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El valor del abstencionismo electoral en la sociedad española de nuestros días. (Análisis orgánico de la partidocracia).

La abstención, término que deriva de la voz latina abstentio, es un no hacer o no obrar que normalmente no produce efecto jurídico alguno, aunque en ocasiones puede ser considerada como la manifestación de una determinada voluntad y en tal sentido ser tenida en cuenta por el Derecho. Sin embargo, en l...

Enviada por Daniel Porras, email : morfeo_4 Eqt hotmail.com

El valor del abstencionismo electoral en la sociedad española de nuestros días. (Análisis orgánico de la partidocracia).

La abstención, término que deriva de la voz latina abstentio, es un no hacer o no obrar que normalmente no produce efecto jurídico alguno, aunque en ocasiones puede ser considerada como la manifestación de una determinada voluntad y en tal sentido ser tenida en cuenta por el Derecho. Sin embargo, en l…

Enviada por Daniel Porras, email : morfeo_4 Eqt hotmail.com

El valor del abstencionismo electoral en la sociedad española de nuestros días. (Análisis orgánico de la partidocracia).

La abstención, término que deriva de la voz latina abstentio, es un no hacer o no obrar que normalmente no produce efecto jurídico alguno, aunque en ocasiones puede ser considerada como la manifestación de una determinada voluntad y en tal sentido ser tenida en cuenta por el Derecho. Sin embargo, en los llamados sistemas democráticos el ejercicio del sufragio se considera como un deber cívico o moral, cuando no legal, y su no ejercicio, es decir el abstencionismo electoral pasivo, como un síntoma de apatía o desinterés por la política. De esta forma los que nos consideramos anarquistas, venimos siendo objeto de juicios morales por el hecho de no ejercer nuestro derecho al voto, teniendo que escuchar una y otra vez el manido discurso del conformista y sus consabidos argumentos que minusvaloran la postura abstencionista de las minorías disidentes y críticas con el sistema, como el de que el anarquismo es una doctrina utópica que no aporta alternativas viables al sistema democrático en que vivimos. Por todo esto he decidido aclarar ciertos puntos y desmontar ciertos mitos populares que giran hoy en día en torno a los términos anarquismo y democracia, para ello hago un análisis orgánico del sistema político de España que lejos de ser una democracia es un sistema lleno de contradicciones democráticas y por lo mismo queda plenamente justificado moral y cívicamente no participar en él.

Así pues y sin más dilación voy a exponer las razones por las que creo que acudir a las urnas no es la mejor solución a día de hoy para mejorar la sociedad en la que vivimos. Estas razones las daré desde mi visión política y filosófica de la vida que no es otra que el anarquismo como ideal utópico de una sociedad sin Dios ni amo que la gestione sino que se base en los principios de la autogestión, federalismo, solidaridad y ayuda mutua y como doctrina viva y eficiente que aunque no espere cabalmente el logro de sus fines idílicos si espera al menos acabar en la medida de lo posible con el capitalismo salvaje que impera en nuestros días y que marca cada día más las pautas para que unas personas impongan su voluntad sobre otras a las explotan por medio del trabajo. Tengo que decir que me considero un anarquista crítico con ciertas teorías anarquistas que creen realmente en la posibilidad de abolir el estado y las leyes o entienden la Revolución social como única solución para acabar con las injusticias de nuestra sociedad, pues si bien apoyo abiertamente la acción directa como medio para lograr la emancipación del trabajador del yugo del capitalismo y como medio para lograr un mundo más humano e igualitario, no creo que sea nuestro momento histórico el idóneo para lograr la transformación deseada mediante una Revolución Social, entendida esta como un cambio brusco y promovido por medios beligerantes. No sólo porque hablar de Revolución social a día de hoy y en nuestro país pertenezca al terreno de la política-ficción sino porque los mismos anarquistas hemos podido constatar las consecuencias reales de una revolución, así Federica Montseny, dirigente anarquista que participó activamente en la Guerra Civil, escribió : “Hemos confirmado algo que ya sabíamos en teoría : que la revolución es una fuerza destructora y ciega, grandiosa y bárbara, en la que actúan, formidablemente, fuerzas incontroladas e incontrolables”. Es por ello, que a mi parecer los anarquistas de enciclopedia y pistola del siglo XX deberían dejar paso a los anarquistas del siglo XXI, capaces de ponderar los medios en relación a los fines y de abordar los males endémicos de nuestra sociedad desde una postura más pragmática y menos utópica. De esta forma pienso que la acción directa y la acción mediada no están reñidas sino que son complementarias, pudiendo acudir un anarquista a la acción directa cuando la acción mediada no sea eficiente, en lugar de recurrir sistemáticamente a la acción directa como único método de solución de conflictos. Así pues, no descarto que algún día acuda a las urnas, ejercicio de acción mediada, sin embargo a día de hoy y teniendo en cuenta una serie de consideraciones que enseguida expondré pienso sinceramente que el ejercicio del voto es más perjudicial que otra cosa si con ello se pretende cambiar algo la sociedad.

Como ya les argumente sucintamente a todos cuantos me han preguntado alguna vez la razón por la que no ejerzo mi derecho al sufragio es porque creo que hay algo de absurdo en participar y refrendar con mi voto un sistema con el que no estoy de acuerdo no sólo por su política capitalista que es cruel por su lógica basada en la consecución del beneficio empresarial como objetivo exclusivo y excluyente, sino por una serie de contradicciones democráticas a nivel orgánico que a continuación expongo y que, bajo mi punto de vista, no sería factible subsanar desde dentro del sistema.

La primera de ellas y la más importante, es que el sistema en que vivimos no es una democracia como eufemísticamente lo denominan los políticos sino una partidocracia o democracia de partidos, esto es un sistema de democracia representativa en el que los ciudadanos delegan el poder en la elite política para que estos decidan por aquellos. Con esto no intento argüir la viabilidad de un verdadero sistema democrático pues es una ironía recurrente entre los políticos y los juristas pensar que millones de ciudadanos se puedan reunir en la plaza pública para legislar, esto solo sería posible a nivel municipal. En ámbitos más amplios la informática hace técnicamente posible en nuestros días el voto electrónico y la celebración de referendos con la frecuencia que se quiera, eso si presumiendo el consiguiente cansancio de una ciudadanía constantemente llamada a votar.

Así pues llegamos a la conclusión de que no vivimos en una democracia como continuamente repiten los políticos con la boca llena de democracia, sino que resulta que la democracia también es una utopía, acaso como el anarquismo, que además al igual que la democracia se basa en consenso, por lo que desde mi punto de vista democracia y anarquismo vienen a confundirse desde una perspectiva pragmática, entre otras cosas porque la democracia es un presupuesto básico del anarquismo.

Con todo esto quiero llegar a la conclusión de que aunque la democracia sea también una utopía, hay toda una línea continua que va desde el ideal utópico de la democracia hasta el sistema en el que vivimos, que a mi modo de ver se acerca mas a un sistema autoritario que a una democracia, pues la única intervención del ciudadano de hoy en día en la vida política de nuestro país es acudir cada cuatro años a las urnas, ese es su único derecho y la única obligación, en lo que a decisiones políticas se refiere. Y este es a mi juicio el más grave problema de este sistema, la falta de mecanismos de democracia directa, la negativa por parte de los políticos de que ciertas leyes polémicas como la de matrimonios gays, o asuntos que siempre han levantado ampollas en nuestro país tales como el aborto, la eutanasia o el derecho de autodeterminación del País Vasco y Cataluña puedan ser sometidos a referéndum. También la imposibilidad de que la iniciativa legislativa popular, consistente en la presentación, por cierto número de ciudadanos de una proposición de ley para su tramitación parlamentaria, admita ningún tipo de referendo, lo que sería a mi modo de pensar su proyección más lógica. De esta forma mediante la iniciativa legislativa popular los ciudadanos podrían decidir si es necesario someter a referéndum su propia proposición de ley, de esta forma el pueblo tendría la facultad democrática de legislar.

Este es el principal problema a nivel orgánico que plantea nuestro sistema partidocrático, la ausencia de mecanismos directos de democracia, sin embargo no es la única contradicción democrática, sino que hay más. Así cabe destacar el hecho de que los ciudadanos no puedan elegir al poder judicial, lo que no me parece justificable en un sistema democrático. En nuestro país los jueces son elegidos por el Consejo General del Poder Judicial que es el máximo órgano de autogobierno de nuestra Magistratura pero cuyos vocales a su vez son elegidos por el parlamento, lo que supone un grave quebrantamiento del principio de la división de poderes, principio consagrado en todas constituciones de los Estados de Derecho al que dan paso las revoluciones liberales del siglo XVIII, pues supone que el poder judicial esté cuanto menos mediatizado por el legislativo. Sin embargo más injustificable aún en relación al principio de la división de poderes, es la figura legal de los Decretos Ley que no son otra cosa que disposiciones legislativas con fuerza de ley que puede dictar el Gobierno, eso si “en caso de extraordinaria y urgente necesidad”. Así pues el presupuesto de hecho habilitante, es decir la condición a la que esta supeditada la promulgación de los Decretos Ley es que se produzca una situación de gravedad tal que esta no se pueda regular por el procedimiento parlamentario ordinario. Sin embargo debe ser España un país extraordinariamente convulso, porque entre el año 1979 y 2001 se aprobaron un total de 310 Decretos-leyes, o lo que es lo mismo un promedio de 14 Decretos-leyes por año. Todo esto teniendo en cuenta como ya he dicho que la figura de los Decretos Ley representa una contradicción flagrante pues facultan al poder ejecutivo para que pueda legislar.

Otra contradicción importante es que en nuestro país las listas electorales sean cerradas y bloqueadas. Las listas son cerradas cuando contienen tantos candidatos como escaños en liza, de manera que el elector no pueda incluir ningún nombre de otra candidatura diferente. Son bloqueadas porque además determinan el orden de prelación de los candidatos, no pudiendo el elector establecer un orden distinto entre ellos. Las listas cerradas y bloqueadas, y ahora parafraseo literalmente a Antonio Torres del Moral catedrático de Derecho constitucional que ha escrito el libro “Estado de derecho y democracia de partidos” que en su momento tuve que estudiar y en el que ahora me baso para lanzar mi alegato contra la democracia hipócrita de nuestros días, trasladan en medida considerable el momento decisivo de las elecciones a una fase previa : la de la confección de las candidaturas por los partidos políticos, elaboración que, al hacerse teniendo a la vista los resultados electorales de años anteriores y de las encuestas que realizan empresas especializadas, predetermina en un porcentaje muy alto la ulterior composición personal de la Cámara. Es irrenunciable por eso que esta fase intrapartidaria del proceso electoral se desarrolle con participación de los militantes y con transparencia ; es decir con democracia interna. Pero ello no sucede así por lo general, de donde proviene una de las más graves grietas entre la democracia de partidos y el Estado social y democrático de Derecho.

En fin, la entrada de los partidos políticos en los sistemas de representación democrática, como es el caso de España, ha terminado transformando su funcionamiento y convirtiendo a la democracia representativa en un sucedáneo de la democracia aún más feroz que la propia democracia representativa : la partidocracia. De hecho, el mandato representativo no ha funcionado nunca como era de esperar, pero hoy ha entrado en franca crisis en la democracia de partidos, en la que según Torres del Moral, ha aparecido un pseudomandato imperativo, a lo que tengo yo que preguntarme qué tiene de “seudo”, acaso el hecho de que todos los diputados dentro de un grupo parlamentario emitan las mismas opiniones o voten las leyes con una escrupulosa unanimidad no es determinantemente significativo de que los partidos imponen a los parlamentarios una rígida disciplina en su comportamiento político. Acaso no es eso un claro mandato imperativo lo que imponen los partidos políticos sobre los grupos parlamentarios. Evidentemente lo es, el mandato imperativo, que además es anticonstitucional, ha suplantado al mandato representativo, prescrito por nuestra constitución y por todas las constituciones de los llamados estados democráticos de Derecho por ser un presupuesto esencial de la democracia.

Ya para concluir, una vez repasadas algunas de las más importantes hipocresías a nivel orgánico de la “democracia” y en las cuales me baso para defender mi postura sobre la necesidad de cambiar el sistema desde fuera del mismo, pues para hacerlo desde dentro habría que contar con la voluntad de las mismas personas que lo sustentan, lo que sería desde mi punto de vista un ejercicio de futilidad, voy a intentar definir lo que es el poder para así poder argumentar mi decisión abstencionista. El poder es pues, capacidad de decisión y de influencia : es capacidad de hacer por si mismo y de determinar que otros hagan o, al menos, de influir en su actuación. Para ello se necesita fuerza y/o autoridad. Tiene fuerza quien dispone de los medios necesarios para obtener el resultado pretendido. Tiene autoridad quien es reconocido como titular de un derecho a emplear esos medios. La fuerza se apoya en la superioridad física, en las armas, etc. Es decir en el temor de los sometidos, en el mismo temor al que los ciudadanos españoles estuvieron sometidos bajo la dictadura franquista. La autoridad, sin embargo proviene del prestigio y su ejercicio genera obligación, obediencia a sus mandatos. Por eso cuando votas y participas en un sistema determinado estas refrendado con tu voto no solo una serie de valores inherentes a ese sistema sino que estas invistiéndole de autoridad porque lo estas legitimando con tu voto. Es por ello que no es ninguna utopía pensar que si el nivel de participación electoral en un país empieza a bajar considerablemente la clase política pueda plantearse hacer cambios legislativos de importancia, sobre todo si la abstención de los ciudadanos esta respaldada por la acción directa anteriormente aducida, pues la fuerza sin autoridad, si no logra consolidarse en un sistema autoritario, lo que pasó al termino de la Guerra Civil pero que no es francamente posible en nuestros días, acaba sucumbiendo, se desvanece. En conclusión, no se puede cambiar un sistema desde el gobierno sino desde el poder, y ese poder no lo ostenta el gobierno de un país, ni sus políticos sino que ese poder reside ineludiblemente en el pueblo, y es el pueblo quien decide ejercerlo o delegarlo cómodamente en la clase política donde de facto descansa la apatía y la pereza del ciudadano español de nuestros días y no en el abstencionismo electoral. En cualquier caso, y aunque sólo sea por no irritar a los lingüistas, deberíamos plantearnos hacer una revisión semántica de la palabra democracia si es que queremos seguir diciendo que vivimos en ella, pues si nos atenemos al significado etimológico de la palabra (demo = pueblo, cracia = poder ; democracia = poder del pueblo) y en virtud de todo lo expuesto anteriormente podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que la democracia se pierde cada vez más en la adversidad.

D. Porras.