La muerte, esa gran desconocida, se ha llevado a Marc Palmés, un abogado valiente, seriamente comprometido con la causa de las libertades y una excelente persona, y ese es el mejor epitafio que se le puede dedicar. Tres decenios atrás se había establecido en Cataluña una saludable complicidad entre un grupo de abogados y periodistas, una relación abierta y generosa que permitía la mutua comunicación sin consideraciones horarias ni de fines de semana. Eran tiempos extremadamente difíciles, con tribunales especiales como el de Orden Público (TOP), consejos de guerra y con la Brigada Social al acecho, elaborando prolijos informes sobre esta connivencia, muchas veces con pleno desacierto en sus elucubraciones. El periodista Josep M. Huertas fue detenido merced a una declaración a la policía del etarra Pérez Beotegui, alias Wilson, quien lo implicó como cómplice, y pasó un año en la Modelo.

La muerte, esa gran desconocida, se ha llevado a Marc Palmés, un abogado valiente, seriamente comprometido con la causa de las libertades y una excelente persona, y ese es el mejor epitafio que se le puede dedicar. Tres decenios atrás se había establecido en Cataluña una saludable complicidad entre un grupo de abogados y periodistas, una relación abierta y generosa que permitía la mutua comunicación sin consideraciones horarias ni de fines de semana. Eran tiempos extremadamente difíciles, con tribunales especiales como el de Orden Público (TOP), consejos de guerra y con la Brigada Social al acecho, elaborando prolijos informes sobre esta connivencia, muchas veces con pleno desacierto en sus elucubraciones. El periodista Josep M. Huertas fue detenido merced a una declaración a la policía del etarra Pérez Beotegui, alias Wilson, quien lo implicó como cómplice, y pasó un año en la Modelo.

Marc Palmés Giró era una persona atractiva para quien las maneras eran muy importantes. Es de suponer cómo se sentiría en aquella « ilegalidad vigente », como la definía él, cuando acudía a defender a estudiantes y obreros, rodeado de individuos con todos los instrumentos de la ley en torno a la cintura en forma de pistolas, esposas, porras, linternas y balas. « En este lugar, la justicia es igual para todos… los pobres », me comentó a la salida de un juicio.

A Palmés le tocó la defensa en consejo de guerra, junto a la también letrada Magda Oranich, con la que estuvo casado y tiene dos hijos, y el abogado Enric Leira, del anarquista catalán Salvador Puig Antich, a quien el régimen de Franco condenó a muerte y ejecutó por garrote vil el 2 de agosto de 1974.

También con Oranich de compañera, Marc Palmés se encargó 18 meses después de la defensa del etarra Juan Paredes, Txiki, fusilado junto a otro miembro de ETA y tres integrantes del FRAP -los últimos cinco condenados a muerte del franquismo- el 27 de septiembre de 1975.

La atmósfera era tremendamente opresiva y sólo unos pocos informadores tuvimos acceso a la vista aquel 19 de septiembre de 1975. Presidía un coronel de artillería, y el vocal ponente era un comandante apellidado Muro, quien acusó a Txiki de haber dado muerte a un agente de la policía armada durante un atraco a una sucursal bancaria. Los defensores, Marc Palmés y Magda Oranich, mantuvieron que su cliente se encontraba en Perpiñán ese día. Pese a todo, y a las contradictorias descripciones que se hicieron del autor del asalto -Tkiki apenas medía 1,55 metros-, fue condenado a muerte y ejecutado en Cerdanyola. El tribunal se valió del testimonio de dos miembros de la Brigada Social que casualmente se encontraban en un bar próximo al banco cuando se produjo el tiroteo. Palmés acompañó a Tkiki hasta el último momento, un domingo por la mañana, y, todavía conmocionado y la mirada húmeda, comentó : « Hay que evitar que la fuerza de la costumbre nos envilezca en nuestro cometido ».

Marc Palmés no tenía filiación política conocida. Era catalanista y de izquierdas, y desde su despacho del Eixample defendía a todo aquel que lo necesitaba, desde anarquistas, sindicalistas y comunistas a estudiantes detenidos en manifestaciones y obreros en asambleas ilegales. El ultraderechista Alberto Royuela intentó, al frente de un grupo, propinarle una paliza. También fue agredido por miembros de la Brigada Social cuando consiguió llevar a juicio a varios policías acusados de haber torturado a detenidos. La defensa de los derechos humanos y la lucha contra la pena de muerte fueron una constante durante toda su vida.

Nos deja todavía joven y en condiciones de realizar muchas cosas, entre otras la de contribuir a mejorar el « circo judicial » que tan bien conocía. Jamás tuvo ningún conflicto interior entre la lógica de la justicia y la lógica del compromiso. Para él, los sentimientos no se legislan, y era muy capaz de hacer derroche de ellos. Siempre dijo que no había que confundir la amnistía con la amnesia (eran ya tiempos de democracia) y que le gustaría dejar este mundo un poco mejor de cómo lo había encontrado. Ojalá se haya llevado esta sensación a la región de la que no se vuelve.

Marc Palmés Giró, abogado, nació en Barcelona en 1943 y falleció ayer en Girona a los 61 años de edad.

ROGER JIMENEZ | EL MUNDO