Han tenido que pasar muchos años para que Fernando Arrabal (1932) viera estrenadas sus obras en España, tras un largo exilio en Francia durante el régimen franquista y la estigmatización incluso en los primeros años de democracia.
A sus 76 años, el escritor, dramaturgo y cineasta presentó ayer en Madrid su filmografía completa en DVD, publicada por Cameo, de Wanda Films, siete títulos editados ya en muchos otros países, pero inéditos en ese formato hasta el momento en España, un país donde «todavía hay algo pendiente», afirmó visiblemente emocionado. «España tendrá un día que ocuparse de mi caso, aunque para ello quizá tenga que esperar mi muerte».
Compañero creativo de Alejandro Jodorowsky en el recordado Grupo Pánico, suerte de experimento teatral formado en París en 1962, las obras de Arrabal no vieron la luz hasta entrados los años 80. Los militares entraron en cólera con Viva la muerte (1971), su ópera prima incluida en el DVD, que contiene también Iré como un caballo loco (1973), El árbol de Guernica (1975), El emperador de Perú (1972), El cementerio de automóviles (1983), Adiós Babilonia (1992) y Jorge Luis Borges (Una vida de poesía) (1998), esta última un «testamento de Borges», de sus últimas palabras, «las que van a definirle» según el propio Arrabal.
España no ha terminado de repararle el daño hecho, pero su historia le proporcionó una serie de circunstancias que lo han convertido -«inmerecidamente», afirma -en lo que es, un artista polifacético y genial, y un testigo único de la evolución artística del siglo XX que se ha codeado con los grandes de las vanguardias.
«Ningún cineasta español tuvo un padre condenado a muerte» por rechazar unirse desde Melilla a la sublevación militar de los nacionales que desató la Guerra Civil, se vio obligado a optar por el exilio durante la dictadura de Franco «y al llegar la democracia fue incluido en la lista de cinco personas peligrosas a las que se prohibió volver» al país.
Junto a Arrabal, en la lista estaban el secretario general del proscrito Partido Comunista Santiago Carrillo, y la histórica dirigente del mismo partido Dolores Ibárruri, «La Pasionaria», además de los activistas Enrique Líster y Valentín González, «El Campesino». «De ellos cuatro se puede comprender, pero ¿de mí ?», se sorprende Arrabal.
Fue esa circunstancia la que marcó su obra, para convertirse, en sus propias palabras, «en un chivo expiatorio, en algo insólito» con una obra «ejemplar y simbólica», pero por pura casualidad, pues es algo que el propio artista no eligió y de lo que no se siente en absoluto responsable.
«Era muy sencillo hacer cine que reflejara mi circunstancia», que el artista resume en la pertenencia «a Destierrolandia», como bautizó a su particular patria. «Yo no soy francés y tampoco ya español».
Afirma que lleva toda su vida luchando contra el estigma de ser un provocador, una idea autodestructiva. «Ninguna de las personas que he venerado era un provocador», dijo nombrando al escritor checo Milan Kundera, el dramaturgo irlandés Samuel Beckett o el artista André Breton. «Nunca he deseado escandalizar, yo sólo hago un libro, un dibujo o cine y no sé lo que va a pasar con la obra, por eso me sorprende cuando se habla de provocación».
Arrabal huye del encasillamiento más mínimo y afirma que ni siquiera puede llamársele cineasta o dramaturgo y que es un anarquista de su propia identidad. «No sé lo que voy a hacer mañana, todo lo que puedo decir es que lo que hago se asimila a la poesía, que soy un poeta, un hacedor y un creador (…) No pertenezco a nadie».
También se le ha intentado encasillar en distintos movimientos como el surrealismo o la Patafísica, pero él afirma que aunque le gustaban, ya no podía pertenecer a ellos. «Yo ya estaba en mi mundo y no podía cambiar».
Arrabal hace arte para sí mismo y se muestra indiferente a la aceptación de su obra. Desde que saliera a la venta su recopilación cinematográfica se ha vendido a un ritmo de uno por día, algo de lo que afirma sentirse «muy satisfecho».
Y sobre el cine de otros creadores, afirma no ver nada apenas. «Si voy a ver una obra es porque se me ha dicho que hay una cucaracha», afirma el peculiar artista, vestido para la ocasión con su característica casaca de terciopelo negro y su pequeña corbata roja.
Aunque matiza que no es su intención sonar presuntuoso, lo cierto es que afirma que no ve otras obras porque la suya le basta. «Me conformo con lo mío y no soy conocedor del cine, teatro o la novela nacional, sólo soy un especialista del cine y la novela de Destierrolandia».
Fuente: por DPA | la tercera