Artículo publicado en Rojo y Negro nº 397, febrero 2025

No hay forma de obviar el hecho de que, como idea, como memoria y como realidad a menudo enterrada o invisible, Palestina y su pueblo simplemente no han desaparecido. No importa la hostilidad sostenida e ininterrumpida del establishment israelí hacia todo lo que Palestina representa, el simple hecho de nuestra existencia ha frustrado, cuando no derrotado, el esfuerzo israelí de librarse completamente de nosotros.
(Edward Said)

Palestina es una de las últimas barreras de resistencia frente al colonialismo. Si Palestina cae bajo el imperialismo occidental, los países capitalistas estarán mucho más cerca de tener un control casi completo sobre Oriente Medio. Así, los palestinos no sólo luchan contra la ocupación israelí, sino también contra la expansión del capitalismo global. La victoria del pueblo palestino será una victoria de la clase obrera. La victoria palestina será una victoria para la solidaridad y el apoyo mutuo, y para la defensa de la tierra, de la naturaleza y de los recursos naturales contra la bestia imperialista.
Por eso es tan importante que las trabajadoras salgamos en defensa no sólo de Palestina, sino de todos los pueblos colonizados, como los pueblos kurdo, libanés, sirio, yemení, iraquí, o el pueblo saharaui, por poner solo unos ejemplos. El capitalismo tiene que ser derrotado globalmente, o si no nos enfrentamos al riesgo que pueda resurgir de sus propias cenizas. Es un imperativo moral unir nuestras fuerzas en todo el mundo: sin unidad de clase, no somos nada. No tiene sentido luchar si no es para la liberación de todas las clases populares, indistintamente de su país o de su etnia, género, sexo, cultura, o especie.
En este artículo intentaré hablar de las lecciones que aprendí en mi reciente viaje a Palestina. Después de 76 años de opresión constante, Palestina aún no ha desaparecido. Sigue presentando batalla todos los días, de mil formas diferentes. En un territorio que está bajo una ocupación constante, cualquier acto, por más pequeño que sea, es un acto de autorreivindicación, un acto de estoicismo, un acto de «sumud». Ya sea cuando une niñe anda kilómetros de territorio ocupado para llegar a la escuela, cuando une agricultore planta un nuevo olivo, cuando une trabajadore salta el muro para poder ir a trabajar, cuando la población sale a la calle a manifestarse contra la ocupación y se enfrenta a las balas del ejército israelí o de la policía de la Autoridad Palestina, o cuando una médico de Gaza se presenta todos los días al hospital a pesar de ser consciente que puede ser bombardeado en cualquier momento. En este contexto de opresión, la solidaridad obrera internacionalista también ha jugado un papel muy importante.
En mi opinión, ésta ha tenido tres manifestaciones fundamentales. La primera son todas las movilizaciones sociales en todo el mundo: las multitudinarias manifestaciones, los actos pequeños de solidaridad, las acampadas en universidades de todo el mundo, las campañas de recaptación de fondos para Gaza, etc. Estas constantes muestras de solidaridad son recibidas con orgullo y elevan la moral de les palestines, como he podido comprobar, y ejercen una enorme presión internacional sobre el Estado de Israel. La segunda son las campañas de boicot (como por ejemplo la campaña Final del Comercio de Armas con Israel), y las acciones de sabotaje en la industria armamentística (como por ejemplo la actual negativa de las trabajadoras portuarias de España de cargar y descargar material bélico, o por ejemplo la campaña para que el gobierno apruebe un protocolo para que las trabajadoras portuarias puedan inspeccionar todos los buques con destino Israel para comprobar que no transportan armamento). La tercera es la presencia de activistas internacionalistas sobre el terreno en Cisjordania, con organizaciones como por ejemplo Faz3a o el Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM, por sus siglas en inglés).
ISM ha sido la organización con la que he organizado mi viaje. El International Solidarity Movement es una organización de base que, bajo los principios de la democracia radical, fortalece los movimientos populares palestinos organizando una red de voluntarios internacionales en Cisjordania que proporcionan presencia protectora a les palestines acompañándoles en las manifestaciones, estando presentes en los pueblos que sufren regularmente ataques de colonos, documentando las demoliciones de casas, ayudando durante la cosecha de olivas, o incluso protegiendo a los niños que tienen que pasar cerca de los asentamientos israelíes para ir a la escuela. Una parte muy importante de su trabajo también es documentar los horrores a los que se enfrentan las palestinas a diario, utilizando su red de voluntarios internacionales para difundir en los medios las atrocidades que están ocurriendo, y también proporcionando los vídeos y fotografías obtenidas como evidencia ante los tribunales, para defender a les palestines juzgades. La organización, a pesar de contar con gente de todo el mundo, está conectada con los movimientos sociales locales y está liderada por palestines.
Para les palestines, la mera presencia de activistas internacionalistas ya es, en sí misma, una muestra de solidaridad. Aun así, la función principal de les activistes es proporcionar presencia protectora. Pero, ¿qué es la «presencia protectora»? Esta práctica parte del hecho que pensamos que la presencia de nacionalidades internacionales reduce tanto la cantidad como la intensidad de los ataques perpetrados por los colonos y por el ejército. El principio fundamental es simple: para el Estado de Israel es muy difícil reprimir a una persona extranjera, que cuenta con la protección de la embajada, y que además tiene el poder de denunciar en el extranjero todas las injusticias que ha sufrido. De esta forma, la presencia de personas internacionales disuade significativamente a los sionistas de atacar, quedando así comunidades enteras más protegidas. En la mayoría de los pueblos con presencia del ISM, los ataques han disminuido y les palestines han podido recuperar cierta sensación de normalidad en su vida cotidiana. En este sentido, ISM es muy parecido al sindicalismo combativo en un aspecto fundamental: funciona. Es por eso que ISM necesita activistas voluntarios. De hecho la presencia de voluntarios internacionales es tan molesta para el Estado de Israel que incluso decidieron crear un grupo de trabajo policial y militar dedicado a tratar de identificarles y deportarles, aunque hasta ahora su efectividad ha sido limitada.
Yo solo pude pasar unas semanas allí, pero son semanas que nunca olvidaré. Que me han marcado para siempre. Que han redefinido quién soy. Una vez que viajas a Palestina, una parte de tu corazón se queda allí, con su gente. Se queda allí, entre los puestos de fruta de la calle, entre los olivares, entre los muros y las torres de vigilancia. Y ya no puede irse.
Y en cambio, te marchas de allí con el recuerdo imborrable de la injusticia. La cantidad de injusticia que presencié durante el poco tiempo que estuve allí es enorme. Fui testigo de cómo los colonos israelíes creaban dos nuevos asentamientos pequeños en tierras confiscadas a los palestinos. Fui testigo de que un agricultor había sido detenido durante horas por intentar cosechar sus aceitunas, o de que el sobrino de un colega había sido pegado durante horas en comisaría por intentar plantar árboles en su tierra. Fui testigo de cómo los colonos caminaban con armas y vehículos militares en uno de los pueblos (pensamos que lo que les detuvo de atacar directamente fue la presencia de internacionalistas). Incluso fui testigo de un ataque directo del ejército israelí a un campo de refugiados.
Todas las personas que conocí, sin excepción, habían vivido en primera persona la ocupación en algún momento: o bien habían asesinado a un familiar o amigo, o bien les habían pegado, o les habían detenido, o les habían confiscado sus tierras, o les habían destruido su casa, o al menos habían sido atacados y acosados por los colonos en más de una ocasión. Todos vivían con el trauma permanente de la incertidumbre, de no saber si al día siguiente un soldado decidiría detenerte sin ningún motivo en particular y destruirte toda la vida. Y, sin embargo, seguían trabajando para intentar construirse un futuro. Sumud. Aferrarse a la tierra.
Muchos de los voluntarios internacionales también habían vivido situaciones tensas, pero de mucha menor intensidad que las vividas por los palestinos. Recuerdo que en una ocasión, por ejemplo, un colono atacó a un voluntario con piedras; en otra ocasión, una voluntaria fue atacada con un palo y le robaron el teléfono móvil. En los dos casos tuvieron heridas leves. Pero quizá el episodio más grave ocurrió el 6 de septiembre, un tiempo antes de mi viaje a Palestina, cuando el ejército israelí asesinó a la activista Aysenur Eygi durante una protesta en el pueblo de Beita. Aysenur se encontraba a más de 200 metros de donde estaba el ejército (en lo alto de la colina), cuando un soldado le apuntó y le disparó en la cabeza. Las manifestaciones son semanales en Beita, y el ejército casi siempre utiliza munición real, que desde el 7 de octubre se ha convertido en la forma casi estándar de control de multitudes.
Pasé los primeros días en un pueblo dividido entre la Zona B y la Zona C. Con un grupo de 5 activistas fuimos a ayudar a un agricultor a cosechar aceitunas en un campo situado a unos 200 metros de uno de los asentamientos. El agricultor había sido atacado hace dos años, y no había podido volver a sus campos. Nuestro objetivo era cosechar la mayor cantidad posible de aceitunas antes de que los colonos atacaran. El asentamiento se alzaba ante nosotros, imponente, como un castillo que sientes que te vigila constantemente. Pensamos que en cualquier momento los colonos podrían atacar con impunidad. ¿Os imagináis lo que significa vivir toda la vida bajo la amenaza de que un colono neofascista decida deteneros sin ningún motivo en particular y que no podáis hacer nada al respecto porque este neofascista tiene todo el apoyo de la policía y del ejército? Pero por suerte no vinieron y pudimos completar toda la cosecha, asegurando al agricultor el salario de un año entero. Pensamos que nuestra presencia allí fue un elemento disuasorio para los colonos. Es para poder replicar actuaciones así que se necesitan aún más voluntarios. Durante esos días trabajé muy duro, pero como trabajaba para beneficiar a la comunidad y no para ganar un salario, fue el trabajo menos explotador y más gratificante que he hecho en mi vida. Sueño con un mundo en que el trabajo sea así de liberador.
El resto de los días los pasé en otros lugares con la presencia de voluntarios del ISM. La convivencia y el apoyo mutuo entre activistas y las familias palestinas con las que vivimos fue uno de los elementos más bonitos de mi viaje. Sí, como voluntario internacional se viven muchas experiencias muy tensas y peligrosas, pero éstas se ven compensadas con creces por el amor, la solidaridad y la hospitalidad que impregna los momentos de calma.
Como sindicalista, consideraba que allí estaba luchando por la liberación de la clase obrera palestina. Como sindicato de clase y revolucionario, la CGT tiene la responsabilidad de luchar contra el sionismo porque representa al capitalismo, que engulle y destruye formas de trabajo mucho más comunales, mucho más horizontales, mucho más comunitarias y de apoyo mutuo, mucho más dignas. Es nuestra responsabilidad poner el cuerpo en la lucha por una Palestina libre. Debemos luchar en nuestro propio lugar de trabajo, haciendo que nuestras empresas rompan todas las relaciones comerciales con el Estado de Israel, negándonos a participar en la fabricación y distribución de armas, organizando huelgas como la del 7 de febrero en Catalunya o la Huelga General por Palestina del 27S, y acudiendo a todas las manifestaciones. Y también debemos luchar desde Palestina, como voluntarios internacionalistas. Ahora nos toca viajar allí y sumarnos al International Solidarity Movement.

Albert Andreu


Fuente: Rojo y Negro