Respecto al arte podemos considerar vitalista toda obra que refleje los problemas existenciales que comprometen al ser humano, siempre bajo el argumento de un impulso significativo que nos fuerza a vivir. Y aunque todo lo relativo al arte, en este caso pictórico, es un tema muy subjetivo, para mí, el contenido implícito de estas obras señaladas no narra exactamente una historia particular, sino que el discurso que esta sujeto al marco de su expresión es más un problema humano, y...
…no sólo el problema de un humano, tal y como ya nos demostró Picasso con el Guernica, hace ahora 75 años. Si la visión de esta tela nos enfrenta directamente al caos de los valores defraudados por la humanidad reclamándonos consciencia y sentido, no podemos pasar por alto que, para construir hace falta destruir los viejos santuarios reaccionarios; pero no sólo hay que dinamitar, fundamentalmente se tiene que solucionar el problema que determina que jerarquía de valores es básica en cada momento.
…no sólo el problema de un humano, tal y como ya nos demostró Picasso con el Guernica, hace ahora 75 años. Si la visión de esta tela nos enfrenta directamente al caos de los valores defraudados por la humanidad reclamándonos consciencia y sentido, no podemos pasar por alto que, para construir hace falta destruir los viejos santuarios reaccionarios; pero no sólo hay que dinamitar, fundamentalmente se tiene que solucionar el problema que determina que jerarquía de valores es básica en cada momento.
Picasso nos demostró con el Guernica la angustia del proletariado, la sinrazón de un periodo agotado que derivó hacia el fascismo y al nacionalsocialismo, cuyo resultado inmediato fue el valor de la fuerza como dominio y el horror de la guerra como colofón. Como todo gran artista no creo solo. Su predecesor natural, en este corte sangrante de valores, fue otro visionario: Francisco de Goya. El genio de Fuendetodos tuvo que esperar hasta que la situación social fue permisiva para crear la serie que lleva por nombre los Caprichos. Y ésta se dio cuando Jovellanos y Saavedra, los ilustrados españoles, accedieron a los puestos de poder político a finales del siglo XVIII. Esta coyuntura política le autorizó a expresar, mediante la creación de estos grabados, una contundente crítica intelectual que tiene como protagonista los vicios que asolaban a la sociedad de esa época, en especial a la nobleza y al clero. Y no eran pocos: censura, lascivia, brujería, codicia, envidia… lo que le convirtió, además de su genial faceta pictórica fuera de toda duda, en un cronista, en un caricaturista de la sociedad de la cual participaba. Igual que Picasso reflejo el error y el horror de la I Guerra Mundial y de la Guerra Civil española, fiel anticipo de una segunda Guerra Mundial, Goya se adelantó a los continuos desajustes sociales que derivaron en lo que Picasso acabó mostrando: que el sueño de la razón sigue produciendo monstruos.
No hacia muchos años, en 1789, el país vecino había descorchado el mejor champagne que el pueblo guardaba en las bodegas de su comportamiento. Ya por entonces habían desembarcado en los muelles absolutistas de Europa, los aromas que construyeron la independencia de los Estados Unidos. Dos episodios que observaron la victoria del ateismo y el laicismo (luego ficticios), por un lado, y un nuevo concepto de comunión entre política y economía, muy contagiado por las religiones católicas rechazadas por Europa, y proyectadas por los peores reclusos del continente. Este enlace ideológico entre el Código Civil y la concepción de un Nuevo Testamento, es una de las causas principales desde donde nos han sobrevenido las peripecias fonambulistas que nos afectan actualmente. Es posible que estemos en el anticipo de otro sueño, de otro caos, de otro monstruo.
Es evidente que no debemos volcar nuestros errores al pasado. El presente es nuestro. Pero tampoco debemos evadir nuestra responsabilidad desde el pasado. Las reflexiones deben partir desde este tipo de propuestas históricas, considerándolas, no como un diálogo entre individuos abstractos y aislados, sino como un proceso reciproco entre el pasado y el presente, entre la sociedad de hoy y la sociedad de ayer. De la misma manera que Picasso bebió de la experiencia de Goya, nosotros debemos beber de los conocimientos de ambos. Quizás, tan sólo sea un ejercicio de oxigenación mental, pero creo que es necesario volver la mirada al hombre y a la sociedad, tal y como hicieron en aquella época los “ilustrados”: “Es la existencia del hombre la que da interés a la existencia de otros seres… el hombre es el término único del que debemos partir”. Es evidente que la materia prima con que trabajan los historiadores son los hechos humanos en su instalación y devenir temporal, por lo que, una vez abandonada, por sabida, la implacable lógica de que la idea de progreso propone a la humanidad la aniquilación para avanzar, debemos considerar vitalista y necesaria toda obra, como la de Goya o Picasso, que refleje vivencias que comprometan al ser humano. De la misma manera que la época de las luces fue consciente de que un espíritu revolucionario recorría el tiempo, que acabó provocando una radical ruptura con el pasado para crear un futuro completamente nuevo, de la misma forma que Picasso nos demostró que ese renovado mundo estaba concluyendo, hoy tenemos que ser conscientes de que a aquel mundo tal vez, si no seguro, le ha llegado su final. Por lo que deberíamos darnos cuenta que tenemos que romper definitivamente con ese pasado para crear un nuevo futuro. El futuro de nuestras inquietudes. Aunque el precio a pagar sea, en el devenir del tiempo, un descontento similar al actual. Pero por lo menos el ser humano que dormita en nuestro ser animal volvería a despertarse.
Es tal el miedo a la vida que nos han transmitido, que la humanidad vive en la oscuridad, y nada más porque no somos capaces de pensar, de conocer por nosotros mismos. Nos han instalado en la pereza y la cobardía, en el consumismo y la envidia, cuya consecuencia, a lo largo de estos años, ha sido la limitación de las libertades, a causa de que gran parte de los seres humanos permanecemos, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida. Es por eso es tan fácil para otros erigirse en nuestros tutores. El espíritu de esta época reside en la minoría que hace trabajar a la mayoría, que a su vez es enriquecida por aquélla, y que además nos gobierna, nos ningunea, nos engaña y nos dice cuando tenemos que protestar, evidenciando, una vez más, que los hombres no somos dignos de gobernarnos a nosotros mimos.
En este punto debería empezar nuestra emancipación. Necesitamos un periodo de pensamiento totalmente nuevo; nos tenemos que rebelar contra los prejuicios y errores del pasado, contra la tradición enemiga del progreso. Tenemos derecho a optar por una nueva forma de pensar, de entender la realidad, de encontrarnos frente al mundo. Hemos agotado nuestra propia herencia, y nada más porque nos hemos desviado hacia la maldad, y no por condición como decía Hobbes, sino por ignorancia, como nos indicaba Sócrates. Los pensadores de la Ilustración tenían conciencia de vivir una época del pensamiento y de la cultura en general totalmente nueva. Pero no era una situación ya existente y que, por consecuencia, se encontraron; sino que ellos fueron sus artífices, los que la gestaron y dieron forma como a una criatura recién nacida. Esa es la hoja de ruta, una ruptura radical con el pasado más próximo, para qué crear un nuevo futuro procurado por una ideología que ya conocemos: humanizar la sociedad y moralizar la política. Ya que como individuos no podemos vivir aisladamente sin relación con otros, debemos considerar la ciencia política como la posibilidad de hilar una moral social que no es otra cosa que el ser humano y la búsqueda de su libertad. Evitemos que el sueño de la razón nos vuelva a producir monstruos. Todavía está en nuestras manos e ideas.
Julián Zubieta Martinez
Fuente: Julián Zubieta Martinez