« Recordar es vivir, y vivir, mantener vivos los sueños ». La cita de José Saramago abre el libro El canal de los presos (1940-1962). Trabajos forzados : de la represión política a la explotación económica, un estudio de un grupo de investigadores -con el impulso y el cobijo de la CGT andaluza- que aborda la construcción más importante y dura (se prolongó durante más de veinte años) del Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, nombre oficial del sistema creado por el franquismo para utilizar a los presos republicanos como mano de obra -evidentemente, barata- a cambio de una redención de pena por trabajo. Este magno proyecto fue el canal del Bajo Guadalquivir, una infraestructura de 159 kilómetros que atraviesa 17 municipios y que transformó social y económicamente el sur de la provincia de Sevilla. Pero no todos los presos fueron llevados de cárceles y campos de concentración de Andalucía.
Los investigadores estiman que 10.000 presos trabajaron en esta obra a lo largo de sus 22 años de construcción, aunque sólo han podido documentar la filiación -con nombres y apellidos, origen y tarea desempeñada- de 2.514. De ellos, 48 son valencianos, aunque una extrapolación de esos datos elevaría a alrededor de los 200 los nacidos en la Comunidad que participaron en el canal andaluz, conocido popularmente en la zona (todavía más de 30 años después) como « el canal de los presos ».
El misterio que se escondía detrás de ese nombre y los recuerdos de infancia en uno de los poblados surgidos en la periferia de Sevilla como consecuencia de la llegada masiva de presos están en el origen de este estudio. Cecilio Gordillo, coordinador de CGT Andalucía y de la obra, explica que el planteamiento fue « intentar comprender qué narices fue aquello, porque no se sabía a fondo. A los tres días vimos que era muy gordo, que había un montón de gente loca por hablar y que el canal había transformado el sur de la provincia ». Y no sólo por la creación de un vasto espacio de regadío y la generación de riqueza que ello supuso, sino por la aparición de asentamientos humanos que dieron lugar a poblados y barriadas.
Lo cuenta Gonzalo Acosta, uno de los autores del libro, que -en compañía de Gordillo- ha recorrido la Comunidad en los últimos días para presentar el estudio. « Primero van los presos [instalados en campos de concentración] y luego llegan las familias que, siguiendo al hombre, levantan chozos cerca ». Serán el origen de nuevos núcleos urbanos, ya que también muchos reclusos optan, cumplida la pena, por quedarse y trabajar en los nuevos regadíos creados, pues las condenas de cárcel iban acompañadas habitualmente de otras de destierro, agrega.
La impronta de los nuevos pobladores quedará también en el territorio. Así, la presencia de valencianos -relata Gordillo- se deja ver en el área de las marismas que se reconvierte en arrozales. Alguna marca comercial de la zona muestra todavía esa conexión con Valencia.
La idea de la reforma agraria a través de la transformación en regadío no era nueva (procede de Joaquín Costa y ya en la II República se habían desarrollado planes de transformación hidráulica). Lo novedoso de la experiencia franquista es que esa conversión no va acompañado de una redistribución de la tierra. Se genera así lo que Acosta denomina un latifundio de regadío, del que los principales beneficiarios son los antiguos propietarios de la tierra (su valor se multiplica hasta un 600%), que pasan a controlar unas grandes extensiones de campo fértil y productivo sin ninguna inversión previa, ya que la obra la asume el Estado con mano de obra esclava.
Texto coral y militante
Pero los responsables de la investigación no han querido quedarse en un libro frío de análisis histórico, por lo que han incluido toda una parte con testimonios de presos y sus familias, con el que acercan la vida en los campos de concentración y en los asentamientos de colonos. Acosta prefiere hablar de « libro coral » y Gordillo, de « trabajo militante », desde « el convencimiento de la deuda con los presos ». Incluso los derechos de autor se van a destinar solidariamente al proyecto para convertir el campo de concentración de Los Merinales en un lugar de referencia nacional para el estudio y la documentación del uso de reclusos republicanos como obreros forzados. Acosta y Gordillo no dudan en calificarlos de « esclavos » (cuando acababan la pena recibían el nombre de « libertos », como los del viejo Imperio Romano).
Levante
Alfons Garcia, Valencia