Trump orgulloso del descarado proselitismo filonazi de sus colaboradores más cercanos. Primero fue su oligarca de cabecera, Elon Musk, y después su antiguo Rasputín, Steve Banon, y empieza a ser frecuente que los trumpistas más contumaces rematen sus mítines con el saludo fascista. ¡Heil Trump! ¡Heil Putin!, tanto monta monta tanto. Una extraña dialéctica compensada por una común estirpe homófoba, xenófoba y teocrática. Como Putin, el presidente norteamericano se cree <<elegido por Dios para hacer otra vez grande>> a su país y acabar con las políticas de género que atentan contra la tradición (<<solo hay dos sexos: hombre y mujer>>).

De algunas de estas cosas hablaba el artículo El Mein Kampf de Putin es una cruzada de género, publicado en este medio el 3 de abril de 2022, que se reproduce en lo sustancial a continuación. Por cierto, aquel texto iba precedido por una cita de George W. Bush sobre Putin que entrañaba toda una visión de futuro: <<Le he mirado a los ojos y he visto el alma de un hombre directo y sincero>>. De aquellos vientos…

[En análisis anteriores sobre la invasión de Ucrania hemos señalado las coincidencias entre la campaña de las tropas alemanas del Tercer Reich y la actual ofensiva bélica desencadenada por el Kremlin. En ese sentido incidimos en la teoría de los <<grandes espacios>> (Lebensraum), propuesta del politólogo nazi Carl Schmitt (hoy puesto en valor por pensadores postcomunistas como Alain Badiou; Slavoj Zizek; Ernesto Laclau o Chantal Mouffe, y postfascistas tipo Alain de Benoist). Fórmula empleada por Hitler para justificar la anexión por las bravas de Los Sudetes y Austria por contener <<comunidades germanoparlantes oprimidas>>, y por Vladimir Putin para recuperar Crimea y fagocitar a Lugans y Donetsk en la región del Donbás.

Pero han tenido que pasar dos semanas desde que se consumara la negada invasión (una << reacción histérica>> de occidente según Moscú y los partidos de izquierda nostálgicos del <<socialismo real>> panóptico, que veían el único riesgo en la agresividad pasiva de la OTAN) para que ese tándem se complete con otro elemento axial. Se trata de un factor que otorga una dimensión inédita al paralelismo antes sugerido, pero que sirve para apreciar en su justa medida la extraña afinidad existente entre extrema derecha y la extrema izquierda respecto a las posiciones de Putin y su embestida balístico-militar. Hablamos de una dimensión <<espiritual>> (trascendente, y por tanto difícilmente sujeta a esquemas de racionalidad lógica) que hace de lo que en un principio era la <<Guerra de Putin>> la <<Cruzada de Putin>>.

Precisamente la fe declarada con que el mandatario ruso aborda esa contienda (que Donald Trump ha considerado <<la fuerza de paz más poderosa que he visto nunca>>), es el líquido amniótico que envuelve y enmaraña a populistas de una y otra heráldica. La Cruzada del Caudillo Franco era para salvar a la católica España de la conjura judeomasónica que atentaba contra las bases de la civilización occidental. La Cruzada del Zar Putin pretende lo mismo, pero al revés: impedir que la ortodoxa Rusia sucumba a manos de la decadente civilización occidental. Estamos ante sendas <<guerras santas>> de la cristiandad por la gracia de Dios.

Esta simbiosis ha suministrado una extraordinaria profundidad de campo a la refundación geoestratégica de la agenda putinista, ungido por cuarta vez como presidente de la Federación Rusa en 2018 con un aplastante 76,67% de los votos y las bendiciones del patriarca de la iglesia ortodoxa rusa KirilI. Como recuerda Carlos Taibo en un libro de obligada consulta, ya <<en marzo de 2004 el patriarca Alexis II pidió el “voto para el candidato más justo”, al tiempo que el metropolita Kirill participaba en la campaña electoral de Putin. Como contrapartida, el presidente –añade- se ha referido a menudo al lugar que la ortodoxia representa en el proceso de construcción nacional: “Sin la fe ortodoxa, sin la cultura en ella fundada, Rusia no podría existir”>>. (Rusia en la era de Putin. Pág.74).

Con esos atributos, mitad monje mitad soldado, parece obvio que <<la operación militar especial>> con que la apisonadora moscovita devasta Ucrania por tierra, mar y aire, también estuvo planificada como una misión evangélica. <<Para liberar a la población del genocidio>>, en la deposición de Putin ante la muchachada que abarrotaba el estadio de Loujniki para conmemorar el 8º aniversario de la incorporación de Crimea a su medallero (corta y pega escatológica compartido por el escritor Juan Manuel de Prada en su columna de ABC el 28 de febrero). Metido en su papel de telepredicador de armas tomar, el mandamás del Kremlin justificó la sarracina en curso echando mano de la Biblia para mayor abundamiento. Encomendándose a las Sagradas Escrituras sostuvo: <<No hay mayor amor que dar el alma por los amigos>>.

La homófoba obsesión de Putin con las <<llamadas libertades de género>>, contra lo que a simple vista pudiera parecer, no es una emulsión del prurito machista a que tan aficionado es mostrando sus habilidades a pecho descubierto en el kárate, la caza mayor, hockey sobre hielo y otros deportes viriles Se trata ni más ni menos que del devocionario de la Gran Rusia que piensa levantar mediante un arsenal basado en los cerrojazos mentales y la diplomacia de los misiles (que pueden lanzarse impunemente desde 3.000 kilómetros). No es un estadista, ni un político, ni siquiera un guerrero; es el enviado teocrático del Altísimo para ejecutar el destino manifiesto de la Rusia eterna, y mostrar a Eurasia una alternativa a la chusma impía y materialista de occidente. Tal como pronosticó el patriarca Kirill el pasado 6 de marzo en la catedral de Cristo Salvador de Moscú. Durante su sermón, el <<pontífice>> ortodoxo justificó la invasión militar respaldando el relato de Putin sobre el rol de su ejército de salvación. <<Desde hace años se ha intentado destruir lo que existe en el Donbás. Y en el Donbás hay un rechazo, un rechazo fundamental a los llamados valores que proponen hoy los que dicen ser líderes mundiales. Hoy, hay una prueba de lealtad a ese poder […] La prueba es muy sencilla y al mismo tiempo aterradora: se trata de un desfile del orgullo gay>>. Ya en su día Eric Voegelin nos previno sobre el enorme potencial oculto de la teología política en momentos de catarsis, y el Mein Kampf del discurso de Putin supone una soflama patriotera y mefistofélica encaminada a “la necesaria y natural autopurificación de la sociedad”.

La <<pandemia>> gay y las <<antinaturales>> políticas de género como nuevo opio del pueblo. Quizás por eso, comunistas postmodernos como la vicepresidenta del Gobierno de PSOE-UP, Yolanda Díaz, y la tropa integrista de Hazte Oír, mutatis mutandis, ven un referente moral en el <<Santo Padre>>, el Papa Francisco, tan radical contra la interrupción del embarazo (<<El aborto es un homicidio y quien lo practica mata>>) y tan diletante frente a la invasión de Putin. Parecida pinza de facto se da en Francia entre Le Pen y Mélenchon. Mientras, a otro nivel, el militarista Estado confesional de Israel se niega a secundar las sanciones al Kremlin por la agresión a Ucrania. La <<operación militar especial>> de Putin contra Ucrania comenzó el 24 de febrero de 2022, el mismo día y mes de 1920 en que se fundó el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (despliegue literal del acrónimo <<nazi>>]. Fin de la cita.

Más allá de estos posicionamientos terraplanistas existe una dimensión política brutal a la que se ha incorporado un nuevo protagonista en Israel. De la misma forma que la <<solución final>> planteada a Ucrania no fue posible hasta la vuelta de Trump al poder, la política de exterminio contra Gaza ejecutada impunemente por Netanyahu tampoco existiría sin la neutralidad cómplice de Moscú, hasta hace poco militante a favor de la causa palestina. Por su parte, Tel Aviv nunca ha secundado las sanciones occidentales contra Rusia ni facilitado ningún tipo de armamento a Kiev. Además, Netanyahu y Putin están en el radar del Tribunal Penal Internacional (TPI) por crímenes de guerra.

Aunque conflictos distintos en el espacio y en tiempo, hoy Gaza y Ucrania son vasos comunicantes de un mismo reparto geoestratégico a tres bandas. Putin se queda con los territorios ocupados en Ucrania y Trump con sus tierras raras, mientras Netanyahu arrasa Gaza para que Trump proyecte su Riviera de Oriente Medio sobre un inmenso osario. Por eso el distinto y vergonzoso rasero con que nuestra izquierda practica la solidaridad con gazatíes y ucranianos, víctimas de una misma opresión criminal y totalitaria, no hace sino dar alas a su múltiple barbarie. Supone poner un semáforo maniqueo al genocidio. Al cumplirse el tercer aniversario del comienzo de la invasión rusa de Ucrania la Asamblea General de la ONU aprobaba una resolución exigiendo que Moscú retire «de inmediato, por completo y sin condiciones todas sus fuerzas militares» con el voto en contra de Putin y Trump. El trumputinismo es la nueva especie invasora que amenaza a la humanidad.

 

 


Fuente: Rafael Cid