Artículo publicado en Rojo y Negro nº 393, octubre 2024

Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.(Woody Allen)

«Esperando a los bárbaros» es un famoso poema de Cavafis que habla de la catarsis que gobiernos sin escrúpulos suelen desatar para asegurarse el control social a modo de doctrina del shock. Aquel imprevisible Godot como amenaza que nunca culmina porque su eficacia reside precisamente en ser una eterna espada de Damocles. Durante la dictadura franquista el tótem era la «conjura judeo-masónica-comunista». Hidra de tres cabezas a la que había que mantener machaconamente a raya por nuestro propio bien. Un «cordón sanitario» que, visto lo sucedido, debió cobrarse su objetivo a carta cabal. El tirano murió en la cama de un hospital. Designó como heredero en la jefatura del Estado a su delfín Juan Carlos de Borbón. Y logró que los infames bárbaros se unieran a los últimos cruzados para repartirse la herencia en almoneda.
Casi cuatro décadas después de la transición democrática así concebida se vuelve a la retórica del botón del pánico. El esperando a los bárbaros de hoy, que se pronuncia «fachosfera», sigue prestando grandes servicios a los amos del sistema. Sin desenlace en ciernes, gastadas las mortificantes alarmas, parece que no tardara en alumbrar un escenario que nos devuelva al bumerán que pronosticaba el escritor de Alejandría: el « ¿Y qué va a ser ahora de nosotros? …», con que iniciaba el último verso al conocer que los bárbaros no existen. Una amenaza con la mecha húmeda se disipa y pasa de ser el problema a reivindicarse como salvación aún den coces en el aguijón. Por mucho empeño que los dignatarios pongan en sacrificar a sus dioses una «víctima propiciatoria» (René Girard, La violencia y lo sagrado).
Esto es lo que reflejan las últimas elecciones regionales en Alemania, donde se ha comprobado que el fascismo sigue teniendo dos caras ideológicas, funge rojipardo. Algo que sabíamos desde los tiempos en que Hitler y Stalin al alimón desencadenaron la Segunda Guerra Mundial y se repartieron media Europa a bombazo limpio, pero que teníamos olvidado absorbidos por el fragor de la gresca bárbara. En los Lander germanos de Turingia y Sajonia ha emergido la parte oculta de ese iceberg. Al imparable avance de la extrema derecha hay que sumar la irrupción de una formación de extrema izquierda que comparte con los «fachas» lo esencial de su proyecto político identitario (insolidario y matonista). Hablamos de la formación Alianza Sahra Wagenknecht Por la Razón y la Justicia (BSW, las iniciales de su lideresa), una escisión del partido De Linke (La izquierda) que como Alternativa para Alemania (AfD) es euroescéptica, antivacunas COVID, estatista, contraria a la inmigración y al rearme de Ucrania frente a la belicista Rusia de Putin. A la estela del nacionalsocialismo (nazi) que atesoran los más recalcitrantes de AfD incluimos aquí y ahora el nacionalbolchevismo (nazbol) militante de BSW. Quizá porque, como sostenía Susan Sontag, en última instancia «el comunismo es la forma lograda del fascismo».
Se consuma pues un reencuentro entre antiguos modelos totalitarios, ni tan distintos ni tan distantes. Vasos comunicantes que emulsionaron cuando las clases trabajadoras que votaban a la izquierda comunista y socialista terminaron viendo a las formaciones ultras como potenciales bárbaros redentores. Circunstancia plebiscitaria que añade gravedad a estos pronunciamientos. La revancha populista postmoderna no viene impuesta desde la vertical del poder, urdida por una conspiración de élites, sino que llega legitimada por la voluntad general expresada en las urnas. Ciertamente después de que los aprendices de brujo que fiaron su prosperidad al «o nosotros o el caos» vaciaran de valores la democracia, degradando las elecciones a una variante de la estadística y convirtiendo la participación política en una quiniela cuatrienal. Una saga democrática sin demócratas hizo el resto, tras años de trepanación ideológica ambidiestra. Mientras los ultras de derechas descubrían al comunista Gramsci de la preeminencia del cambio cultural sobre el político (Viktor Orbán hizo su tesis doctoral sobre el pensador sardo y su concepto de hegemonía), los ultras de izquierda hacían lo propio con el filonazi Carl Schmitt del maniqueísmo caníbal (el adversario político como enemigo a batir). Rive droite / rive gauche, lo que estos heraldos de la internacional iliberal anuncian con sus puertas giratorias es que el sistema ha entrado en una crisis holística (de representación y de marco convivencial).
Pero Zamora no se tomó en una hora. La regresión civilizatoria que nos ha devuelto a este estropicio ha sido fruto de un concienzudo trabajo de zapa. Millones de personas no juegan con fuego sin el proselitismo previo de distinguidos pirómanos bendiciendo la gasolina. Fueron los socialistas alemanes durante la etapa del canciller Gerhard Schröder (luego fichado por Putin para dirigir la petrolera estatal Rosneft) quienes a principios del siglo XXI propiciaron esta regresión moral y social al introducir en la lógica del mercado la devaluación laboral y salarial para combatir el desempleo. Los «minijobs» (trabajo a tiempo parcial con límite de ingreso mensual) instalaron la precariedad en las políticas de izquierda y sus coletazos aún reverberan. Aquí el modelo «fijos discontinuos» también pretendía remover obstáculos para el trabajo juvenil, pero se ha dado de bruces con la tozuda realidad. Según recoge Eurostat, en 2004 España ostenta el mayor índice de paro de la Unión Europea (UE) y el informe del pasado agosto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) revela que actualmente los trabajadores españoles ganan menos (en poder adquisitivo) que hace una década.
A este caladero acude la formación de extrema izquierda conservadora BSW, en pugna con su antónima-heterónoma AfD, dramáticamente la opción favorita del voto de protesta de la juventud alemana y de muchos abstencionistas. En nuestro país, el Estado sigue chapoteando sobre el formato cheque-regalo. Por un lado, tiene a gala dar un bono cultural de 400 euros a todos los jóvenes que cumplen 18 años (un premio al rito de paso de llegar a la edad de merecer electoralmente) y, por otro, se muestra incapaz de garantizarles un empleo digno de manera estable. Y si indagamos en la extrema izquierda nacional, ya en 2018 Julio Anguita, el ex diputado de Unidas Podemos (UP) Manuel Monereo y su colega Héctor Illueca (luego vicepresidente de la Generalitat Valenciana por UP) elogiaban las «medidas sociales» del postfascista Matteo Salvini. En un artículo publicado en Cuarto Poder destacaban el ideario anticapitalista que según ellos inspiraba las políticas antiinmigración del dirigente de la Liga Norte: «Guste o no guste, constituye un notable esfuerzo por defender al pueblo italiano contra los señores de las finanzas y de las deslocalizaciones». El mismo mantra patriótico y supremacista esgrimido por el número dos del Ejecutivo de Meloni al ser procesado seis años después por impedir en su día el desembarco de migrantes del Open Arms en Lampedusa: «Me declaro culpable de haber defendido Italia y los italianos». Trumpismo-comunismo.
Aparte del indudable condicionante económico, lo que ha terminado modelando la emergente sensibilidad iliberal es un relicario de omisiones y renuncias dictadas desde el poder y asumido por imperativo legal por una ciudadanía reducida a la condición zombi de votante y contribuyente. De ahí que los intrusos recurrentes vistos por Cavafis como una inquietante horda empiecen a ser vistos por algunos con resignada esperanza: «… Esta gente, al fin y al cabo, era la solución», concluye el autor de Esperando a los bárbaros. El neo-iliberalismo rampante es biplaza: rojipardo. Pero la refutación de estas aberrantes alternativas sería baldía si al mismo tiempo no se produjera idéntica denuncia de la matriz capitalista dominante (tanto da que sea el capitalismo neoliberal o el capitalismo de Estado, por más que este se solape bajo la retórica de la alerta antifascista). Porque la auténtica erradicación de la barbarie, se apelliden como se apelliden, solo puede venir de un proyecto libertario sin paliativos. No por sabido se debe olvidar: «Socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad; libertad sin socialismo privilegio e injusticia» (Bakunin).

Rafael Cid


Fuente: Rojo y Negro