Cuando el avión que le transportaba desde Francfort aterrizó en Washington, Fidaa Abed estaba seguro de que por fin iba a poder comenzar su nueva vida en Estados Unidos.
Un par de días antes, el 30 de julio, se había despedido de su familia y amigos en Gaza. Durante los dos próximos años iba a cursar un máster de informática en la Universidad de San Diego, California. Había logrado una de las prestigiosas becas Fulbright que otorga el Departamento de Estado.
Tras abandonar el avión, se dirigió al control de pasaportes. Antes de alcanzarlo, un agente de inmigración se acercó y le pidió que le acompañara. «Me dijo que era la primera vez que veía que cancelaban un visado dos días después de expedirlo», cuenta Abed.
No se podía creer que tuviera que regresar a Gaza. La mismísima Condoleezza Rice, la secretaria de Estado, había intercedido ante las autoridades israelíes para que él y los otros dos estudiantes palestinos con la misma beca pudieran salir de Gaza para estudiar en Estados Unidos.
Sin futuro
«Si no puedes dar a los jóvenes un horizonte completo para sus expectativas y para sus sueños, entonces no creo que haya futuro alguno para Palestina», declaró Rice el 30 de mayo, cuando se enteró que las autoridades israelíes no dejaban salir a los estudiantes palestinos de Gaza.
La intervención de Rice permitió cosas nunca vistas antes. Como Israel no permite a los palestinos de Gaza viajar a Jerusalén para tramitar sus visados para Estados Unidos, un miembro del consulado estadounidense se desplazó hasta Erez, la frontera entre Israel y Gaza, para entrevistarse con los tres jóvenes.
Al aterrizar en EEUU, descubrió que su visado estaba caducado
Les tomó las huellas dactilares y recopiló toda la información necesaria para tramitar los visados. Tres semanas después, el 30 de julio, los visados fueron aprobados.
Pero dos días después el visado de Abed y el de los de los otros becados, Zohair Abu Shaban y Osama Dawoud, habían sido cancelados. Cada uno de ellos recibió la misma carta del consulado estadounidense en Jerusalén.
«Ha aparecido cierta información que le impide ser admitido en Estados Unidos», se puede leer en el segundo párrafo de la misiva oficial. Los estadounidenses admitieron haber recibido información facilitada por las autoridades israelíes sobre los tres estudiantes.
«Estamos convencidos de que se trata de un error, un error político», afirma Abed. Pese a exigir ver las pruebas aportadas por los israelíes nunca obtuvieron respuesta.
Ahora temen haber sido incluidos en un registro que les impida volver a solicitar el visado de entrada en Estados Unidos en al menos diez años. «Tengo un hermano estudiando en Canadá desde 2003. Por lo visto él no era tan peligroso», ironiza Abed.
Los tres jóvenes becados con la Fulbright deberían estar ahora matriculados en los cursos previos de adaptación a sus estudios de posgrado en sus respectivas universidades en Estados Unidos.
Pese a la imposibilidad que tienen los palestinos de Gaza para tramitar sus visados en el consulado estadounidense de Jerusalén, la carta recibida les pide un último esfuerzo burocrático : que envíen sus pasaportes al consulado para cancelar físicamente el sello del visado.
«Nunca hemos tenido problemas con los israelíes ni con nadie»»Lo único que hemos hecho en nuestra vida es estudiar. Si los israelíes tuvieran algo contra nosotros no nos hubieran dado el permiso inicialmente», afirma Abushaban, de 24 años, sentado junto a los otros dos estudiantes en una terraza frente a la playa de Gaza.
Al obtener la Fulbright, rechazaron otras becas concedidas y varias ofertas de trabajo que ahora no pueden recuperar.
«Necesitamos tiempo para recuperarnos. Han destruido nuestros futuros. Queríamos completar nuestros estudios en el extranjero, cosa que aquí no podemos, para regresar y ayudar a nuestra gente. Eso era lo que nos impulsó a pedir las becas», dice Abushaban, que iba a completar su formación en ingeniería eléctrica en la Universidad de Connecticut.
Economía destruida
«La economía en Gaza está destruida y las familias no se pueden permitir mandar a sus hijos a estudiar estudios de posgrado al extranjero. La única manera es a través de las becas», se lamenta Dawoud, de 25 años. Los tres se quedarán en Gaza. El lugar que para un millón y medio de palestinos se ha convertido en la prisión más grande del mundo.
Los colonos y los soldados israelíes abandonaron la franja en el verano de 2005. Desde entonces, todas las fronteras de Gaza permanecen bajo estricto control militar israelí.
El paso de Rafah, que permite el movimiento de personas entre Gaza y Egipto y que tendría que ser supervisado por observadores de la Unión Europea, permanece casi todo el año cerrado por imposición israelí.
Tras la victoria electoral de Hamás y la posterior toma de control de Gaza por parte de los islamistas en junio de 2007, Israel ha endurecido el bloqueo. Los israelíes declararon al territorio «entidad hostil» y fueron respondiendo con castigos colectivos, además de las habituales operaciones militares, al lanzamiento de cohetes palestinos contra las poblaciones cercanas, en especial Sderot.
Al igual que en las cárceles, los habitantes de Gaza dependen de sus contactos para logar los productos que necesitan.
Sin ningún tipo de importación de materias primas y sin posibilidad de exportación, el 95% de las empresas ha cerrado. Mientras en Cisjordania el paro alcanza el 22%, en Gaza la cifra es del 45%.
«No quiero que se abra la frontera con Egipto, quiero que se abra el paso directo con Cisjordania. Mi sobrino se casó el mes pasado en Cisjordania y nadie desde Gaza pudo ir a su boda», dice Ali Abushahla en su oficina de Gaza.
Dos empleados
Este empresario ha pasado de contar con 30 ingenieros a sólo dos. La situación es tan penosa que el único proyecto que desarrolla está en el norte de Afganistán. «Un amigo alemán me ha hecho el favor de encargarme el diseño de una pequeña escuela en Kunduz», se lamenta.
Abushahla, de 62 años, afirma que hay decenas de proyectos aprobados por instituciones y países europeos que no se pueden desarrollar por el bloqueo israelí y la consecuente falta de materiales,sobre todo cemento.
Mientras los pasos siguen cerrados, el contrabando no cesa en la frontera con Egipto. En Gaza se bromea sobre el último ministerio creado por el primer ministro de Hamás, Ismail Haniya : el Ministerio de los Túneles.
Los islamistas cobran 10.000 dólares a los propietarios de las construcciones subterráneas, además de un 30% de impuesto sobre el valor de cada producto introducido en el territorio.
Aunque las autoridades egipcias anunciaron el cierre de los túneles, por los que Israel denuncia la entrada de armas para Hamás, el negocio se mantiene.
Desde julio Israel y Hamás mantienen una frágil tregua. Los islamistas se comprometían a no lanzar cohetes mientras los israelíes aliviarían el bloqueo y permitirían la apertura de los pasos de personas y materiales. Las dos partes se acusan mutuamente de incumplir lo firmado mientras negocian con mediación egipcia el intercambio de centenares de presos palestinos a cambio de Gilad Shalit, el soldado israelí capturado hace más
de dos años.
El hartazgo es máximo entre la población local. «Lo único que ha conseguido Hamás de la tregua es que el Ejército de Israel no les mate. Se han puesto por delante del resto de la población», resume un sexagenario de Gaza.
Fuente: OSCAR ABOU-KASSEM (Público)