Entrevista realizada por Txema Bofill. Traducción de Ángeles Oliveres al cataán. Publicada en el núm. 135 de la revista Catalunya-Papers.
http://www.cgtcatalunya.cat/spip.php?article6588
Como anarquista, ¿ qué valores, ética y moral practicas?
Como anarquista, ¿ qué valores, ética y moral practicas?
Para responder a esta pregunta es para mí indispensable aclarar antes que el anarquismo es una ideología que contiene criterios no sólo muy distintos unos de los otros, sino también abiertamente opuestos. De ahí que hablar de anarquismo en términos generales sea en realidad una petitio principii o abstracción. ¿Qué tiene qué ver por ejemplo el anarquismo pacifista y cristiano de Tolstoi con el culto a la violencia de Georges Sorel o antes, con los energúmenos de la «propaganda por el hecho»? Todavía hace poco leía yo en la primera página de una publicación ácrata de Madrid una apología descarnada de Max Stirner, el teórico de egoísmo más repelente. De manera parecida, en el mismo texto se elogiaba también a Federico Nietzsche, el teórico de la «voluntad de poder», del desprecio a los débiles y de la definición de la moral como un producto del resentimiento. Pero también a la hora de juzgar a los clásicos del anarquismo surgen en seguida los contrastes entre ellos, por ejemplo entre el «conspiracionismo elitista» de Bakunin y el obrerismo mutualista de Proudhon o el sindicalismo de Fernand Pelloutie
Pero los equívocos surgen ya a partir de la interpretación del concepto de anarquía o negación de la autoridad, arché. El problema número uno es el de saber cuál es el sistema de valores en que se apoya la negación del principio de autoridad, un interrogante que ha dado y sigue dando pie a las más diversas respuestas. No pocos han creído que la rebeldía contra la autoridad significaba el «todo está permitido» de Iván Karamasov. No necesito subrayar que, para mí, el concepto de anarquía o anarquismo sólo adquiere un significado legítimo cuando la autodeterminación del individuo va unida a un código moral que incluye la autodeterminación de los demás. Sin este imperativo categórico -como lo nombra Kant-, la libertad subjetiva degenera inevitablemente en abuso de ella y conduce también inevitablemente a la «guerra de todos contra todos» descrita por Hobbes en su «Leviatán». Albert Camus, que se sentía muy próximo al ideario libertario, ejemplarizó en su gran libro «L’homme révolté» las funestas deformaciones humanas y políticas que una rebeldía falsamente entendida puede engendra
Por lo que respecta al carácter personal de tu pregunta, me limito a señalar que en la medida en que mis defectos de carácter y mis flaquezas humanas no me lo han impedido, he sentido desde edad temprana la necesidad de ser justo con las personas con las que he convivido y de serles útiles y servirles cuando han tenido necesidad de mi ayuda, comprensión o consejo. Y también desde joven he dado una gran importancia al cultivo de la amistad, que Aristóteles y otros clásicos griegos y romanos consideraban como la mayor de las virtudes y como la condición previa para el desarrollo de una sociedad racional. Añadiré únicamente que ser anarquista no es para mí otra cosa que intentar hacer el Bien y procurar no hacer daño ni humillar a los demás.
¿Cómo te ha formado la vida?
En mi ya larga vida he acumulado experiencias del más más diverso orden, pero creo poder decir que una de las más fecundas fue la larga fase de pobreza y penuria que conocí durante los once años que mi padre pasó en las cárceles franquistas debido a su militancia clandestina. Aunque, como mis seis hermanos y hermanas y otros muchos niños y adolescentes, sufrí mucho, más tarde he agradecido una y otra vez al destino que me otorgase la oportunidad de conocer de cerca la adversidad en sus múltiples facetas, y ello por dos razones fundamentales: 1) porque esta amarga experiencia me libró de convertirme en uno de los insoportables niños mimados o señoritos satisfechos que he encontrado por todas partes a lo largo de mi vida, también y especialmente en los círculos intelectuales y políticos que más tarde conocí de cerca, y 2) porque fue de esa experiencia dolorosa que nacería mi vinculación irrenunciable a las clases humildes.
¿Cómo ha sido tu evolución política y tu «iniciación» al anarquismo?
Antes de estudiar en los libros lo que era el anarquismo, lo viví de niño en mi propio hogar gracias a mi padre y a sus compañeros de ideas, empezando por Juan Peiró, al que conocí en la década del treinta cuando él trabajaba, como mi padre, en la Cooperativa Vidriera de Mataró. Pero mi verdadera iniciación al anarquismo se produce en la postguerra. En nuestro piso de la calle Virgen del Remedio, en la barriada del Pueblo Seco, tenían lugar a menudo reuniones clandestinas, de manera que me acostumbré a escuchar las discusiones de mi padre y sus compañeros. Aunque yo no era entonces consciente de ello, creo que esta experiencia adolescente y juvenil dejó una imborrable huella en mi psique.
En cuanto a mi evolución política, estuvo centrada, hasta mediados de la década del cincuenta, en el mundo libertario, para dar paso poco a poco y más tarde, a teorías y cosmovisiones de tipo más general, un proceso evolutivo inseparable de la vocación filosófica que iba germinando en mi pecho. De lo que me dí cuenta claramente en la fase final de mi modesta militancia clandestina era que yo no tenía madera de zoon politikon y que me sentía más atraído por la theoria , esto es, por la contemplación y la reflexión y no por la acción. Esta fue la razón de que me hiciera escritor, una decisión que tomé no precisamente para «lustrar las botas de los poderosos», como escribí en uno de mis libros en lengua alemana.
El hecho de que dejara de militar formalmente en las filas de la CNT no significa en modo alguno que me inhibiera de ella. Muy al contrario. Instalado ya en Alemania, aprovechaba cada viaje a España para pasar por París y ver a los compañeros exiliados. Mi punto de referencia era Joan Manent, ex secretario de Peiró. En el centro que tenían en la capital francesa, pude abrazar a Cipriano Mera, para mí una de las figuras claves y más admirables de la guerra civil. Más tarde entré en relación con el grupo de «Frente Libertario», en el que publiqué algún artículo. En uno de mis viajes visité también a José Peirats en el sur de Francia, encuentro que fue el comienzo de una cordial relación epistola
A finales de la década del sesenta publiqué en la revista «Índice» de Madrid una serie de ensayos sobre el anarquismo, que en 1970 aparecieron en forma de libro bajo el título de «El anarquismo, de Proudhon a Cohn-Bendit», al que Federica Montseny dedicó un generoso artículo en «Espoir» de Toulouse. Años más tarde la abrazaría en Madrid por primera vez con motivo de nuestra participación en el debate sobre anarquismo organizado por el programa de televisión «La clave», fundado y dirigido por José Luis Balbín.
Cuando iba a Barcelona, asistía a la tertulia que mi padre y algunos compañeros tenían en la cafetería del «Centro Leridano». También solía encontrarme con Luis Andrés Edo, Salvador Gurucharri y otros compañeros. En la fase en que «Solidaridad Obrera» era dirigida por Carmen Díaz publiqué artículos en el viejo y memorable órgano confederal. También dí alguna conferencia o participé en algún acto público como el que debate internacional sobre anarquismo que se celebró en las antiguas cocheras de Sants en otoño de 1993. En Madrid solía ver también a diversos compañeros, fuese en el local de Tirso de Molina o en otros sitios Poco después de la muerte de Franco, fuí a recibir en Barajas a Diego Abad de Santillán, con quien tuve un trato asiduo hasta nuestro mutuo alejamiento a causa de nuestras diferencias sobre un relanzamiento de la revista «Timón» y la línea a segui
Nos puedes dedicar unas palabras sobre la trascendencia de la revolución española, ya que estamos en su 75 aniversario. ¿Qué personajes y hechos de la revolución destacas?
Aparte del breve episodio de la Comuna de París, la revolución libertaria española fue la gesta social más importante de la historia moderna. Pero no me limito a hablar de lo que fue propiamente la revolución, sino también de las fuerzas que hicieron todo lo posible para estrangularla. Esta actitud contrarrevolucionaria estuvo dirigida desde el primer momento por el Partido Comunista de España y por el PSUC en Cataluña, una dimensión de mi libro que disgustó mucho al ex miembro del PCE, Antonio Elorza, como se desprende de las líneas críticas que me dedicó en «El País». Pero con la misma claridad y acopio de datos ajusto cuentas con Juan Negrín y los socialistas de derecha que actuaron como peones de brega de los comunistas.
Pero también aludo a los errores cometidos por la propia CNT-FAI, en primer lugar el burocratismo de los militantes al frente de los Comités, a su cabeza el infausto Marianet.
¿Nos puedes hablar de tu encuentro con Facerías?
Carece de toda importancia. Un compañero me dijo que había llegado de Francia un militante interesado en hablar con representantes de la nueva generación, pero sin revelarme su verdadero nombre. Convenimos en vernos a las once de la noche en la Granja Royal, en la calle de Pelayo, un local que yo solía frecuentar entonces. A pesar de que estábamos en pleno verano, llevaba gabardina, lo que me desconcertó. En vez de sentarnos en el fondo del local, se empeñó en tomar asiento junto a la puerta. No me pasó desapercibido que miraba continumente hacia fuera. No pasó mucho tiempo sin que nos preguntara si podíamos ir a un sitio más tranquilo. Nos dirigimos a una taberna del Pueblo Seco, cuyo dueño –Sisquet- era compañero. Poco después de nuestra llegada cerró el local y nos acomodamos en la parte trasera del mismo. Hablamos hasta la madrugada. Aunque muy correcto en el tono, fue un diálogo de sordos. Como casi toda la gente del exilio, tenía una idea errónea de la verdadera situación del país y de las posibilidades de la lucha clandestina. Debió darse cuenta en seguida de que yo no era la persona indicada para compartir el tipo de acción que él practicaba y nuestra conversación no rebasó el ámbito de los temas generales. Cuando tras su asesinato en Barcelona ví en la portada de «El Caso» su fotografía, le reconocí en seguida y me enteré así de quien había sido mi misterioso interlocutor de aquella noche.
Te defines como universalista y vives en culturas diferentes. ¿Te sientes alemán, español, catalán? ¿Qué opinas del independentismo y del nacionalismo catalán?
En efecto, mi posición central con respecto al problema de las etnias y nacionalidades es el universalismo. Sigo en este punto las enseñanzas de los estoicos, que fueron los primeros en llamarse kosmopolites y rechazar todo tipo de clasificaciones jerárquicas entre los hombres y los pueblos. El nacionalismo y el racismo inherente a él han sido dos de los fenómenos más funestos de la historia universal y de la Europa moderna. El movimiento obrero surgido en el siglo XIX no se denominaba por azar internacionalista, de la misma manera que la CNT integró en sus siglas el concepto de «nacional». De joven ya me molestaba que determinados catalanes utilizasen despectivamente el término de «charnegos» para definir a los españoles de Andalucía y otras regiones. En Alemania tuve pronto ocasión de vivir en carne viva los aires de superioridad del alemán medio y su creencia de que pertenece a la Herrenrasse o «raza de los señores». Esta experiencia agudizó mi sensibilidad universalista y fue el motivo de que años más tarde escribiera en lengua alemana libros ferozmente anti-nacionalistas y anti-racistas como «La nación acomplejada», «El IV Imperio» o «Los alemanes, entre el lagrimeo y la megalomanía». No creo que el verdadero papel de Cataluña sea el de alejarse del resto de España y formar rancho aparte, sino el de abrirse hacia ella y contribuir en la medida de sus fuerzas a la reconstrucción general de un país azotado hoy por toda clase de aporías, injusticias y dramas sin fin, y ello empezando por la ufana Cataluña, ejemplo paradigmático de la corrupción y la incompetencia, como demuestra el lamentable estado de la sanidad catalana.
Con la (alienante) educación oficial existente y débil educación alternativa, ¿crees que se puede producir una revolución, cambio de sistema?
Evidentemente, no. Los griegos asignaban a la paideia dos funciones básicas: la adquisición de conocimientos y la educación humana y moral. Esta segunda dimensión –la más importante- ha sido eliminada desde hace tiempo de la pedagogía, sometida al dictado de los grandes grupos de presión y de los politicastros de turno. De ahí que la educación esté enteramente al servicio de la razón burguesa o «razón instrumental», como la llamaba Max Horkheime
¿Cuáles son los personajes que más le han inspirado en su vida?
Quienes me han inspirado no han sido personajes, sino personas, y dentro de ellas, las personas sencillas que han consagrado su vida a una causa emancipativa o humanitaria sin la ambición de convertirse en personajes.
Defines a tu padre, anarquista y libertario, como auténtico Don Quijote. ¿Te consideras también como un Don Quijote?
Hace pocos años publiqué en alemán un libro autobiográfico con el título de «Don Quijote en Alemania». Creo que ello habla por sí mismo.
Hay alternativas al capitalismo. ¿Cuál?
Desde la publicación de mi primer libro «El capitalismo y el hombre» he criticado como nefasto este sistema y postulado un modelo de sociedad basado en la autogestión, la colectivización de los medios de producción y la igualdad remunerativa.
¿Cuáles son los valores humanos más importantes que nos saquen de la crisis y promuevan cambios substanciales?
Imprescindible para lograr este objetivo es liberarse de la ideología del éxito hoy imperante y comprender que el hedonismo, el materialismo y el imperialismo del yo fomentados por la sociedad de consumo no conducen más que a la alienación personal y colectiva.
¿Qué se siente después de haber producido, creado 40 libros y multitud de artículos?
Nada especial. O quizá la conciencia de la insignificancia de mi obra en comparación a la de los grandes guías espirituales y morales de la humanidad. O incluso la sensación de que todavía no he aprendido ni dicho lo más importante. Por eso pienso a menudo en la humildad de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada».
En tu libro sobre la filosofía española, al hablar de los filósofos del exilio, no citas a Agustín García Calvo. ¿Por qué? ¿Qué piensas de la filosofía y la vida ácrata de García Calvo?
La pregunta suena a reproche, pero es fácil de responder: desde el día hoy lejano en que su discípulo y amigo Jaime Pozas de Villena me lo presentó en Madrid, nuestras relaciones han sido siempre cordiales y afectuosas. He compartido con él más de un simposio, varias veladas musicales y asistido a alguna de las charlas que desde tiempo inmemorial da en el Ateneo de Madrid, pero el alto nivel especulativo de su filosofía es ajeno y extraño a mi manera de pensa En cuanto a su vida ácrata y exceptuando su valerosa lucha contra el franquismo, no la conozco lo suficiente ni me siento llamado a juzgarla.
¿Podrías extenderte en tu definición de la vida? «La vida es convivencia, diálogo, dialéctica».
Con ello quiero subrayar que el hombre no es sólo y primigeniamente individuo singular, como creen no pocos anarquistas, sino a la vez miembro de una comunidad, una dimensión societaria que el solipsismo burgués y pequeñoburgués ha anulado en nombre del principio de competencia y de una concepción reduccionista de la verdadera individualidad, a la que ha despojado de la categoría óntica de intersubjetividad o relación con nuestros semejantes. Está claro que una relación idónea con los demás sólo puede estar basada en la cultura dialógica y dialéctica concebida por Sócrates y su discípulo Platón, una cultura que el capitalismo ha destruído sistemáticamente y sustituído por el autocentrismo insolidario hoy imperante.
¿Cuál es tu próximo libro y sobre qué estás investigando?
Acabo de terminar un manuscrito sobre lo que significa el sentido de la vida en el mundo deshumanizado de hoy, pero para que se convierta en libro tengo que encontrrar primero un editor dispuesto a publicarlo, cosa que teniendo en cuenta la lamentable situación de la industria del libro en nuestro paaís, no va a ser fácil.
¿Qué significa ser hoy anarquista?
Creo que esta pregunta la he respondido ya en mi primera contestación: hacer el Bien, renunciar a la voluntad de poder y luchar por una sociedad basada en lo que Proudhon llamaba «mutualismo» y Kropotkin «ayuda mutua».
¿Cómo ves las divisiones de la gran familia anarcosindicalista y anarquista?
Con la consiguiente tristeza y la conciencia de la profunda crisis de identidad del movimiento libertario de las últimas décadas. También como una traición a la herencia que nos legaron los militantes que a lo largo de casi un siglo arriesgaron su libertad y su vida para convertir la Confederación del Trabajo en la fuerza sindical y obrera más importante de la historia de España.
Fuente: Txema Bofill - Catalunya