Aprovechando la cobertura mediática proporcionada por el reciente estreno de la película homónima es buen momento para echar un vistazo, de nuevo, a una de las mejores, si no la mejor, novela de espías.

El Topo, en original “Tinker, Taylor, Soldier, Spy”, editada en 1974.

Su autor, John Le Carré, ya había hecho sus pinitos en el género y era el autor de una estupenda “El espía que surgió del frío” que consiguió aunar a público y crítica en su valoración más que positiva.

Para leer “El Topo” es preciso recordar los años de Guerra Fría, la lucha, sorda en algunos momentos, en otra encubierta y en otra patente entre las dos grandes potencias de entonces.

Para leer “El Topo” es preciso recordar los años de Guerra Fría, la lucha, sorda en algunos momentos, en otra encubierta y en otra patente entre las dos grandes potencias de entonces. Hay que echar la vista atrás, volver a hablar de la OTAN y del Pacto de Varsovia, del telón de acero, de los bloques enfrentados, no sólo políticamente sino ideológicamente, de una lucha en el que el escenario era el planeta al completo, con miles de misiles, cargaditos de cabezas nucleares, apuntándose mutuamente, con unas fuerzas en juego descomunales que abarcaron desde millones de soldados hasta los primeros satélites, de una lucha por la supremacía que cómo no, tuvo sus alcantarillas, sus momentos de sucia lucha, sus engaños y sus espías.

De esos espías es de lo que versa la novela, en especial de los espías al servicio de la Reina, los habitantes del Foreign Office, llamado por el autor el “Circus” que pretendían luchar con sus escasas armas en defensa de lo que ya, en aquellos años, era una entelequia, el Imperio Británico.

Pero para comprender la novela no sólo hay que echar la vista atrás, sino también posar una mirada detenida sobre los que nos rodean, en el fondo, por muy inteligentes que sean, lo son y mucho, los espías son seres humanos, con debilidades, con manías y con una vida personal que por momentos se antoja peculiar. Esa idea, que proviene de Grahan Greene, la toma Le Carré y sobre ella basa su novelística de espías. Como seres humanos y no como máquinas, tipo James Bond, marca por completo todo el devenir de la obra y cuyo paso salpica sin cesar la narración, siendo su mayor ejemplo el protagonista, George Smiley, un hombre inteligente a más no poder, hábil en el tráfago del espionaje, listo a rabiar, pero sentimentalmente poco más que un adolescente. No es hombre guapo, ni apuesto, sino todo lo contrario, es bajito, regordete, tiene unas enormes gafas de aumento y apenas levanta suspicacias a su alrededor, ¿alguien se imagina un espía así?

Todo empieza con una pequeña sospecha, un pequeño cabo que alguien, como por error, recolecta de una operación fracasada en la otra punta del mundo y poco a poco, paso a paso, con la duda permanente por todos y por todo, se va desentrañando la historia. Una historia que era el mantra de todo servicio de espionaje, un topo, un infiltrado en la propia red que había progresado dentro del servicio hasta ocupar un cargo de peso y de responsabilidad.

Pero la novela es mucho más, es un canto a la lealtad y sobre todo versa sobre la traición, una traición no sólo a la patria, sino a un modo de vida y a unos amigos/compañeros que acompañaron a los protagonistas durante toda su vida y por eso la traición transciende al servicio, sino que se adentra en el propio ser de los protagonistas, en su alma más íntima, en su fuero más interno.

También versa sobre lo que se pierde en ese juego, sobre el daño que se llega a producir por el simple hecho de conseguir alguna ventaja en el servicio, puesto que la lucha deja de ser una cuestión laboral y pasa a ser una personal.

Si la novela se considera de categoría no es sólo por el entramado interno, muy rico y variado, sino también por los personajes tan reales y vívidos que nos llenan de placer, desde el propio Smiley hasta Connie Sachs. Siendo unos personajes tan bien trazados y con tanta carnosidad que John Le Carre los utiliza como protagonistas en otras novelas suyas, tales como “La gente de Smiley” y “El honorable colegial”.

Pero como historia compleja y variada, con miles de pequeños hilos, también, y eso tiene una gran dosis de buena literatura, trata sobre la lucha de dos formas de ver la vida, puesto que en el fondo, muy en el fondo de la novela versa sobre la lucha entre dos seres humanos que son espías, el querido Smiley y Karla, su homónimo ruso. Ambos con un pasado en común, con una historia a cuestas, con sus propios muertos en el armario, con sus debilidades y esa lucha la ganará quien mejor sepa esconder o vivir con esas debilidades, ese alma íntima que haría variar una lealtad y esa lealtad, al final de los tres libros de Le Carré no es otra que a lo que somos como seres humanos.

La novela El Topo es una obra de calado, que tiene una virtud innegable y es arrastrarnos página tras página sin darnos un respiro, con una duda total y permanente sobre quién puede ser el Topo y ese alguien nos sorprenderá tanto como la novela en sí.

Si no la han leído es un buen momento para comenzar la lectura y si ya la leyeron, hace tiempo, tampoco sería descabellado volver a tomar el libro y volver a saborear ese Londres de mediados de los 70 lleno de sabor, ruidoso y que el autor consigue representarnos de una manera muy rica y característica.

Sergio Torrijos Martínez


Fuente: Sergio Torrijos Martínez