“Hay que ser absolutamente moderno”, dicen que afirmó muy lúcidamente Jean Arthur Rimbaud, padre de la poesía moderna y redactor de un borrador de constitución (hoy perdido) para ese ensayo autogobierno obrero que fue la Comuna de París. El “poète voyant” del simbolismo francés sabía que la poesía y la ciencia, el sentimiento y la razón tenían que ir de la mano en pos de la liberación del ser humano. 

De hecho, la búsqueda de la realización de la utopía en el futuro es lo que distingue el pensamiento revolucionario del conservador. De ahí que al pensamiento de izquierdas se le llame progresista, porque es decidido partidario del progreso y se preocupa por encima de todo de la modernidad.

De hecho, la búsqueda de la realización de la utopía en el futuro es lo que distingue el pensamiento revolucionario del conservador. De ahí que al pensamiento de izquierdas se le llame progresista, porque es decidido partidario del progreso y se preocupa por encima de todo de la modernidad.

Pero resulta que vivimos tiempos de reflujo, de gris conservadurismo, en los que impera la confusión ideológica, y así encontramos a cierta “izquierda” que pretende volver a un supuesto edén perdido en un pasado idílico, el pasado preindustrial. Algunos lo sitúan en el medioevo, pero en una Edad Media convenientemente falsificada, en la que se obvian la servidumbre impuesta al pueblo llano por las despiadadas leyes del vasallaje feudal, la esperanza de vida de unos 40 años por la falta de avances tecnológicos que protejan a los seres humanos de las enfermedades y de las inclemencias climatológicas, y el oscurantismo de la omnipresente Iglesia Católica, todavía no desafiada ni por la Reforma Protestante ni por los movimientos racionalistas que cristalizaron en lo que se dio en llamar la Ilustración. En no pocos casos, a todas estas omisiones interesadas las acompañan anacronismos de lo más burdos, como el confundir las cortes y concejos medievales con parlamentos modernos democráticos o incluso con el asambleísmo ácrata, cuando en la Edad Media en esos órganos se reproducía la férrea división social en estamentos y además el pueblo trabajador no estaba presente ya que al Tercer Estado lo representaba indefectiblemente la burguesía adinerada. Y lo que es peor, como consecuencia de todo esto, se postula una vuelta a los particularismos, las antiguas fronteras, los viejos fueros, las lenguas aisladas y moribundas, el casticismo, el amor al terruño, las curaciones chamánicas y demás supercherías populares, y toda una serie de ideas trasnochadas otrora reivindicadas por esa derecha troglodita -p. ej., el carlismo- que hoy día está, afortunadamente, en vías de extinción. Otros van más allá en el dislate y fantasean con la vuelta a las sociedades de cazadores recolectores, al remoto paleolítico, siguiendo al gurú del nuevo oscurantismo de la New Age, John Zerzan, si bien esta alternativa es menos creíble porque ¿cuántos de estos esnobs de clase media, fans del pope del antiindustrialismo, estarían realmente dispuestos a sacrificar su portátil y su móvil 3G por la “utopía” primitivista?

En cualquier caso, buscar un paraíso en el pasado remoto es algo típico del pensamiento reaccionario; lo hacen las religiones, ahí está la Biblia y ese paraíso sin inteligencia, sin ciencia, sin técnica, sin espíritu crítico en el que nuestros “primeros padres” vivían como menores de edad, o peor aún, como animalitos obedientes a un Creador que les negaba su capacidad de raciocinio, o lo que es lo mismo, su humanidad. Bien es verdad que los primeros románticos -como William Blake-, grandes revolucionarios y partidarios de eliminar las fronteras nacionales, abjuraron del maquinismo porque lo primero que causó la Revolución Industrial inglesa, aparte del enriquecimiento de la burguesía, fue contaminación, enfermedades y miseria, pero también es verdad que las siguientes generaciones de románticos empezaron a entender que la industrialización había venido para quedarse y que bien encauzada y puesta al servicio de todos podía pulverizar parte de las limitaciones que atenazan al ser humano -éste es, precisamente el punto de partida del socialismo-. Ahí está, por ejemplo, el Caín, drama poético en el que Lord Byron dibuja a un Caín no “malvado” como en la Biblia, sino humano, con defectos pero que piensa por sí mismo hasta el punto de rechazar la idea de Dios como un insulto a la inteligencia -no es extraño que dicha obra fuera una de las favoritas de Bakunin y de los nihilistas rusos-. Finalmente, en las últimas décadas del XIX los poetas parecen haberse reconciliado con la ciencia y la tecnología y como prueba cabe citar el poema “A una locomotora en invierno”, con el que Walt Whitman se adelanta a la vanguardia futurista.

El antecedente del pensamiento de estos nuevos refractarios a la modernidad no parece estar tanto en el primer romanticismo -como podría parecernos a primera vista- como en aquel romanticismo trasnochado, en absoluta descomposición, de la segunda mitad del XIX. Nos referimos a ese romanticismo etnicista y patriotero que en Centroeuropa extendió el mito de los arios -un inexistente pueblo de superhombres rubios, altos y de ojos azules perdido en Asia Central- que más tarde, en el siglo XX, serviría de base para las teorías racistas del nacionalsocialismo, o la “celtomanía” de algunos historiadores románticos tardíos británicos que fue aprovechada por algunos nacionalistas del norte de la Península Ibérica, especialmente los gallegos, y eso que incluso hoy día la historiografía más seria no sabe a ciencia cierta quiénes eran y ni cómo vivían -y mucho menos cómo hablaban o qué música tocaban- esas gentes de la remota II Edad del Hierro que los griegos llamaron genéricamente “keltoi”. Pura fantasía, pero fantasía puesta, en este caso, al servicio de la alienación humana.

En resumen, el concepto de modernidad ha de ser recuperado como ideal por el pensamiento crítico, que debe dejar claras las cosas en estos tiempos revueltos: los avances científicos y técnicos son parte esencial de las conquistas de la clase obrera y del ser humano en general. Y las “utopías” que se basan en la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor no son más que palabrería oscurantista.

Núcleo de experimentación poética Pléyade Negra

Extraido de la revista Antares

http://elbatiscaforojo.blogspot.com.es/2012/05/revista-antares-num-13.html


Fuente: Núcleo de experimenatación poética Pléyade Negra