En su abanico de personajes más o menos relevantes, la historia nos ha proporcionado infinidad de personalidades con disparidad de comportamientos. Pero, en lo que a mi respecta, hay una conducta dentro de esa diversidad de caracteres que siempre me ha llamado la atención, y no por la virtud o notoriedad satisfactoria de sus decisiones, sino por la perpetuidad política que han obtenido mediante la habilidad y la agilidad que han desplegado, con independencia del sistema que se tratase.

Indiscutiblemente, cada sociedad dispone de sus nombres propios, más
o menos atrayentes, más o menos significativos según la importancia
y el contexto histórico desde donde estos actores han desarrollado
sus maniobras orquestales. Son los tránsfugas profesionales.

Indiscutiblemente, cada sociedad dispone de sus nombres propios, más
o menos atrayentes, más o menos significativos según la importancia
y el contexto histórico desde donde estos actores han desarrollado
sus maniobras orquestales. Son los tránsfugas profesionales. Entre
sus muchas características descriptivas –son tantas y tan
sabrosas, que han servido y sirven para escribir infinidad de
cuartillas- nos debe llamar la atención la siniestralidad de su
comportamiento completamente ausente de escrúpulos. Estos actores
políticos son los arquetipos de la oscuridad y de la adversidad;
guiados más por intereses particulares que por ideales colectivos,
cuyo caminar vital es furtivo y recóndito. Nunca próximos y siempre
alejados o al revés. En definitiva, son tipos siniestros que
funcionan entre las bambalinas del poder, en cuya lista oficial bien
podemos incluir al recientemente fallecido Manuel Fraga Iribarne.

Como todo actor que sale
al escenario está sometido a la crítica del público, lo mismo
sucede con los comportamientos políticos a lo largo de la historia.
Por eso, me voy a centrar, no en su vida privada –aunque fue pieza
indispensable en el laboratorio ideológico del franquismo, con todo
lo que ello conlleva- , sino en su siniestralidad política. A mitad
de los años sesenta del siglo XX, la capacidad de maniobra del
franquismo para silenciar la represión interior a la que estaba
sometida el país, se estaba agotando, y es aquí, en esa coyuntura,
cuando Fraga, gran conocedor del aparato político del régimen
dictatorial, previó su futuro dando muestras de su habilidad
política y de su interés personal. El fusilamiento de Julián
Grimau, la muerte del estudiante Enrique Ruano, la entrada del
turismo extranjero en el país, el agotamiento del plan autárquico,
las posibilidades del retorno monárquico, el contubernio de Munich
habían traspasado el cordón sanitario que protegía al franquismo
desde sus inicios esbozando los gruesos trazos de su derrota. El
régimen mostraba los estertores de la derrota, proporcionando a
nuestro tránsfuga profesional, ese “animal político”, el
escenario perfecto donde ejercer las muestras de su capacidad. Una
mirada entre los bastidores le basta para descubrir la fatalidad de
los hechos mencionados, donde él fue protagonista destacado de los
más sangrientos. Necesitaba un giro de ciento ochenta grados que le
permitiese enderezar su nave en ese mar de aguas turbulentas. Por lo
tanto, despreciando, a su vez, todas las valoraciones moralistas del
ser humano, ahuyentando cualquier atisbo de escrúpulo, decide
caminar hacia la democracia, dejando de lado todas las contriciones
de la historia oficial que se va precipitando a medida que se
precipitan los acontecimientos.

Se aferró al discurso
incipiente del neoliberalismo británico durante los años que
ejerció como embajador en Londres, desde donde retorna a la muerte
de Franco con una idea clara: la presidencia del gobierno. Su apuesta
parece coger forma, cuando en 1975 Carlos Arias Navarro le nombra
vicepresidente y ministro de la Gobernación –actualmente
equiparable a ministro de Interior- en el primer gobierno del rey
heredero del dictador. Pero el franquismo no silenciaba sus
intenciones, todavía mantenía la robustez de su fuerza fielmente
representada en los aparatos policiales y el ejército. Durante su
mandato, las decisiones de Fraga desembocaron en la muerte de cinco
obreros en Vitoria, además de más de cien heridos, debidas a la
actuación de la Policía Armada –los grises- y, por si esto fuese
poco, a estos trágicos acontecimientos hay que sumarle la muerte de
dos personas en los “Sucesos de Montejurra” -donde colaboró la
extrema derecha internacional-. Hechos luctuosos, que debilitaron su
imagen reformista y que seguramente dificultaron su llegada a la
presidencia del país. Buscó el protagonismo pero, por esos
imprevistos de la historia, nunca pasó se ser un personaje de
segundo término. Cuando miró cara a cara al poder mostrando su
juego, siempre salió derrotado. Por eso, siempre retorna a las
maniobras oscuras, como si una sed de venganza contra la humanidad le
aupara a mantenerse junto al poder.

Cuando la partida
democrática reparte las cartas y descubre que no es el que mejor
juego lleva, vuelve a demostrar su inspiración instantánea
sumergiéndose en el mecanismo de los acontecimientos, construyendo
partidos de permanencia política intentando aglutinar en sus filas a
los partidarios del régimen franquista –Blas Piñar, no llegó
nunca a conectar con la democracia-. Junto con los nuevos resortes
financieros y apoyado por la monarquía y por la iglesia, capitaliza
toda la oposición en contra de la social-democracia en plena
efervescencia. Sorprende que un defensor del franquismo más puro sea
padre de la constitución. Sorprende que quién dijo que la calle es
mía, luego se convierta en ferviente defensor de la democracia.
Observar sus transformaciones nos revela la carencia de miramientos
de este tipo siniestro y maquiavélico, capaz de ejercer la
diplomacia en el exterior e incapaz de asumir ninguna crítica en el
interior. Pero sorprende más, que, a día de hoy, se juzgue a quién
ha pretendido sentar en el banquillo a los nombres del movimiento
–siempre hay un inicio, aunque no sea el mejor- y que este tipo
siniestro haya regateado con la habilidad de un “animal político”
cualquier atisbo de responsabilidad de su pasado franquista y
democrático. El mismo lo dijo: “Spain is different”

Una sociedad únicamente
será auténticamente democrática en la medida que todos sus
miembros puedan acceder al conocimiento de todo lo que sucede en ella
o haya sucedido. Fraga creía en la democracia, bueno mejor dicho, en
“su democracia”, puesto que solo fue fiel a si mismo. Tan pronto
como un régimen se desvanece, el recuerdo de sus imperfecciones se
disipa, igual que ocurre con los individuos, perdurando tan sólo la
memoria de sus virtudes. Y esta es la cortesía que le ha dispensado
el orden reaccionario a este tránsfuga profesional en Santiago de
Compostela y Perbes. El que murió como demócrata convencido nunca
se distanció de los padrinos que le auparon al poder. Eso sí, con
un discurso lo suficientemente oscuro y adecuado a la siniestralidad
de su carácter, como queda reflejado en una entrevista que concedió
a un periódico gallego, donde se pronunciaba sobre la Memoria
Histórica considerando que la revisión del dictador debería
hacerse pasado el tiempo, “como a Napoleón que al día
siguiente de matarlo era un estropajo, pero cincuenta años después,
lo trajeron a París, es su héroe nacional y preside el Panteón de
los Hombres Ilustres. No digo que con Franco vaya a pasar lo mismo,
sino que las figuras de ese calibre no se pueden juzgar hasta pasado
un tiempo”.

Día tras día vemos de
nuevo que en el juego inseguro y a veces insolente de la política, a
la que cada cuatro años confiamos aún incrédulamente nuestro
porvenir, no vencen los hombres de clarividencia moral, de
convicciones inquebrantables, sino que siempre son derrotados por
esos jugadores profesionales que llamamos políticos, esos artistas
de manos ligeras, de palabras vanas y nervios fríos, en definitiva
de esos tipos siniestros.

Ya lo dijo aquel
acomodador de teatro. “La tramoya del teatro se compone de putas
que hacen de María, de cabrones que hacen de héroes y de maricones
que hacen de castos. Y señores…la vida es puro teatro”.

Julián Zubieta Martínez


Fuente: Julián Zubieta Martínez