Artículo de opinión de Rafael Cid
Entre otros pautados que identifican al capitalismo neoliberal que nos domina y explota, con la ayuda, sumisión y justificación de la derecha y la izquierda institucional, está el de tratar de convertir lo meramente cuantitativo en específicamente cuantitativo y lo cardinal en ordinal. Con tal entronque, en países con escasa tradición democrática, se establecen legitimidades como las elecciones partidocráticas (reguladas según la ley del número) o las consultas populares cuando nacen de arriba abajo, nunca al revés.
Entre otros pautados que identifican al capitalismo neoliberal que nos domina y explota, con la ayuda, sumisión y justificación de la derecha y la izquierda institucional, está el de tratar de convertir lo meramente cuantitativo en específicamente cuantitativo y lo cardinal en ordinal. Con tal entronque, en países con escasa tradición democrática, se establecen legitimidades como las elecciones partidocráticas (reguladas según la ley del número) o las consultas populares cuando nacen de arriba abajo, nunca al revés. De hecho la Constitución vigente solo admite episodios de “democracia directa” en versión consultiva, como el referéndum o la iniciativa legislativa popular.
Por su propia inercia esta filosofía de la praxis no solo hace que los comicios constituyan una expresión de despotismo, al verificar mayorías numéricas de electores elijan a minorías oligárquicas de gobernantes. Además, introduce en la mentalidad política (y social) de la ciudadanía el ADN de la verticalidad, la jerarquía, la disciplina, la exclusividad y el elitismo. Es la masa la que “libremente” se dota de dirigentes. De ahí la conocida mención a la “sociedad de masas” como categorización positiva del modelo de organización del sistema.
Y decir sociedad de masas significa también sociedad de consumo, lo que nos lleva necesariamente a establecer que la iniciativa en cuanto a estructuración de la forma de vida radica en el modelo productivista. El homo oeconomicus, es una consecuencia del modelo mercantil imperante, caracterizado por la producción mayorista, a escala. A escala, el mismo argumento que los politólogos de cabecera del neoliberalismo esgrimen para negar la posibilidad de una alternativa realmente democrática al régimen. Las sociedades complejas son sociedades de masas, y punto, afirman, para negar toda posibilidad de humanismo político-económico (el hombre como medida de todas las cosas).
Asumir que el secreto de la longevidad de la hegemonía global esté en la masa, conlleva otros atributos. A saber, la existencia de sociedades artificiales, formateadas por agentes externos a la voluntad de sus integrantes. Suele decirse, sobre todo desde posiciones colectivistas, que el capitalismo neoliberal busca en la eliminación del Estado y la exaltación del individualismo los mecanismos que habiliten su control absoluto. No es cierto, aunque está bien buscado. Se trata en realidad de una argumentación metonímica. El sistema ni puede prescindir totalmente del intervencionismo estatal, ni dejar que el individuo completo irrumpa en el magma amorfo de las masas.
Otra cosa es el solipsismo inducido para degradar al individuo responsable hasta la condición de pulpa-masa y que con señuelo del Bienestar, el panóptico del Estado aparezca como un benefactor, lo que Octavio Paz llamaba para otros menesteres “el ogro filantrópico”. La homicida gestión de la actual crisis financiera prueba la eficacia de esa cohabitación bidireccional. Individuos aislados en la masa, muchedumbres solitarias, mutilados zoon politikon, resultan los colaboradores necesarios para la reproducción del sistema en momentos de emergencia si el Estado no declina. El “proteccionismo” estatal se retroalimenta en la docilidad de las masas.
Como el secreto de esa esfinge que llamamos sistema está en la masa, le personalización activa de sus miembros, recobrando su individual y con ello su dignidad, es un principio que agrede y contradice la lógica de esa dependencia full time. El pluralismo incide contra la uniformidad de la masa, el individuo se proyecta en oposición a la masa. Y ello porque, parafraseando a Mcluhan, las masas son extensiones del hombre fabricadas por los medios (de producción, de consumo, de comunicación, etc). La propia experiencia de las últimas y amplias (que no masivas) movilizaciones de protesta (desde el 15-M hasta el fenómeno Podemos, pasando por Nunca Máis y otros territorios del nomadismo disidente), son focos de insurgencia de personas reales en un espacio público (que no estatal) habitualmente contingentado por la masa.
El término “adiaforizar” fue inventado por el sociólogo polaco Zygmun Bauman para designar a lo que carece de sustrato moral o está falto de ética. En concreto “una acción declarada moralmente neutra” (Trabajo, consumismo y nuevos pobres). La masa está “adiaforizada”, el individuo no. La masa no tiene moral, el individuo si, por su intrínseca humanidad. De ahí que en la sociedad de masas no exista proyecto moral sino cálculo. Tampoco demo-cracia (autogobierno del pueblo) sino demoscopia. Desde arriba la masa se amasa para amansarla, por eso su dependencia es exógena y carece de impulso propio. No es un colectivo, ni una comunidad a la manera entendida por Max Webber (Gemeinschaft), sino que cristaliza como sociedad (Gesellschaft), o sea en un evento institucionalmente reglado por los valores del statu quo.
De ahí, que las revoluciones, las protestas, las rebeliones o las simples disidencias emerjan cuando el individuo que está inmerso en la masa recobra su autonomía como zoon politikon, dando pábulo a la sociedad civil. En la realidad cotidiana tenemos ejemplos de lo uno y de su contrario. La reacción espontánea, solidaria y decidida de los habitantes de Angrois ante el descarrilamiento del tren Alvia es un ejemplo de iniciativa popular, en las antípodas de la postura “populista”, incompetente y deshumanizada adoptada por las autoridades ante el brote de epidemia de ébola. En un caso había personas al mando, en el otro solo figurantes. Cambiando de parámetros, es la distancia ética que existe entre el “derecho a decidir” del demos y la “obediencia debida” de la masa.
En momentos históricos de crisis de las “distopías”, instaladas en el cortoplacismo de lo políticamente correcto que degradan la cadena trófica del ecosistema social, el espasmo puede dar paso a “utopías” duraderas que avalen saltos civilizatorios. El principio activo que fragua ese cambio radical es la prevalencia ética, la recomposición democrática de fines y medios, el empoderamiento de la calidad (virtud) sobre el reino de la cantidad. Afirma Jean Baudrillard en El espejo de la producción que “el izquierdismo se suicida si aspira a un ser estadístico, a convertirse en una fuerza política de masas”.
Irónicamente la pérdida de eficacia, el descreimiento, del discurso del poder tiene su origen viral en la eclosión de la falsa moral (prédica) con que apuntalaba sus distopías para recepcionar otras nuevas que le permitan perpetuar el statu quo. La ética del trabajo, el Estado de Bienestar o la presunción democrática están cediendo paso a nuevas realidades que aún no gozan de su correspondiente narración justificatoria, agrietando la impostada ilegitimidad del panóptico dominante. La aceptación del paro estructural como natural-inevitable; la petrificación del Estado como celador y la asunción de la corrupción como tributo de gestión social, están pasando el testigo a otras realidades ya descaradamente inmorales como el empleo de la violencia armada para depredar países no alineados o la reciente incorporación a las cuentas públicas (el PIB) de los dineros procedentes de actividades criminales como la prostitución, la venta de armas o el narcotráfico.
Tenemos los gobiernos que como masas nos merecemos (aunque nos repugne como personas).
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid