Un grupo de mujeres gallegas están en huelga de hambre para exigir mayor compromiso político contra la violencia de género. Dicen que prefieren morir de hambre que a manos de su maltratador. Que, así al menos, conseguirán llamar la atención sobre el feminicidio que ha provocado 2400 víctimas en nuestro país durante los últimos treinta años. Sobre unos jueces y fiscales que, sospechosamente, han archivado las denuncias de la mitad de las participantes en la protesta.

Piden que su ejemplo se extienda por todo el estado. Por otro lado, activistas de Madrid proponen un «Pacto Feminista por las Mujeres». Una plataforma que aúne las asociaciones feministas y les ayude a coordinar objetivos y estrategias.

Piden que su ejemplo se extienda por todo el estado. Por otro lado, activistas de Madrid proponen un «Pacto Feminista por las Mujeres». Una plataforma que aúne las asociaciones feministas y les ayude a coordinar objetivos y estrategias. En el 2010, un diputado popular gallego llamado Pedro Arias, se justificó de una boutade anterior empleando estos términos: «Todos somos un tanto incomprensibles, tenemos unas zonas de sombra, no sólo las mujeres son el sexo oscuro; los hombres tenemos nuestras carencias». El sexo oscuro. Una inferioridad inherente al género que permanece latente en el inconsciente, pero también en la consciencia, de la sociedad contemporánea. Aunque muchos renieguen del feminismo, incluso desde posiciones supuestamente progresistas, la realidad es inapelable. En España, no solo en el tercer mundo, la mujer muere asesinada, es golpeada, explotada sexual y laboralmente, menoscabada intelectualmente. Y en la actualidad, los logros en torno a nuestra libertad reproductiva están amenazados por un gobierno declaradamente misógino que promulga decretos inspirados en el catecismo de la sección femenina de falange. Negar la represión y el acoso que padecen las mujeres es tan estúpido como negar la lucha de clases en la que estamos sumergidos. La realidad es incómoda pero no afrontarla puede traer consecuencias nefastas para el futuro. Si además de ser «miembra» del sexo oscuro perteneces al mundo de los asalariados o al de los excluidos, los frentes se te multiplican. Para nosotras, existe siempre doble yugo. Por eso, no solo las mujeres como víctimas potenciales, cualquier individuo que desprecie el abuso, la degradación o la violencia ejercida contra los seres humanos, debe abrazar el feminismo. No es un movimiento obsoleto. Sus objetivos, ni remotamente han sido superados. La lucha de nuestro sexo por salir de ese lado oscuro y tenebroso al que nos confinan con la pata quebrada tiene plena vigencia.  El enemigo del feminismo nunca fue el género masculino, sino la mezquindad, el oscurantismo religioso y la falta de juicio. Y de todo esto, andamos bien servidos estos días.
Ana Cuevas


Fuente: Ana Cuevas