Desde los tiempos de Felipe González hasta nuestros días, todos los gobiernos y todos los grandes partidos (los que realmente pintan algo a la hora de manejar los recursos públicos) se han visto salpicados por tantos casos de corrupción que la lista nos ocuparía más espacio del que disponemos.

Las estafas y corruptelas descubiertas (seguramente hay muchas más que no han salido a la luz) han tenido como inculpados a políticos del PSOE, del PP, de CIU, del PNV, de CC y en niveles más modestos de IU o de los aparatos sindicales de UGT y CCOO.

Las estafas y corruptelas descubiertas (seguramente hay muchas más que no han salido a la luz) han tenido como inculpados a políticos del PSOE, del PP, de CIU, del PNV, de CC y en niveles más modestos de IU o de los aparatos sindicales de UGT y CCOO.

Pero tampoco se han librado del escándalo otras instituciones tan respetables, en apariencia, como la Iglesia, las Fuerzas Armadas, la Justicia o la Corona. Y es que, a la hora de gestionar el dinero ajeno, no hay grandes diferencias entre políticos que se definen de izquierdas o derechas, españolistas o separatistas, laicos o seglares: lo que cuenta es ver cuánto se puede trincar y como puedes beneficiar a familiares y amigos.

Por supuesto que sabemos que en la base de estas organizaciones hay gente honrada que se mueve por ideas (con las que podemos discrepar, seguramente) y no por intereses personales. Lo que estamos señalando con asco es el lodazal en que se revuelcan en los últimos tiempos las castas dirigentes.

Aunque en la tumultuosa historia española la corrupción viene de muy lejos, la verdad es que en esta última etapa con el PP están rebasando todas las metas anteriores, tanto la cifra de corruptos como las elevadas cantidades de los reiterados saqueos a las arcas públicas, demuestran que estamos ante un grupo de chorizos difícil de reunir en cualquier otro tiempo o lugar.

No hay dinero del contribuyente que no esté en peligro de terminar en las opacas cuentas de los bancos suizos o en cualquier paraíso fiscal. Se ha saqueado con absoluta desvergüenza, desde de los presupuestos de países empobrecidos en las partidas para servicios sociales, los subsidios a desocupados o las subvenciones europeas para el campo.

La sociedad asiste, entre atónita e indignada, a la sucesión de casos y nombres ilustres que van llenando el libro marrón de la infamia, del yerno del Rey a la cabeza de los jueces, pasando por altos cargos de todas las administraciones, presidentes de la patronal o de estos bancos que ya nos han costado alrededor de 450.000 millones de euros, no hay rincón de la vida política y económica donde no sea necesario entrar con la nariz tapada. Tal es el olor de todas las estructuras del poder en este país (y en muchos otros, claro).

Pero lo que hace aún más vergonzoso el espectáculo de esta piratería de lujo es que todos estos personajes (que aún se pasean en coche oficial y asisten a recepciones) es que asciendan al rango de «muy presuntos» defraudadores y / o ladrones después de haber dejado patente su incompetencia para resolver los graves problemas sociales que habían prometido solucionar cuando el electorado los colocó al timón de las instituciones. No sólo nos han mentido, es que también nos han robado.

Que las corruptelas y el tren de vida de esta gente lleguen a la calle simultáneamente los seis millones de parados, los cientos de miles de desahucios, los recortes en sanidad, educación, pensiones , ayudas sociales, la enésima reforma laboral, la represión policial y las multas (sólo a los pobres que protestan) y tantos otros etcéteras, ha elevado el malestar social y el rechazo mayoritario a esta malversación de los fondos que se detraen de donde más falta hacen.

Por muy crédula o apolítica que sea una persona, es normal que se cabree cuando ve que estos mismos tipos-con dos o tres sueldos y otros tantos chalets de lujo-que le piden sacrificios y le recortan ingresos y derechos son los mismos que ahora buscan bastas excusas para eludir esta prisión de la cual, de ser pobres, no se entregarían.

Frente a este desolador panorama, que podría lanzar a la gente en manos de opciones totalitarias encabezadas por algún líder mediocre y oportunista, lo que desde la CGT nos toca es intensificar el trabajo de los últimos años, reforzar el mensaje y las propuestas de la autogestión, saber estar al lado de los que sufren y luchan, demostrar que nuestra organización sí hace lo que dice y es una herramienta más útil que nunca.

Sin dejar de afianzar el sindicato, porque es una garantía de que las clases populares puedan contar con instrumentos de organización y autodefensa, debemos sumarnos a toda esta movilización social que ha emergido desde el 15M de 2011.

La CGT debe apostar por confluir, por compartir, por aportar su larga experiencia y sus escasos pero preciados medios a este movimiento que sabe muy bien lo que no quiere-porque tampoco le gusta lo que hay-pero que aún sigue buscando modelos participativos y justos.

Si el caducado modelo capitalista se descompone, víctima de sus propios excesos, es necesario que desde el movimiento libertario y el anarcosindicalismo vayamos construyendo, junto a otros sectores desafectos al sistema, otro modelo de vida y de relaciones.

Seguramente no estamos en la puerta de la soñada revolución, pero las asambleas de barrio, las plataformas y mareas sectoriales, los locales autogestionados, los huertos ecológicos, las cooperativas de autoempleo, los bancos de tiempo, los mercados de trueque y tantas iniciativas como están surgiendo son pasos que nos acercan a la estimada utopía.

* Antonio Pérez Collado es Secretario General de la CGT del País Valenciano. Artículo publicado en el núm. 265 del periódico confederal Rojo y Negro.

http://www.cgtvalencia.org/2013/04/el-sistema-fa-pudor-podrit-article.html


Fuente: Antonio Pérez Collado