Cuando emerge un sindicalismo de acción directa que cuestiona el discurso monopactista diseñado en los Pactos de La Moncloa por las centrales mayoritarias y la patronal; los movimiento ciudadanos surgidos de las brasas del austericidio impuesto por neoliberales y socialdemócratas experimentan la autogestión como forma de radicalidad democrática y el poder responde con un arsenal despótico nunca visto para frenar el proceso de convergencia destituyente al régimen forjado en la transición; en ese marco de corrupción generaliza de las instituciones, de pronto, renacen del túnel mediático actitudes violentas en grupos antisistema, conatos petardistas en comandos de evocación ácrata y el diario El País airea artículos al filo de la actualidad sobre la amenaza de los nostálgicos de la “disneylandia colectivista”.
Como “perro no muerde a perro”, en España los intelectuales pueden decir cualquier cosa, simple melonadas o genialidades, sin que los de su propio negociado rechisten. Está mal visto contradecirse porque casi todos tienen algún muerto en el armario o alguna subvención (gubernamental o privada) inconfesable. Por eso las hemerotecas suelen estar llenas de sandeces, acontecidos y redichos. Las pasarelas en dónde se exhiben hoy nuestros académicos son la prensa y las tertulias.
Como “perro no muerde a perro”, en España los intelectuales pueden decir cualquier cosa, simple melonadas o genialidades, sin que los de su propio negociado rechisten. Está mal visto contradecirse porque casi todos tienen algún muerto en el armario o alguna subvención (gubernamental o privada) inconfesable. Por eso las hemerotecas suelen estar llenas de sandeces, acontecidos y redichos. Las pasarelas en dónde se exhiben hoy nuestros académicos son la prensa y las tertulias. De ahí que, faltos de verdaderas referencias más allá del opinatismo de postín, nos siga ocurriendo aquello que bostezó Ortega y Gasset de “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”. La manumisión a que nos tiene acostumbrados la industria cultural (gubernamental o privada) brujulea entre la hagiografía y el columnismo.
A las pruebas nos remitimos. El ex ministro de Economía del último gobierno socialista, Pedro Solbes, acaba de publicar unas presuntas memorias para desmentirse. “No quise hacer lo que hice”, viene a contar ahora de vuelta a pie de calle. Según el superministro que se atrevió a decir públicamente que lejos de “suponer un riesgo, la crisis era una oportunidad” (y de hecho así fue para los de arriba), no estaba en sus cabales cuando accedió a secundar el mantra “España va bien” que tanto infortunio ha traído a los sectores más humildes de la población. Y no tenemos noticias de que nadie entre los periodistas y público asistente a la presentación del “descargo de conciencia” de Solbes blandiera un zapato contra el insolvente político. Ni siquiera unas humildes babuchas
La diferencia es que escena de “matonismo” que tanto recorrido tuvo en el caso del ex presidente de Bankia, Rodrigo Rato, estaba amparada por la resolución de la Conferencia Política del PSOE que había respaldado con fruición la gestión de Solbes y Zapatero al sostener que “las medidas adoptadas en 2010 fueron necesarias pero resultó imposible hacerlas entender bruscamente”. El pobrecito Solbes, que hizo el camino inverso al de su afín Joaquín Almunia, pasando de ser Comisario de Asuntos Económicos de la UE a ministro de Economía y Hacienda del gobierno (la otra versión de la política de puertas giratorias, en este caso casi una exclusiva de la socialdemocracia golondrina). Esta intelligentsia calamar, tan frecuente en Celtiberia, tiene sus más memorables trofeos en las consecutivas autobiografías de Pedro Sainz Rodríguez y Santiago Carrillo, monárquico de Don Juan de toda la vida, el primero; y cortesano de Juan Carlos en la tercera edad, el segundo. Ambos publicaron tantas revisiones de sus memorias como dictaba la necesidad de reinventarse en el momento histórico en que se iban a editar.
Fuera del plano del oportunismo político, los intelectuales que se han hecho un nombre con sus artículos en los periódicos, han creado su propio paradigma utilitario. Lejos del vicio del “presentismo”, consistente en calibrar el pasado desde los valores del presente, o de su contario, el “eternalismo”, que es aceptar como foto fija el ayer distinto y distante, columnistas y tertulianos cojean del mismo pie: el efectismo con que adecuan sus textos no sólo a la actualidad sino también al medio empresarial donde escriben. Y de eso precisamente está sobrado nuestro segundo protagonista, el historiador madrileño Antonio Elorza, que acaba de publicar en El País un artículo titulado “El regreso de la FAI” que rezuma posibilismo. O sea, que tiene la habilidad de utilizar su autoridad científica para que los personajes históricos revivan lo actuado al son de los intereses vigentes.
Oportunismo porque se publica un día después del 20-N, aniversario de la muerte de Durruti (también de Franco, José Antonio y de las últimas elecciones generales que finiquitaron al gobierno socialista de Rodríguez Zapatero). Oportunismo porque aparece en el contexto simbólico de la noticia sobre la desarticulación policial de un violento y sediciente Comando Mateo Morral de mediático perfil anarquista. Y oportunismo, mezquino o mercenario según se mire, porque el texto seguramente ha sido confeccionado pret a porter, es decir, a demanda de su empleador para cubrir con su autoridad las urgencias del momento.
Lo que viene a decir ahora el profesor Elorza es que la FAI ha gozado de una buena prensa que no se corresponde con su realidad. Que los García Oliver, los Durruti y los Ascaso, por cifrarlo en los ácratas más famosos, eran gentes de armas tomar y dudoso talento. Para ello utiliza “un corta y pega” de frases y testimonios de contemporáneos, como Joan Peiró o Felix Carrasquer, que abundarían en su tesis de los puños y las pistolas. Incluso sostiene que la obra del cineasta Ken Loach, Tierra y Libertad, ha sido especialmente dañina al popularizar una especie de “disneylandia colectivista”, insinuando de paso que los estalinistas que las abortaron merecían mejor trato.
Y algo debe saber Elorza de todo ese juicio de intenciones que ahora nos desvela porque él ha sido protagonista mutante de muchos de esos hitos que recrea en las páginas de opinión del “diario global en español”. Primero, cuando siendo un prometedor historiador conoció, trató y se benefició de los conocimientos, recuerdos y documentos de muchos ancianos militantes del movimiento libertario que, en su exilio interior, o en el extranjero, le abrieron las puertas de sus casas y archivos. Desde Abad de Santillán a José Peirats. Bagaje con el que pudo anticiparse a muchos de sus colegas y publicar el fruto de esas pesquisas en la Revista del Trabajo (1973-1974), a la sazón tutelada por el economista falangista Juan Velarde Fuertes. De esa mina saldrían después libros importantes como “La utopía anarquista bajo la Segunda República” y “Ángel Pestaña. Trayectoria sindicalista”.
Pero el que fuera, junto con su entonces amigo José Álvarez Junco, avanzado en el estudio de la hasta entonces casi desconocida historia del fenómeno anarcosindicalista, en unos medios académicos mayoritariamente poblados por historiadores marxistas, discípulos o epígonos de Manuel Tuñón de Lara, se abrió pronto a nuevas inquietudes Tras explotar la veta libertaria, Elorza se acercó al Partido Comunista y a Izquierda Unida, etapa que coincide con sus trabajos sobre la internacional comunista, aprovechando el permiso obtenido para acceder a los archivos de la extinta Unión Soviética (Queridos camaradas). Luego flirteó con el PSOE a través de dirigentes de Nueva Izquierda, reseñándose como último pronunciamiento político su presencia destacada en actos públicos junta a Rosa Diez y su Unión Progreso y Democracia (UPyD).
Semejante periplo por el vasto mundo de las ideologías no desmerece en nada la competencia del profesor Elorza, pero si advierte sobre su bulimia de notoriedad. Algo que denunció en una carta abierta aparecida en El País ahora hace justo ocho años (21-11-2005) su colega el también catedrático de Historia José Álvarez Junco, al acusarle de manipular citas en un artículo sobre Mater Dolorosa, la obra de Junco que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo 2002. La expresión que más repite Junco sobre Elorza es “miente”: “Como es muy propio de este autor, el párrafo está manipulado” (…) “Dice que, en mi opinión, la llamada Guerra de la Independencia no tiene nada que ver con una liberación o independencia nacional. No es cierto.” (…) “Elorza, tras eliminar las primeras cinco palabras de este párrafo, presenta el resto amputado como mi diagnóstico general sobre el conflicto” (…) “Es, sencillamente, falso; no pienso tal cosa. Dedico las páginas siguientes a analizar otros cinco o seis aspectos o vertientes de la lucha, cuya complejidad destaco repetidas veces. Citar de esa manera es una falta de honestidad intelectual. Quien obra así no pretende aclarar un problema, sino ser protagonista, o meter el dedo en el ojo a los demás; una forma de comportarse típica de este autor. Qué pesadez; qué fidelidad a sí mismo”.
Pocos días después, el 28 de noviembre de 2005, y ante la contumacia defensiva de Elorza, el agraviado decide dar por terminada la controversia con una escueta e irónica carta al director donde ofrece un severo retrato del autor de “El regreso de la FAI”: “Lamento darle a Antonio Elorza la satisfacción de continuar ocupando columnas de prensa en la enésima polémica de su vida. Le doy la razón y terminemos. Reconozco que él sabe lo que los demás pensamos, e interpreta lo que decimos, mejor que nosotros mismos. Podría plantearse, en el futuro, escribir en nombre de otros, poner en nuestras bocas todas las tonterías que él imagina que sostenemos y destrozar a continuación nuestros débiles argumentos a placer. Le ahorraría el trabajo de manipular citas”.
Para nuestro propósito basta y sobra. Solo añadir, para aviso de navegantes, que en ese contexto de far west en que Elorza sitúa a los miembros de la Federación Anarquista Ibérica (no más de 300 en Barcelona, según afirma el faista José Peirats en “De mi paso por la vida”) no se entiende bien la figura de Juan García Oliver. El “terrorista” que como ministro de Justicia en el gobierno republicano acabó con las sacas de las checas y aupó al también faista Melchor Rodríguez a la dirección General de Prisiones, desde donde este se jugó algo más que el tipo para impedir nuevas matanzas de presos similares a la de Paracuellos.
Constatar las arbitrarias fiscalizaciones de parte que hace el profesor Elorza no obsta lo más mínimo para que ocasionalmente pueda haber espontáneos que se empeñen en dar la razón al “manipulador de citas” y a sus muñidores confundiendo la testosterona con la muy saludable dinamita cerebral. A veces los extremos se tocan, y menudean seseras que no entienden la sociedad mediatizada en que vivimos, donde un altercado o incidente en el contexto de una huelga de estudiantes puede derivar en un ataque en toda línea cuando lo interpretan los voceros del sistema. Fuego amigo habemus. Según publicaba ese mismo día El País, unas 150 personas pertenecientes a la Plataforma de Juventudes Libertarias irrumpieron el 20-N en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid agrediendo a estudiantes del Foro Universitario Francisco de Vitoria. “Los violentos – puntualizaba la crónica-portaban bastes de béisbol y cascos de moto”. ¿Cuestión de citas? ¿Es real la realidad?
Fuente: Rafael Cid