Artículo de opinión de Rafael Cid
El pasado 31 de mayo, pocos días antes de activarse la moción de censura del PSOE escribía unas líneas valorando la iniciativa como una posible Segunda Transición. Lógicamente, el texto no era más que una arriesgada presunción intelectual. Incurría en el vicio tan frecuente entre los escribidores de cobrarse la pieza antes de cazarla. Ahora, proclamado el gobierno surgido de esa nueva concurrencia de debilidades partidistas que ha fulminado a Mariano Rajoy, creo que el pronóstico camina hacia su meta. La flecha está lanzada.
El pasado 31 de mayo, pocos días antes de activarse la moción de censura del PSOE escribía unas líneas valorando la iniciativa como una posible Segunda Transición. Lógicamente, el texto no era más que una arriesgada presunción intelectual. Incurría en el vicio tan frecuente entre los escribidores de cobrarse la pieza antes de cazarla. Ahora, proclamado el gobierno surgido de esa nueva concurrencia de debilidades partidistas que ha fulminado a Mariano Rajoy, creo que el pronóstico camina hacia su meta. La flecha está lanzada.
En esa nota de circunstancias afirmaba que la Transición de la dictadura la democracia (1975-1978) también se configuró sobre un totum revolutum en el que fuerzas dispares confluyeron con un objetivo común. Superar el pasado inmediato haciendo de la necesidad virtud fue la divisa que permitió fraguar ese sincretismo. También sostenía que en el concurso de cesiones cruzadas que tal proyecto implicaba se dejaron baldíos principios fundamentales De ahí que la etapa que se abrió preservara un cierto statu quo en relación con la precedente. Temas como la forma monárquica de Estado; la confirmación del Rey designado por Franco; la aceptación de la economía de mercado sin mayores quebrantos, la amnesia histórica vestida de amnistia; o el respeto de las alianzas militares trenzadas por el anterior régimen, fueron algunos de esos elementos de continuidad. Una ciudadanía entregada despejó el camino para “el milagro español” ( para otros una “anomalía” perniciosa) que hoy busca reedición.
Porque lo que aún diferenciaba a una Transición en acto de otra en potencia era Suresnes. Aquel Congreso que los socialistas del interior celebraron en 1974 para romper amarras con los viejos republicanos que desde el exilio representaban el legado del PSOE histórico. Pero tras la formación del gabinete por Pedro Sánchez, ese flanco también se ha cubierto. En esta ocasión el Suresnes 2018 no ha tenido que hacer las maletas y viajar al otro lado de los Pirineos. La ruptura con sus predecesores se alentó cuando la vieja guardia intentó acabar con Sánchez a través del golpe de mano de la gestora. Esa es la primera enseñanza que hay que sacar de la conformación del equipo gubernamental socialista surgido de la moción de censura. Su núcleo duro lo integran personas que en aquellas difíciles jornadas y en la posterior travesía del desierto permanecieron fieles al defenestrado por la conspiración de las camisas viejas y sus terminales mediáticas.
¿Y ahora qué? Sin duda el gran hándicap de este gobierno socialista respecto al presidido por Felipe González cuando llegó al poder en 1982 (con cero ministras en el gabinete) radica en la extrema debilidad que le otorgan sus 82 diputados, que no será corrosiva hasta que no afloren los compromisos contraídos con sus ocasionales aliados. Y mientras esa contraparte madura, Sánchez puede aprobar una serie de medidas populares que le permitan ampliar su zona de confort entre el electorado. Temas como la derogación parcial de la Ley Mordaza; la revisión de los aspectos más lesivos de la reforma laboral del PP; la actualización de las pensiones con arreglo al IPC; la legalización de la eutanasia; mejoras en las políticas de igualdad y dependencia; y otros asuntos de semejante talante que no “cuesten dinero” permitirán a Sánchez aumentar su crédito entre la ciudadanía para mitigar envites desestabilizadores a corto plazo.
Por supuesto, ese estado de gracia evitará toda exigencia derogatoria sobre la reforma del artículo 135 de la Constitución, nudo gordiano de todos los ajustes y recortes; o la reforma de pensiones y laboral perpetrada por Zapatero. Todo eso ha caído en la agenda del olvido de actores políticos de izquierda (Unidos Podemos) y agentes sociales (CCOO y UGT), comprometidos con el “váyase señor Rajoy”. La centrales sindicales, que protagonizaron una huelga general contra la reforma del mercado de trabajo decretada por Zapatero (pactaron la de las pensiones) ya han insinuado que no piensan tomar medidas drásticas en ese terreno. Se contentaran con meros retoques sin sacar los pies del tiesto como manda el manual del consenso. En ese marco el papel más incómodo le corresponde al partido morado, el único en proclamar su apoyo incondicional a la moción de censura. Otra coincidencia con lo ocurrido en la Primera Transición. Donde el PCE sufrió una opa amistosa (fuego cruzado) del felipismo que derivaría en una decisiva migración de militantes, cuadros y votantes desde las filas del carrillismo hacia el emergente PSOE.
Una espada de Damocles difícil de esquivar para Pablo Iglesias si la “era Sánchez” se afianza como Segunda Transición, dado que buena parte del capital político de Podemos proviene de socialistas desamparados. De activarse esa hipótesis, el pablismo se encontraría ante un dilema envenenado habida cuenta de su incondicionalidad de origen (fe ciega en lo “anti” primero). Incurrir en algo similar a la que fue la “pinza” de Anguita con Aznar, lejos de frenar esa deriva, podría desestabilizar estructuralmente a la formación que llegó a la política española en plena crisis para arrinconar al bipartidismo indiscriminadamente (PSOE, PP, la misma mierda es). Cabe que la inmadurez de los dirigentes de Podemos y su bipolaridad temperamental estén incubando las condiciones para tropezar en la misma piedra que llevó al viejo PCE a compensar la cantera del felipismo rampante.
Todo ello si Cataluña se “pacifica”, vía medidas de acercamiento de presos y asistencia financiera desde el Estado para blindar el regreso al autonomismo de Torra, haciendo innecesario otro 155 y su bronca consiguiente. En ese supuesto impredecible, el PSOE de Sánchez podría encarar el futuro sin tener una mano atada a la espalda. Sin embargo, si nuevamente el procés entrara en ebullición, no está claro que la recuperación del 155 por Sánchez conllevara las cargas de profundidad que acusó el gobierno de Rajoy. Incluso podría suceder que sacara fuerzas de flaquezas. Y que esa reincidencia forzada permitiera desvitalizar las posiciones de Ciudadanos en Cataluña y en España a favor del sanchismo, originando también un retorno nómada de los que migraron de Ferraz por su tibieza frente al órdago catalanista. Recordando lo igualmente ocurrido en la Transición cuando algunas de las familiares ideológicas de la UCD aterrizaron en el PSOE de Suresnes. La historia ni se detiene ni tropieza, pero a veces tiene replicas caprichosas.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid