Artículo de opinión de Rafael Cid

No es el caso Lysenko, pero se le acerca en la endogamia. Es cierto que nuestra pacata democracia, cada vez más huérfana de sentidos demócratas, nada tiene que ver con aquel socialismo de Estado, científico por supuesto. Ni el compañero Pedro Sánchez, manual de resistencia, con el camarada José Stalin, talón de hierro. Pero atando cabos se llega al parentesco: la ideología manda sobre la realidad y los que intentan sabotearla son reos. Si la ley de la gravedad contraría al Poder, que se joda la ley de la gravedad.

No es el caso Lysenko, pero se le acerca en la endogamia. Es cierto que nuestra pacata democracia, cada vez más huérfana de sentidos demócratas, nada tiene que ver con aquel socialismo de Estado, científico por supuesto. Ni el compañero Pedro Sánchez, manual de resistencia, con el camarada José Stalin, talón de hierro. Pero atando cabos se llega al parentesco: la ideología manda sobre la realidad y los que intentan sabotearla son reos. Si la ley de la gravedad contraría al Poder, que se joda la ley de la gravedad. Por eso, Stalin dispuso que las leyes de Mendel eran falsas, una ponzoña burguesa. El aparato Partido no podía concebir que muchos caracteres biológicos estuvieran predeterminados por la herencia, iba contra la teodicea de la victoriosa revolución. La única verdad en ese terreno era la pregonada por Trofim Lysenko, el ingeniero agrónomo que sabía interpretar la voluntad del Kremlin sin pedir audiencia. El medio, y no la genética, lo eran todo en la metamorfosis de la vida, sin patologías previas.

Algo similar pasa con la gestión de la pandemia por el actual Gobierno <<rotundamente progresista>>. Quienes critican a las autoridades o muestran recelos con la tesis oficial, son obtusos antipatriotas, vendidos a la ultraderecha. Porque nuestros representantes siempre han hecho lo que han aconsejado los expertos, con el fiel Fernando Simón, coordinador de Emergencias Sanitarias, a la cabeza del elenco. Ese nuevo Lysenko del coronavirus, que al conocerse los primeros casos de contagios detectados en La Gomera, importados por un grupo de turistas alemanes, pronosticó por encima de sus capacidades: «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». Prueba y error.

Provoca sonrojo comprobar hasta qué punto de desfachatez ha llegado el Ejecutivo con su política de mentiras, medias verdades, supercherías y flagrantes ocultamiento en todo lo referente a la propagación comunitaria Covid-19. Y otro tanto, si no más, ver el grado de idiotez y servidumbre con que amplios sectores de la población han comulgado con el sainete escenificado día tras día, semana tras semana, por los portavoces de Sanidad y el propio presidente Sánchez en sus públicas homilías. Haber figurado durante varios meses como el país del mundo con mayor número de muertos por millón de habitantes y seguir siendo líder en registro de infectados entre el personal sanitario, es mercadeado impunemente como el colmo de la excelencia en la lucha contra el maldito virus. Un relato que el coro de ranas de los medios afines a Moncloa no se cansa de proclamar edición tras edición con idéntica desvergüenza. En realidad, una especie de corta y pega de la conspiración judeo-masónica-comunista jaleada por el franquismo como escudo político-social, su peculiar <<no pasarán>>.

Daba igual que los acontecimientos mostraran lo contrario, la consigna prevalecía ante el sentido común, haciendo buena la fórmula goebbeliana miente que algo queda. Impenitentemente, el argumentario basculaba desde el <<nadie lo vio venir>> para diluir las cargas en el mal de muchos (tampoco el PSOE vio venir la crisis del 2008), al más atrabiliario de focalizar toda la culpa en los bárbaros recortes de la sanidad pública. Lo primero es una falacia. Cuando se declaró el Estado de Alarma, el 14 de marzo, muchos ciudadanos estábamos espantados al ver en las televisiones las escenas de lo que estaba ocurriendo en China y en Italia. Lo segundo supone un agravante pero nunca la causa primordial del aquelarre nacional. Un país como Grecia, tres veces rescatado por la criminal Troika, y con unos recursos sanitarios infinitamente peores que los de España, a día de hoy no llega a 200 muertos. Razón, el gobierno heleno, conservador por más señas, supo escarmentar en cabeza ajena y actuó ante los primeros indicios de contagio. Cosa que no hizo el español, gauchista de pro por partida doble, hasta que el alud se nos vino encima. Ahora Pedro Sánchez afirma que con el confinamiento se salvaron más de 400.000 vidas, aunque al hacerlo en comparecencias sin el contraste de los medios, nadie puede preguntarle cuántas personas más se hubieran protegido de adelantarse una semana la alerta sanitaria (en una investigación estratégica del think tank Fedea se ha situado la diferencia en un 60% menos de afectados).

Dicen que se puede mentir a mucha gente durante algún tiempo o a poca gente durante mucho tiempo, pero no las dos cosas a la vez. No es cierto, como suele ocurrir con las frases huecas de experiencia. El gobierno PSOE-UP ha logrado la cuadratura del círculo. Mentir urbi et orbi a reloj parado. Al menos hasta el pasado 19 de junio en que el diario El País, una vez cerrada la etapa dirigida por Soledad Gallego Díaz a mayor gloria del tándem Sánchez-Iglesias, empezó a enseñar las cartas ocultas de la baraja. Y lo hacía con una revelación aparecida ese viernes en portada con el siguiente escandaloso titular: <<El Consejo de Seguridad Nacional infravaloró el riesgo de pandemia>>. En páginas interiores se concretaba con mayor rigor <<ignoró>> en lugar de <<infravaloro>>. Algo que tumbaba de un plumazo todas las excusas y tergiversaciones utilizadas desde el Gobierno para escapar de sus responsabilidades ante la mayor tragedia civil ocurrida en España desde la guerra. Incluidas las urdidas por el buque insignia de Prisa y la asociada cadena SER hasta la víspera.

Según esa información la plana mayor del Estado en comandita (Rey, gobierno en pleno, jefes de los Ejércitos, mandos de los Servicios de Inteligencia, y otros dispositivos de la gobernanza), reunidos en sesión solemne el 4 de marzo para evaluar los riesgos-país, descartaron la posibilidad de una crisis sanitaria que ya estaba entre nosotros. Como sostiene la primera página de El País, a la sazón el vocero del régimen, con no 1 sino 4 alertas seguidas sobre la gravedad de la epidemia. El titular principal a 3 columnas (<<Valencia registra la primera muerte en España con coronavirus>>, y otros 3 notas destacadas (<<Sanidad pide que se disputen a puerta cerrada partidos de equipos que vienen de zonas de riesgo>>; <<Casi 200 sanitarios en cuarentena en el País, Vasco, Madrid y Andalucía>> y <<El número de infectados en España asciende ya a más de 160>>). ¡En qué planeta viven los padres de la patria! ¡Nuestra Nomenklatura!

Por si fuera poco, el subtítulo que completaba al primer enunciado no deja lugar a dudas sobre la incompetencia supina que, con inmunidad de origen o fuero de ejercicio, adorna a la casta institucional. En este añadido podía leerse para mayor abundancia: <<Un paciente murió el 13 de febrero de una neumonía. La necropsia confirma ahora que tenía el virus>>. ¡El 13-F, justo cuando las grandes tecnológicas decidieron no asistir al MOBILE de Barcelona para no exponer a su personal al virus! Circunstancia esta que mereció todo tipo de reproches de nuestras autoridades. Baste recordar las sandeces dichas al respecto por la Vicepresidenta Carmen Calvo, el ministro de Consumo Alberto Garzón y la alcaldesa anfitriona Ada Colau, entre otros insignes. ¡Vaya tropa! Lo nunca visto: las mayores corporaciones capitalistas del globo tenían más conocimiento del coronavirus que el Consejo de Seguridad Nacional de la cuarta potencia económica de la Unión Europea (UE). Seguramente para compensar semejante disparate, luego se ahondó en la herida convirtiendo las audiciones del mando único e integral del Estado de Alarma en un desfile militar. La Operación Balmis fue el sucedáneo de ultratumba que tomó aquí la cruzada contra la pandemia. Solo faltó el Nuncio con su hisopo.

Lógicamente y con esos atributos, la gestión de la crisis sanitaria discurrió según el prontuario que rige en todas las contiendas bélicas. Como primera providencia, la víctima preferente es la verdad que hay que sacrificar por el bien de la causa. Y en segunda lugar, la necesidad de disfrazar la bajas propias bajas para no desmoralizar a los combatientes (¡todos somos soldados!). Por eso, quizá hasta ese crucial 19 de junio nuestro Lysenko casero no empezó a actualizar la cifra de fallecidos, elevando de golpe en 1.179 los muertos por Covid-10 sobre los 27.136 admitidos oficialmente. En discreta escalada hacia las más de 40.000 víctimas que las validaciones más fiables echan en falta (desde los 43.262 del Sistema MoMo del Instituto Carlos III a los 43.945 del Instituto Nacional de Estadística y las 43.985 de las Funerarias). Como no dejó de reconocer Fernando Simón con su habitual agudeza: <<Nos quedan 13.000 fallecidos por ahí, pero no podemos ubicarlos ahora>>. Por cierto, psicofonías aparte, esta vez desairando la recomendación hecha el 16 de abril por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que, junto a los casos confirmados con test, se contabilicen también las <<muertes producidas por causas y síntomas compatibles por Covid-19>>.

Afortunadamente hoy no cabe, como ocurrió con los científicos disidentes del caso Lysenko, que quienes osen discrepar de la teoría oficial acerca de la gestión de la pandemia acaben en un psiquiátrico. Basta con tildarlos de vendepatrias y, si se tercia, abochornarlos como despreciables antifeministas.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid