Artículo de opinión de Rafael Cid

El régimen hace aguas por las partes bajas, por lo local. El gobierno del Partido Popular ha puesto en marcha medidas retro para taponar los boquetes que se abren a sus pies. De ahí la reforma exprés de la Ley de Bases de Régimen Local recientemente aprobada y la última iniciativa para cambiar la Ley Electoral a fin de que los alcaldes salgan de la lista ganadora.

El régimen hace aguas por las partes bajas, por lo local. El gobierno del Partido Popular ha puesto en marcha medidas retro para taponar los boquetes que se abren a sus pies. De ahí la reforma exprés de la Ley de Bases de Régimen Local recientemente aprobada y la última iniciativa para cambiar la Ley Electoral a fin de que los alcaldes salgan de la lista ganadora. Mediante la primera se intenta quitar capacidad política a muchos de los 8.117 ayuntamientos existentes en España transfiriendo competencias a las autonomías, y con la segunda impedir que el poder municipal que nazca de los comicios de mayo de 2015 quede  fuera de su control. Para vestir esos atentados a la democracia de base se utilizan las tretas y sofismas que suele gastarse el cartel dinástico imperante (PP-PSOE). Se argumenta falazmente que la reforma local es una manera de sufragar la carga presupuestaria de los ayuntamientos y que la concentración de los votos en el partido más votado es un impulso de “regeneración democrática”. Falacias de boticario.
El atraco es tan descarado que en Génova 13 lo maquillan afirmando que la fórmula introduce la “elección directa” del alcalde en los municipios, cuando en realidad se trata de  hacerla aún más ajena a la voluntad de los electores. Que sea la voz de la partidocracia y fulmine el derecho a decidir. Con el modelo de listas cerradas y bloqueadas vigente, la presunta “innovación” supone en realidad volver a la democracia orgánica del franquismo. Una verdadera elección directa consistiría en que los vecinos pudieran designar al alcalde de entre la nómina de candidatos de libre presentación, y no tener que limitarse a refrendar una papeleta electoral previamente confeccionada por el aparato de los partidos. La reforma de la Ley Local fue aprobada por el rodillo del PP con el único apoyo de Unión del Pueblo Navarro (algo así han hecho de aquella manera en Castilla La Mancha). Y la última propuesta ha sido lanzada como globo sonda para ver la reacción del PSOE y su nuevo secretario general, un tal Sánchez, que a bote pronto se ha plantado.
Si en esta ocasión el ejecutivo de Mariano Rajoy volviera a imponer su mayoría absoluta en un asunto de tanta trascendencia política, estaríamos ante un “golpe de mano” antidemocrático de parecidas características al de la reforma (también de penalti) del artículo 135 de la Constitución por Rodríguez Zapatero. Lo cual hace suponer que no cabe tenerlas todas consigo sobre las últimas voluntades del que ha sido su socio en tantas otras cuestiones consideradas al alimón “razones de Estado”. Como con el consenso-doblete ante la consulta catalanista. Sobre todo teniendo en cuenta que ya el propio PSOE llevó esa propuesta de “elección directa” en su programa electoral de las municipales de 2003 y las generales de 2004 (pretendía bunkerizarse en el nivel local). Sin olvidar que los socialistas franceses acaban de aplicar la guillotina a cientos de ayuntamientos con parecidos razonamientos a los utilizados aquí por el PP.
Salga el sol por Antequera o por Calatayud, lo que estos atropellados reubicamientos evidencian es el miedo del duopolio dominante a que el próximo 2015, tomando como lanzadera las elecciones municipales de mayo, señale  el principio del fin del modelo político de democracia confiscada que inoculó la transición. Y que piezas clave del organigrama capitalino del PP como Madrid o Valencia caigan por su propio peso. Porque lo que todas las encuestas destacan (por más que unas veces el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y otras empresas privadas como Metroscopia barran para sus amos), es que la gente ha perdido el miedo y piensa decir adiós a todo eso. Hay un inmenso deseo de democracia directa, pero que va en la dirección opuesta de esa mercancía averiada, herencia de la casta franquista, con que el poder intenta  autoperpetuarse.
La cínica campaña de agitación y propaganda que han emprendido para dinamitar la política local es una prueba de su febril acojonamiento. Hasta tal punto que parecen dispuestos a dar un “tejerazo” con el BOE para salvar esa patria de la que se creen dueños en propiedad indivisa.  La introducción de la “elección directa” a través de la lista más votada haría que una mayoría relativa electoral se convirtiera ipso facto en una mayoría absoluta. Y además, que contrapesos tradicionales del parlamentarismo garantista, como la moción de censura y la cuestión de confianza, quedaran en papel mojado. Otra vez: ¡vivan las caenas!

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid