Artículo publicado en Rojo y Negro nº 394, noviembre 2024
Erich Fromm (1900-1980) publica en EE.UU. «El miedo a la libertad» en el año 1941, Europa estaba dominada por nazis y fascistas. La evolución de las sociedades modernas había conducido hacia posiciones destructivas. Con el libro pretende dar una hipótesis explicativa sobre el autoritarismo, y la relación entre la «humanidad» y la libertad como principio identitario de la misma.
Fromm inicia su obra con la diferenciación entre «libertad negativa» y «libertad positiva». La primera se refiere a la «emancipación de restricciones como convenciones sociales implantadas por otras personas o por la sociedad»; para lograrla hay que luchar, pero «este tipo de libertad por sí sola puede ser una fuerza destructiva a menos que esté acompañada por un elemento creativo», la libertad positiva, que implica un compromiso con los otros. La libertad positiva se referiría al «deseo del individuo de ser su propio dueño, y de realizarse plenamente; que sus decisiones dependan de sí mismo y no de fuerzas exteriores».
Fromm puntualiza que ese proceso de liberación puede llevar al individuo a la angustia. Lo compara con el proceso de individuación infantil a lo largo del desarrollo. Esta angustia no desaparece hasta que se remplaza la seguridad que proporciona la obediencia a los padres por otra seguridad por construir que se lograría usando la libertad positiva. El nuevo orden a surgir puede tener matices diferentes pero con una estructura de dominación semejante; la sumisión a un sistema autoritario consigue «eliminar la incertidumbre prescribiendo qué pensar y cómo actuar». Fromm considera que esta forma de actuar es un proceso dialéctico en donde la situación original es la tesis y la emancipación la antítesis. La síntesis sería el reemplazo del orden original por otro que transmitiera al sujeto seguridad, pero matiza que el nuevo sistema no tiene por qué ser mejor que el abandonado.
El autor hace hincapié en que «los cambios en las condiciones sociales originan cambios en el carácter social». Lo nuevo produce incertidumbre. Nuevas necesidades crean nuevas angustias. Si el ser humano busca estabilidad, las nuevas ideas o las rechaza de plano o busca encontrar con ellas un nuevo equilibrio. Si la vida es constante cambio, entonces, las sociedades humanas pueden buscar la estabilidad mencionada en ideas y conductas que no siempre están en línea con el bien común.
Comportamientos posibles ante la angustia:
l Autoritarismo: una persona autoritaria desea ganar control sobre los demás para imponer algún tipo de orden y también desea someterse a una fuerza superior que puede ser otra persona o una idea abstracta.
l Destructividad: una personalidad destructiva desea destruir todo lo que no pueda controlar.
l Conformidad: está presente cuando la gente incorpora inconscientemente las creencias, normativas y procesos de razonamiento de su sociedad y las considera propias.
Sobre la ideología nacionalsocialista Fromm concluye que la estructura psicológica de la sociedad alemana que surge tras la Primera Guerra Mundial buscaba un nuevo orden que restaurara el orgullo nacional. Adolf Hitler (1889-1945) deseaba dirigir Alemania en nombre de una idea superior de raza (una autoridad superior), sus ideas resultaron atractivas para las clases medias que buscaban seguridad. Fromm afirma que una parte de la población apoyó al régimen nazi sin cuestionarse sus actos y consecuencias, «sin admirar su ideología»; otra parte se sintió atraída por dicha ideología a la que se vincularon fanáticamente. La clase obrera había mantenido hasta entonces una lucha constante para alcanzar unos derechos universales que obviamente después tenía que defender; no obstante, esa misma clase obrera se situó del lado de los opresores.
Las adaptaciones del ser humano a los cambios son diferentes:
l La adaptación estática es una forma de asunción de las normas que deja inalterada la estructura del carácter social e implica la adopción de un nuevo hábito.
l La adaptación dinámica consiste en aquella adaptación que sí produce cambios en la estructura del carácter. Los impulsos destructivos en los grupos sociales son un ejemplo de adaptación dinámica a condiciones sociales irracionales y perjudiciales para nuestro desarrollo.
Hay tendencias que constituyen una parte indispensable de la naturaleza humana que han de ser satisfechas, como el hambre, la sed, el sueño, etcétera, la satisfacción de estas tendencias está relacionada con la supervivencia. Hay otras que también tienen que ser satisfechas como las de relacionarse con el mundo exterior (conexión), evitar el aislamiento. La falta de «conexión» con valores, símbolos o normas, que podríamos llamar soledad moral es tan insoportable como la soledad física o, más bien, la soledad física se vuelve intolerable tan sólo si implica también soledad moral.
Esta conexión moral con el mundo puede producirse a través de la religión y el nacionalismo. Si logran unir al individuo con sus congéneres, constituyen refugios contra el aislamiento.
El ser humano, en la medida que ejecuta su proceso de individuación y gana en libertad, se encuentra con la disyuntiva de unirse al mundo en la «espontaneidad del amor y la creatividad» o bien busca otra forma de seguridad, aunque para ello tengo que acabar con su individualidad y su libertad.
Fromm no tiene soluciones, dice que «sólo hay un significado para la vida: el acto de vivirla» y advierte que para estar en contacto con la mencionada humanidad «es necesario estar en contacto a su vez con aquellos con los que se comparte el mundo», es decir, un contacto horizontal próximo.
El ser humano piensa, siente y quiere lo que él cree que los demás suponen que él debe pensar, sentir y querer; en este proceso pierde su identidad sobre la que debería construir su libertad individual.
En El miedo a la libertad se exponen las frustraciones del ser humano con respecto a la libertad, y es un anticipo de lo que estamos viviendo en el siglo XXI.
Ángel E. Lejarriaga
Fuente: Rojo y Negro