Artículo de opinión de Rafael Cid

“…barcos que pasan por la noche y ni se saludan ni conocen”

(Libro del desasosiego. Fernando Pessoa).

“…barcos que pasan por la noche y ni se saludan ni conocen”

(Libro del desasosiego. Fernando Pessoa).

Que un profesor de Ciencia Política, reconocido experto en la ex repúblicas soviéticas, consumado activista de los movimientos sociales, prominente divulgador de las amenazas del desarrollismo incontrolado y acérrimo defensor del decrecentismo, con más de cincuenta libros a sus espaldas traducidos a varios idiomas, publique un manual sobre el país vecino, a medio camino entre la guía sentimental, la crónica político-cultural y el ensayo histórico, resulta un gozoso acontecimiento que se calibra adecuadamente si aceptamos que nuestro maratoniano escritor aborda la tarea desde su talante de gallego comprometido, cosmopolita y nómada.

No es la primera vez en que Taibo dirige su atención a temas relacionados con la idiosincracia lusa, ese vecino a trasmano. De atrás vienen sus aportaciones en torno a la obra de Fernando Pessoa (Como si no pisase el suelo y Poesía de Fernando Pessoa) y otras cuestiones relacionadas con su cartografía (Galego, português, galego-portugês?). Pero lo notable de “Comprender Portugal” (Libros de la Catarata, 2015) reside en su empeño de hacer pedagogía  ilustrada sobre un territorio humano que ha desarrollado su existencia entre el desdén español y la empatía galaica. Mérito de un agudo analista de la problemática de nuestro tiempo que, desde el extrarradio de lo académicamente correcto, lleva años socializando opiniones y consideraciones disidentes para mejor interpretar el mundo que habitamos.

Hablamos de una franja de la península que ha sido relegada al olvido por muchos nacionales, cuando no menospreciada olímpicamente. La ignorancia que muchos españoles tienen sobre Portugal es babélica. Su interés se reduce poco más que al cálido Algarve para turistas en chanclas, una Fátima de penitentes y feligreses y la capitalina Lisboa para transeúntes con punto de encuentro entre la plaza del Rossio y la del Comercio, aunque todos ellos, indiscriminadamente, a buen seguro celebren a Cristiano Rolando, Luis Figo o José Mourinho. De ahí, como recuerda el autor, “ese lugar vacío que se asigna  a Portugal en los mapas meteorológicos  españoles”. Esas son las carencias que el libro citado viene a fustigar. Y lo hace con ese decir ceremonioso (¿antiguo y señorial?) a que Taibo nos tiene acostumbrados en sus charlas como conferenciante en ateneos, universidades, C.S.O.A. y meros garitos, sitios todos ellos donde suele acudir con generosa regularidad.

El texto que comentamos se interroga sobre la existencia de Portugal; explora su historia antigua y contemporánea; recorre los momentos singulares de su literatura; desbroza apuntes sobre su cocina, el fado, el fútbol y el arte “manuelino”; aborda la cuestión colonial y su especificidad en el caso de Brasil y, sobre todo, penetra en la problemática del idioma portugués en relación con el gallego como heterónimos lingüísticos. Almas gemelas con un toque de distinción. Como la famosa leyenda del gallo de Barcelos, símbolo y reclamo de Portugal, que cantó después de asado para así proclamar la inocencia de un peregrino gallego a punto de ser ahorcado por robar.

“Comprender Portugal” nos descubre que, en su ser íntimo, nuestros paisanos tienen un sentimiento nostálgico de la vida. Que se expresa en aptitudes como la saudade (“un mal que se disfruta, un bien que se sufre”) y expresiones en la frontera del victimismo, tipo la del gran escritor Miguel Torga: “es realmente una penitenciaria andar por el mundo con Portugal a la espaldas”. ¿Amamos a Portugal porque no nos gusta?  Aunque esos mismos desencuentros sirven a la lógica del autor para rescatar en última instancia aspectos gozosos de una sociedad ensimismada: “Llamativo, y afortunado, es que no exista todavía  ninguna línea de alta velocidad en Portugal”.

El libro también discute puntos de una mitología fabricada a expensas del consumidor español. La más notable  es la que extendió carta de idéntica naturaleza sobre los regímenes de Salazar y  Franco, quizás por eso de que mal de muchos… Aunque en esencia se tratara de dos dictaduras de partido único, no eran intercambiables y sí equidistantes. La primera fue de tipo tradicionalista y estaba presidida por un profesor universitario que tenía  el modelo republicano como forma de gobierno. La segunda, por el contrario, asumió desde sus inicios trazas cuarteleras, meapilas y fascistas, recurriendo sin reparo al terrorismo de Estado hasta los últimos años de su vida.

Quizás por eso, y por la catarsis que provocó la guerra en las colonias portuguesas, la salida dada a ambas experiencias históricas resultó contradictoria. Si en el caso de Portugal fueron los militares quienes pusieron fecha de caducidad al funesto salazarismo, aquí el minutado patriótico con el visto bueno de la oposición se cocinó desde las propias entrañas del sistema. Por cierto, que una de las primeras medidas adoptadas por aquella Transición (obviamente “no democrática”, stricto sensu) fue detener, procesar y encarcelar a los oficiales que postulaban una “revolución de los claveles” a la española (la Unión Militar Democrática).

Un hecho ostensible aún hoy en sus respectivos callejeros. Mientras en nuestras ciudades la referencia a servidores de la cruel dictadura franquista campa por sus respetos no sin cierta polémica, en el país vecino ocurre todo lo contrario, y se airean públicamente sus fechorías. Sirva como dato la placa conmemorativa dedicada al general Humberto Delgado levantada en la playa de Caparica, frente a Lisboa, con esta mención: “candidato a presidencia da República em 1958, assassinado pela PIDE em 13/02/1965”. Otra de las rutinas que Taibo contraría es la referida al papel del Partido Comunista Portugués de Alvaro Cunhal en la Revolución del 25 de Abril, al recordar que “actuó para frenar muchos de los movimientos que, efímeramente, se hicieron valer en el sentido de la expropiación y la autogestión”. Circunstancia que quien firma esta  nota puede atestiguar por haberla escuchado de viva voz de Otelo Saravia de Carvalho en una entrevista  para Cambio 16 cuando el líder del movimiento de los capitanes cumplía condena en la prisión militar de Tomar.

Relevante es también la referencia que el texto contienen al viejo contencioso del iberismo como opción para saldar en positivo el secular recelo entre los dos Estados peninsulares. En este asunto, Taibo advierte que se trata de un debate que se ha proyectado desde posiciones ideológicas distintas y hasta antagónicas, aunque desde la  adhesión de España y Portugal a la Unión Europea la polémica ha ido perdiendo parte de su mordiente. Argumento que se nos antoja pelín desfasado (si se me permite la intromisión), vistos los efectos desestabilizadores de la crisis de la deuda soberana y los rescates austericidas impuestos por Bruselas. Máxime cuando, en el que resulta el apartado más ambicioso y sesudo del libro, su autor proyecta un mapa de afinidades de largo aliento entorno al idioma compartido (gallego-portugués, portugués-gallego: sin primogenituras). Una ventaja que, bien manejada, permitiría salvar el obstáculo que Castelao veía para la “reunión portugalaica”.

Pero precisamente ahora, haciendo de la necesidad  virtud, quizás cabría la especulación audaz de una fusión inter-nacional que redundará en un reposicionamiento mejorado de esa hipotética Iberia por su peso poblacional, económico y geoestratégico en el marco de una UE más democrática, solidaria, ecológica y social. Semejante propuesta aprendería del precedente de la reunificación alemana y contaría a su favor con una recepción positiva en toda América Latina.

En resumidas cuentas, un libro tan útil como necesario, escrito contra la pereza mental (como otros muchos de su autor) y la desidia intelectual, que nos permite a algunos recalcitrantes seguir reivindicando aquel “menos mal que nos queda Portugal”.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid