Como había prometido, resistió hasta el final. Pero ayer, finalmente, el primer ministro francés, Dominique de Villepin, se vio forzado a retirar el polémico contrato de primer empleo (CPE), que precariza el trabajo de los jóvenes. El presidente de la República, Jacques Chirac, había decidido poner fin a una crisis de 10 semanas y decenas de manifestaciones multitudinarias. Villepin sale muy debilitado de este pulso político, y su rival en la derecha, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, reforzado. Los sindicatos, que han conseguido mantener la unidad, cantaron victoria.
Estudiantes y sindicatos toman las calles en 66 ciudades de Francia tras el retiro del CPE
Como había prometido, resistió hasta el final. Pero ayer, finalmente, el primer ministro francés, Dominique de Villepin, se vio forzado a retirar el polémico contrato de primer empleo (CPE), que precariza el trabajo de los jóvenes. El presidente de la República, Jacques Chirac, había decidido poner fin a una crisis de 10 semanas y decenas de manifestaciones multitudinarias. Villepin sale muy debilitado de este pulso político, y su rival en la derecha, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, reforzado. Los sindicatos, que han conseguido mantener la unidad, cantaron victoria.
Estudiantes y sindicatos toman las calles en 66 ciudades de Francia tras el retiro del CPE
A primera hora de la mañana, tras un largo fin de semana de alta tensión en el seno de la mayoría conservadora que gobierna en Francia, Dominique de Villepin recorría el trayecto que separa la sede del Gobierno, en el hotel de Matignon, y la de la presidencia de la República, en el palacio del Elíseo. La visita era puro protocolo, porque su suerte estaba echada. El CPE, su particular apuesta contra el desempleo de los jóvenes menos cualificados, elaborada sin consultar con los sindicatos y aprobada contra viento y marea por medio de un decreto-ley, desaparecía. Chirac decidía dar la razón a Sarkozy y a buena parte del partido en el poder, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), temeroso de ver esfumarse sus posibilidades en las elecciones presidenciales de 2007.
Mientras Villepin cruzaba el Sena de vuelta a Matignon, el Elíseo anunciaba la decisión de Chirac de «reemplazar» el CPE con «un dispositivo a favor de la inserción profesional de los jóvenes con dificultades» para entrar en el mercado laboral. El primer ministro había conseguido, al menos, ser él quien explicara la muerte del CPE -un contrato para menores de 26 años que permitía el despido sin justificar durante los primeros 24 meses- en sus propios términos, esto es : recurriendo a la semántica para no pronunciar la palabra «retirada». Sus rasgos angulosos, acentuados por el cansancio y su expresión sombría no dejaban la menor duda de cuál era su estado de ánimo.
Falta de comprensión
Las manifestaciones de estos últimos meses «ponen en peligro la seguridad», dijo. «Las condiciones necesarias de confianza y serenidad no se reúnen ni del lado de los jóvenes ni del de las empresas», añadió. Por esta razón, había propuesto Chirac reemplazar el artículo 8 de la ley de igualdad de oportunidades, que crea el CPE. Lamentó «no haber sido comprendido» y justificó su intento de reforma laboral porque quiso proponer una «solución fuerte» y «actuar rápidamente» contra la «situación dramática» en que se encuentran los jóvenes sin empleo. «Esto no ha sido comprendido, y lo lamento», añadió.
El CPE será reemplazado por una serie de medidas destinadas a favorecer la inserción en el mercado laboral de los jóvenes con dificultades. La ley que incluye estas medidas fue presentada ayer mismo en el Parlamento. Se trata de una versión revisada y mejor financiada de cuatro fórmulas ya existentes de contratos juveniles subvencionados, cuya aplicación costará al erario público 150 millones de euros en 2006 y 300 millones en 2007, según explicaron los jefes del grupo de la UMP en la Asamblea Nacional, Bernard Accoyer, y en el Senado, Josselin de Rohan.
Nada más conocerse el triunfo sobre el Gobierno comenzaron a abrirse las primeras grietas en la corriente contestataria. Otro problema, ahora, será cerrar la caja de Pandora del movimiento estudiantil, que en una parte considerable se resiste a la desmovilización.
Las 12 organizaciones que formaban el frente anti-CPE, entre las que se encuentran las cinco grandes centrales sindicales y las principales organizaciones de estudiantes, se reunieron ayer por la tarde en la sede de la CGT en Montreuill para felicitarse por el éxito y decidir la postura a tomar. Pronto se vio que la unidad mantenida durante las 10 semanas de crisis empezaba a resquebrajarse. La CGT quiere seguir en la ola y protestar contra otro contrato precario, el Contrato Nuevo Empleo (CNE) promulgado por el Gobierno el pasado verano para empresas de menos de 20 trabajadores, que en su momento pasó sin problemas. Al final, los sindicatos decidieron mantener la convocatoria de manifestaciones para hoy.
La patronal, que durante toda la crisis ha mantenido una actitud ambigua y a menudo contradictoria -explicable en parte porque no todos los sectores contemplaban del mismo modo esta nueva herramienta laboral, y por otra porque la demonización de los empresarios, dibujados por los sindicatos y los estudiantes como unos actores intrínsecamente nocivos para los trabajadores y ajenos a los problemas de la sociedad francesa-, ahondaba aún más la fractura social y aplazaba sine die la necesaria reforma laboral. Medef, la principal patronal, manifestó su deseo de que la nueva proposición de ley «marque el fin de una crisis que ha dañado la credibilidad» de Francia.
La larga agonía del chiraquismo
Las víctimas del CPE son el presidente, Jacques Chirac, y su protegido, el primer ministro Dominique de Villepin. Al primero, ya en el último tramo de su carrera política, le queda muy poco por salvar. El revolcón que sufrió hace casi un año cuando los franceses dijeron no a la Constitución europea señaló el agotamiento de su crédito como gobernante. Pero el modelo político francés hace casi imposible renovar el Ejecutivo, si eso no pasa por un cambio en la presidencia de la República.
La agonía del chiraquismo se anuncia larga y penosa. Si en el espacio de 10 meses se han producido dos rebeliones -la de las barriadas y la de los estudiantes-, un año más podría dar mucho de sí. Mientras tanto, la derecha gobernante se mueve tan sólo por impulsos electoralistas. Nicolas Sarkozy, el gran beneficiario de esta crisis, podría encontrarse pronto en una situación complicada si Villepin dimitiera y Chirac, en una última jugada maestra, le ofreciera hacerse cargo del Gobierno.
La UNEF, el sindicato universitario, ya apuntaba ayer lo que emanaba de sus bases, que hay que «mantener la presión» hasta el voto del Parlamento. De algunas facultades tomadas, donde los comités de huelga se han hecho con el poder real, donde los alumnos ocupan de forma permanente los paraninfos, los mensajes que llegaban tenían ya el aroma radical de una revolución en toda regla.
«No nos quedaremos aquí», decía un líder estudiantil en Rennes, uno de los centros de esta revuelta. «Es el sistema el que hay que destruir, es el capitalismo el que no funciona».En otros lugares imperaba la voz del pragmatismo. Muchas universidades han vuelto al trabajo. El espectro de los exámenes, de la pérdida de curso, del deterioro del currículo, en fin, de todo lo que les servirá para poder integrarse en la sociedad. Porque el CPE contra el que se han levantado estos estudiantes no les estaba destinado, se dirigía a los jóvenes sin preparación de las barriadas donde el desempleo llega al 50%. Los titulados universitarios tienen una tasa de paro del 8%.
Fuente: J. M. MARTÍ FONT/EL PAIS