Benedetti miró a lo lejos vio este presagio y lo dejó escrito.

No se puede resumir en menos palabras y con mayor contundencia nuestro presente.

La pregunta es qué haremos ahora, si ya esta verdad camina a ras del suelo, si es ahora mismo cuando la calle, las casas, los destinos pelean cuerpo a cuerpo, si ya no existe un porvenir de sueños y de canciones, si ya el dedo en el gatillo es un hecho y los escrúpulos son sepultados en nombre de unas cuantas avaricias.

Qué
haremos para que la vida drene rabia, qué haremos para detener esta invasión
de odio, este desasosiego atroz, este miedo colándose por los poros de la
ternura, de la desobediencia, de la rebeldía.

Qué
haremos para ver lo que vio el poeta con claridad, para darnos cuenta de que en
esta guerra no hay retaguardias ni retiradas, que vamos todos en primera línea,
desarmados, vulnerables, violados calladamente.

Qué
haremos para que la vida drene rabia, qué haremos para detener esta invasión
de odio, este desasosiego atroz, este miedo colándose por los poros de la
ternura, de la desobediencia, de la rebeldía.

Qué
haremos para ver lo que vio el poeta con claridad, para darnos cuenta de que en
esta guerra no hay retaguardias ni retiradas, que vamos todos en primera línea,
desarmados, vulnerables, violados calladamente.

El
futuro que veía Benedetti, lo tenemos hoy en nuestras manos, un presente
supurando impunidad, las preguntas se caen, se pierden, se esconden, los
muertos se olvidan, se ignoran, se abandonan y la vida va aferrándose a las
cadenas, creciendo imparables bajo la piel y la tierra,

Y
en este campo de batalla algunos de nosotros empuñamos la voz y la palabra como
fusiles, como si creyéramos que es un arma infalible y que con ella lograremos
herir de muerte la indiferencia.

Un
espejismo al que aferrarnos mientras no clarea.

La
codicia tiene una caligrafía muy clara y jamás se doblega si no es por la
fuerza.

No
es suficiente, el verso, la canción, la esperanza.

No
es suficiente el puño en alto, el pecho al descubierto, la mejilla golpeada.

Hay
un mar de corazones aullando para que todo esto termine, para que llamemos a
las cosas por su nombre, para que empecemos a poner final a esta larga historia
de crímenes y criminales bendecidos por el presente y la memoria.

Ojalá
en este momento preciso un poeta, uno cualquiera, en cualquier lugar del mundo
escriba: “El futuro es un diluvio de utopías”, sólo así podremos transitar
armados con la convicción de que un día, de verdad, ese futuro se hará
presente sin la mancha estéril del poder y su violencia.

SILVIA
DELGADO


Fuente: J. Kalvellido-Sivia Delgado