La Carta a los Obispos de la Iglesia Católica de la que tanto se ha hablado en los últimos días es una nueva muestra de las profundas concepciones patriarcales de una religión que pretende imponernos su modelo social machista y homófobo.
La carta surge de las más altas instancias de la jerarquía católica : ha sido elaborada por la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio), presidida por el polémico cardenal Ratzinger, y ratificada por el propio Juan Pablo II, por lo que su contenido tiene un papel central en la actual doctrina de la iglesia.
La lectura del documento no tiene desperdicio. En sus páginas encontramos un auténtico manual para legitimar la subordinación de las mujeres : se utilizan todo tipo de argumentos, haciendo incluso un recorrido por los textos bíblicos.
Contestar punto por punto al documento sería demasiado largo, pero no nos resistimos a reproducir y comentar algunas de sus ideas centrales en cuanto a su concepción del papel de las mujeres :
De entrada, se reprocha a las feministas que consideren “sin importancia e irrelevante el hecho de que el Hijo Dios haya asumido la naturaleza humana en su forma masculina”. No sabemos si la prepotencia del señor Ratzinger le lleva a pensar que todo el mundo tiene que someterse a sus creencias, pero, en cualquier caso, parece ser que para la iglesia católica los varones son el sexo “elegido” por su dios. Por si hubiera alguna duda, el final de la misiva nos lo deja meridianamente claro : “(…) que la ordenación sacerdotal sea exclusivamente reservada a los hombres”. Estamos ante una organización que, en sus raíces, se fundamenta en la discriminación de las mujeres.
El documento, en su recorrido por las denominadas “sagradas escrituras”, va haciendo un repaso por diversos mitos patriarcales en su adaptación a los textos de referencia de la iglesia católica. Reseñamos algunas citas que consideramos bastante esclarecedoras :
“La antigua narración del Génesis deja entender cómo la mujer, en su ser más profundo y originario, existe « por razón del hombre »”
“En las palabras que Dios dirige a la mujer después del pecado se expresa, de modo lapidario e impresionante, la naturaleza de las relaciones que se establecerán a partir de entonces entre el hombre y la mujer : « Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará » (Gn 3,16) Será una relación en la que a menudo el amor quedará reducido a pura búsqueda de sí mismo, en una relación que ignora y destruye el amor, reemplazándolo con el yugo de la dominación de un sexo sobre el otro”
Después de leer esto resulta difícil entender como Ratzinger tiene la desfachatez de reprochar al feminismo porque “refuerza la idea de que la liberación de la mujer exige una crítica a las Sagradas Escrituras, que transmitirían una concepción patriarcal de Dios, alimentada por una cultura esencialmente machista”. Realmente para muchas de nosotras no es exactamente esa la idea. No nos interesa hacer una crítica a sus sagradas escrituras, sino denunciar como las ha utilizado su iglesia a lo largo de los siglos para privar de derechos y libertad a numerosos colectivos humanos, e impedir que lo sigan haciendo.
Muchas feministas estamos convencidas de que las concepciones que difunde la iglesia católica forman parte del profundo entramado de dominio que impulsa la violencia contra las mujeres. Sí, señor Ratzinger, estamos convencidas de que usted y otros muchos como usted, que se dedican a hacer apología de la subordinación de las mujeres, son responsables morales de la violencia que sufren tantas mujeres y que en muchos casos llega a costarles la vida.
Hacia la mitad del documento aparece un apartado dedicado expresamente a “la actualidad de los valores femeninos” :
“Entre los valores fundamentales que están vinculados a la vida concreta de la mujer se halla lo que se ha dado en llamar la « capacidad de acogida del otro ». No obstante el hecho de que cierto discurso feminista reivindique las exigencias « para sí misma », la mujer conserva la profunda intuición de que lo mejor de su vida está hecho de actividades orientadas al despertar del otro, a su crecimiento y a su protección.” “ (…) el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro. Aquí se manifiesta con claridad lo que el Santo Padre ha llamado el genio de la mujer. Ello implica, ante todo, que las mujeres estén activamente presentes, incluso con firmeza, en la familia, « sociedad primordial »”
En definitiva, nos encontramos de nuevo con la imposición a las mujeres de determinadas responsabilidades sociales colectivas, de las que se excluye a los hombres por definición. El argumento de que la diferente “naturaleza” de las mujeres hace que tengamos una profunda intuición que nos conduce de forma inexorable a hacer aquello que nos quieren imponer no tiene ni pies ni cabeza. Ese determinismo que niega nuestra libertad no existe, es simple y llanamente un embuste que repetido hasta la saciedad termina convirtiéndose en un estereotipo que parece no necesitar demostración. Que nos expliquen porqué ha sido necesario obligarnos por la fuerza a hacer algo que supuestamente está en nuestra propia “naturaleza” y que excluye cualquier otra alternativa ¿porqué se nos ha prohibido decidir sobre nuestra vida ? ¿por qué se nos ha impedido, incluso legalmente, hacer cualquier otra cosa que no fuera cuidar de la familia ? ¿por qué nos han impedido estudiar ? ¿por qué nos han impedido acceder a un empleo ? ¿por qué durante mucho tiempo nos han enseñado desde la niñez que nuestro único destino era casarnos y tener descendencia ?
Bueno, en honor a la verdad, tenemos que señalar que en este punto el Cardenal Ratzinger hace una importante acotación y nos plantea una segunda alternativa : la virginidad.
“Aunque la maternidad es un elemento clave de la identidad femenina, ello no autoriza en absoluto a considerar a la mujer exclusivamente bajo el aspecto de la procreación biológica. En este sentido, pueden existir graves exageraciones que exaltan la fecundidad biológica en términos vitalistas, y que a menudo van acompañadas de un peligroso desprecio por la mujer. La vocación cristiana a la virginidad (…) tiene al respecto gran importancia. Ésta contradice radicalmente toda pretensión de encerrar a las mujeres en un destino que sería sencillamente biológico”
Claro, que a estas alturas de la historia, es muy difícil mantener una posición que no contemple la incorporación de las mujeres al mercado laboral y a la actividad política y social. La iglesia católica se adapta a esta situación, pero dejando bien clara la verdadera “misión” de las mujeres en la vida. De la “misión” de los hombres, de su responsabilidad en el trabajo de cuidados, seguimos sin saber nada, a pesar de que el título de este documento se refiere a la “colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y en el mundo” :
“Esto implica, además, que las mujeres estén presentes en el mundo del trabajo y de la organización social, y que tengan acceso a puestos de responsabilidad que les ofrezcan la posibilidad de inspirar las políticas de las naciones y de promover soluciones innovadoras para los problemas económicos y sociales. Sin embargo no se puede olvidar que la combinación de las dos actividades —la familia y el trabajo— asume, en el caso de la mujer, características diferentes que en el del hombre. Se plantea por tanto el problema de armonizar la legislación y la organización del trabajo con las exigencias de la misión de la mujer dentro de la familia”
A modo de conclusión
Este documento de la jerarquía eclesiástica católica, que reiteramos procede de sus más altas instancias, pone de nuevo sobre la mesa sus concepciones profundamente patriarcales (y también homófobas, aunque no nos hayamos detenido en estas reflexiones a comentar este segundo elemento).
La iglesia católica es una organización que se fundamenta en principios claramente anticonstitucionales, ya que niega la igualdad entre hombres y mujeres y fomenta la discriminación de colectivos en función de su orientación sexual.
El estado español no sólo es aconfesional, por lo que no debería dar un trato especial a ninguna religión, sino que no puede seguir apoyando ni económicamente ni con su presencia institucional a una organización que está en contra de los principios constitucionales.
La iglesia católica aparenta estar apoyada por una base social muy superior a la real, ya que se aprovecha de la pasividad de un gran número de personas, que fueron bautizadas en su día pero que hoy ni son católicas practicantes ni comparten sus ideas retrógradas, pero que no toman la iniciativa de “darse de baja”. En otros casos, hay quienes bautizan a sus hijos e hijas o se casan “por la iglesia”, siguiendo una costumbre social, pero siendo ésta su única práctica religiosa.
Del mismo modo, la penetración de la iglesia católica en la educación de niños y niñas a través de colegios concertados, permite la difusión de estas ideas desde las edades más tempranas, lo que supone impedir de hecho el avance hacia una sociedad igualitaria.
Por todo lo anterior, creemos que es necesario y urgente abordar este problema en sus distintas dimensiones y tanto a nivel colectivo como individual.
Septiembre no sólo será un buen mes para organizar todo tipo de campañas, sino también para que muchos padres y madres tengan bien presente en manos de quienes están dejando la educación de sus hijas e hijos.
Gabriela Torre (CGT)
Par : Gabriela Torre (CGT)