Para Maria Ginesta, recuperar los restos de su madre, su hermana y su tía, enterradas en la fosa del hostal de Aidí, en el Pallars Sobirà, es como dar voz a una verdad que ha estado sepultada durante 67 largos años. Sus hijas, Maite y Navi Farreras, afirman que la familia ha decidido luchar para conseguir que se abra la fosa donde yacen sus allegados. Una prueba, opinan, de la represión que las tropas franquistas llevaron a cabo durante la Guerra Civil (1936-1939) es el hostal de Aidí. Para conseguir la exhumación de los cadáveres allí enterrados, cuentan con la ayuda de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en Cataluña.
Familiares de tres de los nueve fusilados que están enterrados en la fosa del hostal de Aidí, en el Pallars, promueven su exhumación
Para Maria Ginesta, recuperar los restos de su madre, su hermana y su tía, enterradas en la fosa del hostal de Aidí, en el Pallars Sobirà, es como dar voz a una verdad que ha estado sepultada durante 67 largos años. Sus hijas, Maite y Navi Farreras, afirman que la familia ha decidido luchar para conseguir que se abra la fosa donde yacen sus allegados. Una prueba, opinan, de la represión que las tropas franquistas llevaron a cabo durante la Guerra Civil (1936-1939) es el hostal de Aidí. Para conseguir la exhumación de los cadáveres allí enterrados, cuentan con la ayuda de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en Cataluña.
El pasado 27 de junio, la Generalitat presentó una normativa para regular la exhumación de restos de fosas comunes de la Guerra Civil y la posguerra. Apel.les Carod, secretario de Coordinación Interdepartamental del Gobierno catalán, afirmó que de las 151 fosas acreditadas en Cataluña, sólo 15 pueden ser abiertas. Según Carod, las seis que aún hay en el Pallars Sobirà (había otras dos ya vaciadas) forman parte de este grupo. Una de ellas es la del hostal de Aidí.
Este decreto que no ha sido recibido con aplausos. «Lo único que ha hecho la Generalitat es burocratizar el proceso, crear un departamento para poner sellos y rellenar papeles», afirmó Manel Perona, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. «Este decreto es un entierro definitivo», afirma Maite Farreras, quien cree que se ponen demasiadas condiciones para las exhumaciones. Su hermana Navi sostiene que la normativa supone un avance, pero critica que el Gobierno catalán no esté obligado a subvencionar las exhumaciones.»Mi madre nunca lo olvidará» afirma Maite Farreras, una de las hijas de Maria Ginesta, quien apenas tenía cinco años cuando su madre, Martina Ribó, y su hermana, Nati Ginesta, fueron ejecutadas y enterradas en una fosa común junto al hostal de Aidí, en Llavorsí (Pallars Sobirà). Otras siete personas, entre ellas Gertrudis Comenge, cuñada de Martina, corrieron la misma suerte. Las víctimas de Aidí procedían de Unarre, Escalarre y València d’Àneu.
En la comarca del Pallars Sobirà, la represión que las tropas franquistas llevaron a cabo en 1938, bajo las órdenes del general Antonio Sagardía Ramos, fue muy dura. Se tiene conocimiento de la muerte sin juicio de 67 personas. Son conocidos como «los santos inocentes del 38». La mayoría de los fusilados no tenían ningún tipo de vinculación política. Entre ellos había mujeres, niños y ancianos.
Nada indicaba que la represión sería tan cruenta. En esta zona, las represalias ejercidas por la izquierda durante el periodo revolucionario (1936-37) fueron prácticamente inexistentes. Además, la 62ª división, comandada por Sagardía, no encontró apenas resistencia en su avance por el Pallars.
Los sublevados iban a buscar casa por casa a los que, según sus vecinos, habían apoyado al Gobierno republicano. En la mayoría de los casos, los denunciados eran padres de familia. Las envidias y los litigios entre los vecinos desempeñaron un papel capital en la «revelación» de los nombres de los supuestos traidores. Se confeccionaron listas de «rojos».
El padre de Maria, Josep Ginesta, huyó atemorizado por los rumores que circulaban sobre la indiscriminada actuación de las tropas franquistas, como muchos otros. No sabían que en su ausencia serían sus esposas, padres o hijos los que pagarían por su supuesto izquierdismo.
El 22 de mayo de 1938, los nacionales entraron en casa de Josep, en Escalarre. Los soldados tomaron a su mujer, Martina Ribó Millán, de 39 años. Su hija, Nati Ginesta Ribó, de 17, decidió acompañarla. Se llevaron con ellas a la pequeña Maria, lo que demuestra que ignorban su destino. Pasaron la noche encerradas en un local del pueblo, junto a otros detenidos, entre los que estaba una cuñada de Martina, Gertrudis Comenge Fortet, cuyo vientre delataba su avanzado estado de gestación.
«Mi madre lloraba y los demás detenidos le decían : ’Vamos, tonta, no llores, ¿no ves que no hemos hecho nada ?, ¿qué nos van a hacer ?», contó Maria en el reportaje Les fosses del silenci, emitido hace un par de años por TV-3. En un momento dado, los soldados la arrancaron de los brazos de su madre y le dijeron a Nati que se marchara. La joven dejó a la niña con una familia de Esterri y regresó. Esa noche, los soldados les raparon la cabeza y las obligaron a beber aceite de ricino.
Por la mañana, un camión y unos cuantos soldados esperaban a los detenidos para trasladarlos a una prisión de Sort. Pero el viaje fue más corto. El camión se averió a la altura del hostal de Aidí, un caserón aislado junto a la carretera comarcal 13. Algunos soldados bajaron del camión y se fueron andando hasta Llavorsí para pedir auxilio por teléfono. «¿Qué hacemos ?», preguntaron. La respuesta fue : «Fusílenlos», recuerdan las hermanas Farreras.
Una mujer que vivía al lado del hostal de Aidí dice haber visto como los soldados violaban a Nati. Nadie sobrevivió a la ejecución. Josep, tras un corto exilio, volvió y fue encarcelado. Después se suicidaría.
Ahora las hermanas Farreras temen que la construcción de un monolito en 2004 en honor de las víctimas de Aidí dificulte desenterrar la memoria de sus familiares.
Par : cecilio gordillo
Fuente: M. ALTIMIRA - Barcelona/EL PAIS