Dice Carmen Martínez Bordiu, a la sazón nietísima del generalísimo, que ella se siente más que orgullosa de su árbol genealógico. Y lo asevera ante el aluvión de críticas recibidas por fotografiarse en el Valle de los Caídos, un hecho justificado, según la insigne descendiente del dictador, porque su abuelo le contó que había mandado erigir tal monumento «para acoger a todos los muertos de una guerra horrible». Hombre, a todos, a todos no. Podría haber realizado la sesión fotográfica en muchas cunetas de viejas carreteras o en determinados parajes, repartidos por toda nuestra geografía, en los que se sospecha o se sabe a ciencia cierta que existen fosas comunes en las que yacen personas, muchas de ellas civiles, ejecutadas por el bando de su ilustre abuelo.
Sí tiene razón en aquello de que fue una «guerra horrible», pero hasta en eso le traicionan los genes, ya que se le olvida que ese en efecto horroroso enfrentamiento fratricida es responsabilidad de la intolerancia y el despotismo de su antecesor y de otros como él, digan lo que digan algunos historiadores empecinados en silenciar y manipular ese período de nuestra historia reciente. Desde luego, en unos tiempos en los que por fin se están dedicando esfuerzos para recuperar la memoria histórica y sacar del olvido a los que fueron víctimas del totalitarismo, a los que perdieron la vida por defender un sistema democrático (y a muchos otros que murieron simplemente porque sí, sin más razón que el macabro capricho de sus ejecutores), las declaraciones de esta señora resultan indignantes. Y lo peor es que todo esto acontece en el clima de trivialidad propio de la prensa y los programas del corazón. Pero no deja de ser tremendamente significativo. Igual que no es banal que un príncipe de la corona británica se disfrace de nazi en una fiesta, con esvástica incluida. De la misma manera que no resulta fútil que los herederos de la fascista República de Saló italiana, aquel último refugio habilitado por Hitler para su amigo el Duce , participen en las coaliciones electorales del magnate-presidente Berlusconi. De igual forma que no parece adocenado el hecho de que diversos partidos de marcado corte racista y ultraderechista florezcan en las democracias occidentales : Jean-Marie Le Pen en Francia, Jörg Haider en Austria, el malogrado Pim Fortuyn en Holanda… El tema es lo suficientemente serio como para no bromear.
ANTONIO RUICE , periodista del Diario de Córdoba