El Estado debía dejar de ser el eje primordial para intervenir en política (Michel Foucault)

Tras el diluvio universal que se abatió el pasado octubre sobre Valencia, propiciado exponencialmente por una cadena de errores, negligencias e incompetencias cruzados entre el gobierno de la comunidad y el nacional (por orden de desaparición), alguien podría pensar que el cínico Alcibíades tenía razón en el temprano siglo V ates de nuestra era al definir la democracia como <<una insensatez reconocida>>. Pero existe una explicación más cercana y pedestre. Estructuralmente, la causa del trágico desenlace radica en el <<estatismo de amiguetes>>. Esa obediencia debida sistémica que, junto al <<capitalismo de amiguetes>>, permite a las nomenklaturas dirigentes monopolizar las instituciones del Estado al conjuro de <<los de mi secta primero>>. De tal suerte, los presuntos servidores públicos pasan a ser meras correas de transmisión de las cúpulas de los partidos (los <<putos amos>>) a los que deben el cargo, el sueldo y el relumbrón. La adhesión inquebrantable de tiempos del franquismo queda distante pero no resulta muy distinta de estas redes clientelares urdidas para persistir en el poder caiga quien caiga.

Hasta tal grado llega ese oscuro objeto de deseo que donde debería primar el interés común, como en esta catástrofe sin paliativos, lo que se impone es la rebatiña del relato: unos tratando de esquivar su responsabilidad criminal y sus oponentes viendo en ella una oportunidad para noquear al contrincante. Dos formas contradictorias de interpretar la voluntad general bajo el instinto compartido de socializar las pérdidas y privatizar ganancias. Espectro cadavérico que se ha manifestado en las cacofonías con que ambas administraciones, autonómica y central han justificado su respuesta a la crisis. Mazón haciendo uso de un indecente desprecio ante el dolor ajeno razonando su injustificable ausencia del comité de emergencias en una <<comida de trabajo>> mientras la devastación se precipitaba, y en la otra orilla política la portavoz adjunta de Sumar Aina Vidal, argumentando que <<los diputados no estamos para ir a Valencia a achicar agua>>.  Mostrando ambos lo que de verdad motiva su calculada inacción: el control social. El inaplazable almuerzo del presidente valenciano era para fichar a la directora de la televisión de la Generalitat y el desplante de la representante del partido coaligado con el PSOE en el Gobierno para culminar legalmente el rodillo sobre la RTVE forzando su votación el día de autos. Unidad de destino.

En el mundo real, la economía existente está lejos del integrismo desregulador inserto en el cliché laissez faire, laissez passer. Es ordoliberal, ora intervencionista ora desreguladora. De ahí la simbiosis entre <<el capitalismo de amiguetes>> y <<el socialismo de amiguetes>>. Basta ir a la definición que Wikipedia ofrece sobre el primero (crony capitalism) como <<una economía capitalista en la que el éxito en los negocios depende de una estrecha relación entre los empresarios y los funcionarios gubernamentales>> para deducir que estamos ante vasos comunicantes, y como de tráfico de influencias se trata, frente a un cártel. Casi todos los casos de alta corrupción registrados en España desde el caso Filesa a la trama Gürtel se han perpetrado gracias al compadreo delincuencial entre el poder político y el poder económico, por la tolerancia dolosa del primero. Esa ha sido la dinámica que ha impregnado lo ocurrido en el dañino idus valencianos ex antes, ex post y durante, visto en su dimensión política. O sea, en lo referido al proceso de toma de decisiones y a la asignación de recursos para paliar los efectos del temporal. Siempre de arriba-abajo y por orden decreciente en la cadena de mando, aunque se trate de un desastre natural y no de una guerra. Por mucho que a veces lo haya parecido, porque en uno y otro escenario las víctimas caen siempre del mismo lado de la trinchera.

Nos haríamos trampa al solitario y crearíamos una eximente inadmisible si catalogáramos estos hechos en el capítulo personal de tal o cual dirigente. Lo ocurrido ha llegado hasta sus últimas y luctuosas consecuencias porque el sistema no dispone ni de contrapoderes ni de cortafuegos efectivos, solo simulados. Todo se fía a la indiscutible e indiscutida autoridad del que ostenta el mando en la vertical del poder, sin que los que le preceden en el escalafón tengan capacidad de iniciativa. Entre la tropa, por muchos galones que se ostenten, no hay vida inteligente para pulsar el botón del pánico. El fulanismo conspira a favor de la obediencia ciega a sus <<superiores>>. Como los desfiles en el Ejército, las pautas organizativas en la cucaña del poder político están disciplinadas jerárquicamente, no hay canario en la mina que alerte con eficacia de la amenaza inminente. Y ello debido a que en los estratos decisivos del sistema dominante los puestos de responsabilidad son de designación política, a dedo, no por méritos y capacidad. Nadie quiere jugarse el puesto llevando la contraria al jefe y al partido donde se espera hacer carrera. En todo el circuito de la estructura del Estado apenas existen registros que puedan hacer <<saltar los plomos>> para evitar contingencias sobrevenidas, lo contario sería contar con una verdadera demo-cracia. Con un agravante, el espontáneo tropismo de postración al líder extiende su toxicidad más allá del círculo de los conmilitones. Su ejemplo clientelar permea a toda la sociedad por el simple mecanismo darwiniano de la adaptación al medio. La prueba del estropicio que esta alienación autoinfligida provoca es que la opinión que tenemos sobre la responsabilidad de la riada lejos de ser un hecho objetivo e indubitable depende del color ideológico del medio en que nos hayamos informado. Con estos mimbres no hay serendipia virtuosa que valga. Es el <<estatismo de amiguetes>> que coloniza todas las instituciones en nuestro nombre.

Este modelo de estar en política, sin masa crítica, explica en parte el grado de desastre alcanzado por la Dana en Paiporta, Chiva, Torrent, Aldaia, Catarroja y otras localidades de la comarca del Turia. Nadie en los cuadros intermedios fue más allá de sus rutinarias atribuciones por no comprometerse. Un fallo multiorgánico que acabó con la vida de más de doscientas personas y arruinó las economías familiares y empresariales de la zona. Todo porque, por encima de la asistencia humanitaria, se impuso la lógica de no saltarse los procedimientos. Un círculo vicioso que, como ilustró el joven La Boétie en 1576, empieza en la servidumbre voluntaria. Cuando los ciudadanos creen que su participación en la cosa pública consiste en legitimar elecciones fake. Que no otra cosa son esos comicios en que la gente introduce en las urnas unas papeletas con listas cerradas y bloqueadas previamente confeccionadas por las direcciones de los partidos-agencias de colocación. A partir de ese momento, la función crea el órgano, la sociedad deja de comportase como adulta dando paso a un sistema distópico y terraplanista. Un efecto llamada tóxico puesto de manifiesto en los dos acontecimientos que recientemente convulsionaron el panorama político y social. El exógeno de la Dana, activado por un desastre natural, devenido en endógeno incriminatorio por cálculo de la trifulca partidista; y el endógeno delincuencial de la trama Koldo-Ábalos-Aldama, que los presuntos implicados intentan revertir en exógeno exculpatorio. En ambos casos la respuesta común es la misma: balones fuera. La no rendición de cuentas por parte de los representantes a sus representados, seña de identidad inherente al Estado de amiguetes aquí y allá.

Por eso no es extraño que Carlos Mazón, el convidado de piedra, todavía admita la posibilidad de concurrir a las próximas elecciones en esa comunidad autónoma, y que Pedro Sánchez considere que la ministra de Transición Ecológica, la gran muda durante la tragedia, es un dechado de virtudes pregonando: <<El mundo, Europa y España necesitan más Teresas Ribera>>.  En todas las calamidades de los últimos años (Prestige, Pandemia y volcán de La Palma) la sombra del nepotismo ha estado presente. Durante el Covid 19, el siniestro que más víctimas causó entre la población, el responsable de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, dijo que las mascarillas no servían pana nada. Y hoy estamos descubriendo que sirvieron para que algunos políticos lo aprovecharán para amasar fortunas.  Pero con todo y eso, aún no lo habíamos visto todo del autoproclamado <<gobierno más progresista de la historia>>.  Ahora el sanchismo se ha superado al pasar de la alerta antifascista (¡no pasarán!) a bendecir desvergonzadamente las opciones ultras de Meloni y Orbán en el seno UE. Todo para ungir a la impagable Ribera con una vicepresidencia en el gobierno de los veintisiete a costa de hacer del Ejecutivo europeo el más derechizado de su historia. Socializando pérdidas y privatizando ganancias. ¿Les suena?

Rafael Cid

(Este artículo se ha publicado en el número de diciembre de Rojo y Negro)


Fuente: Rafael Cid