Artículo de opinión de Rafael Cid
Visto desde Madrid, más Villa y Corte que nunca, ese parece ser el toque de corneta de rigor. El aullido que Josep Conrad endosaba machaconamente al negrero Kurtz, el jefe de la explotación de marfil congoleña en la ficción de “El corazón de las tinieblas”. Periodistas, juristas y políticos, todólogos todos del pensamiento único, parecen no admitir otra salida al conflicto catalán que desenvainar otra Acorazada Brunete. La pena Capital (con C mayúscula). Y lo malo es que, tan fanático y monolítico es su pronunciamiento, que la parte más devota de la ciudadanía se está tragando la bola.
Visto desde Madrid, más Villa y Corte que nunca, ese parece ser el toque de corneta de rigor. El aullido que Josep Conrad endosaba machaconamente al negrero Kurtz, el jefe de la explotación de marfil congoleña en la ficción de “El corazón de las tinieblas”. Periodistas, juristas y políticos, todólogos todos del pensamiento único, parecen no admitir otra salida al conflicto catalán que desenvainar otra Acorazada Brunete. La pena Capital (con C mayúscula). Y lo malo es que, tan fanático y monolítico es su pronunciamiento, que la parte más devota de la ciudadanía se está tragando la bola. Unos por acción, porque en ello les va la cartera, y otros por omisión, por no significarse, comparten el mismo trágala victimario: ¡hay que parar a esos bárbaros secesionistas! Política de jarabe de palo y si se tercia genocidio cultural, para general escarmiento. De creer su salmodia habría que pensar que los catalanes están abducidos por malvados extraterrestres.
Al menos eso es lo que se desprende de lo escenificado días pasados en el evento del diario ABC por los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar y Felipe González. Los tres tenores, en teórica y mixtificada representación de sus tópicas denominaciones de origen, dejaron claro que el derecho a decidir no es de su mundo. En plana sintonía, aunque cada uno con su exclusivo registro, porfiaron un rotundo “no” al derecho a decidir González enarbolando el artículo 155 de la Constitución como si se tratara de un tóxico espantapájaros. Aznar, inspirador a nivel freático del recurso del Partido Popular (PP) ante el Tribunal Constitucional (TC) que dejó el Estatut en almoneda, con el mismo ardor guerrero que cuando cotizaba en la Banda de las Azores. Y Zapatero en su actual papel de pía ong, olvidando que si no hubiera faltado a su palabra con Maragall y los catalanes, hoy la bronca de la desconexión sería de otro calibre.
Impasible el ademán. Con la eterna canción de que la autodeterminación paso de moda. Cosa de la época colonial. Y lo sostienen unos “estadistas” que durante sus respectivos mandatos negaron la mayor. Ceuta y Melilla, “ciudades autónomas” en el norte de África no parecen contar en sus afanes. Gibraltar mucho menos, porque a veces hay referendos que los carga el diablo. Cuando se preguntó a los llanitos si querían la cosoberanía, la abrumadora respuesta fue “de ese cáliz no beberemos”. Por no hablar de la secesión a la carta dictada contra el pueblo saharaui para entregarlo a su verdugo marroquí. Su patriotismo es de tan ínfima calidad como sus convicciones democráticas. En casa del herrero…
Lo que ocurre es que, como con tantas otras cosas en estos estertores del régimen, los ponentes de postín invitados por el Grupo Vocento andan sobrados. Aunque algunos lo pretendan y ellos mismos se lo crean, el país real está en las antípodas de sus pretensiones. Son halcones de cartón piedra, jarrones chinos adquiridos en chiringuitos de todo a cien. De hecho, ni Pedro Sánchez, por el primer partido de la oposición, ni Mariano Rajoy, por el del gobierno, secundan sus cínicas soflamas. Aunque eso no quiere decir que el tándem de marras tenga una visión del procés más aseada. Es distinta y distante, pero igual de cavernaria y maniquea. Al fin y a la postre ambos siguen encarnando al duopolio dinástico hegemónico, y eso se nota en la cínica pose con que pontifican.
El secretario general del PSOE verbaliza la plurinacionalidad, pero evita pedir que se active a fondo el artículo de la Carta Magna que habilita el referéndum para así obtener una imagen fiel de lo que auténticamente se palpa en Catalunya. Al contrario, Margarita Robles, esa independiente de la que depende el grupo parlamentario socialista, dicta la obediencia debida a la legalidad como supremo argumento. La ley por encima de la democracia, tal corresponde a una magistrada del Tribunal Supremo en comisión de servicio. En eso se parece a Rajoy, otro “jurista en excedencia”, que solo tiene palabras para conminar a la vuelta al redil de la casa-cuartel del Estado. Se nota lo alejado que se siente de aquel decano del colegio de abogados de Santiago, represaliado por el franquismo por haber participado en la redacción del Estatuto Gallego en 1936, su abuelo republicano Enrique Rajoy Leloup.
Y sin embargo, la cebada al rabo. Es precisamente Ferraz, en línea con Ciudadanos, quien curiosamente más está tensando la soga contra el soberanismo catalanista. La gente de Sánchez acusando de indolencia a Rajoy por “pensar que las cosas se solucionan sin hacer nada”, y la tropa de Rivera uniendo sus plegarias a la escudería felipista que exige cortar por lo sano caiga quien caiga. Un belicoso recurso a la responsabilidad colectiva que Hans Kelsen consideraba como “un elemento característico del orden jurídico primitivo” (Teoría Pura del Derecho). Los primeros, porque en este caso la presunta pasividad del presidente del gobierno supone un inintencionado gesto de prudencia y sensatez, frente a tanto hooligan patibulario. Y los últimos, porque activar el artículo 155 de la C.E. (en realidad un decreto de Estado de Excepción de aquella manera) implica penalizar a todos y todas los catalanes y las catalanas, sean o no activistas. Echar gasolina al fuego y dinamitar los puentes.
Algo de lo que nuestro hombre en La Moncloa parece haberse dado cuenta. Como indica el hecho de que se haya optado por el sucedáneo de un arsenal de sanciones que, amén de las consecuencias penales, busca hacer diana sobre el patrimonio como medio de disuasión. Pero es que además, Rajoy nunca ha dejado de “intervenir” en el contencioso. Solo que lo ha hecho clandestinamente, tirando la piedra y escondiendo la mano. A través de esa brigada político-social de los Villarejo boys que desembarcó en tierras catalanas a gastos pagados para poner patas arriba los negocios ocultos del “clan Pujol”. Práctica que, como le ocurrió a González con los Gal, le ha terminado pasando factura al forzar que la antigua CiU tuviera que elegir entre morir y perder la vida. Eliminada Unió, rota Convergencia, el PdeCat residual no es sino el paradójico estribo que servirá para que ERC haga pleno en las elecciones constituyentes en que inevitablemente desembocará el día después del 1-O.
¿Cuarenta años de transición democrática no dan para más que reinventar la Inquisición? ¡Exterminad a todos los herejes!
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid