La pieza narra la ejecución de un preso común y del anarquista Salvador Puig Antich
Boadella regresa al ’lugar del crimen’ con la sátira que le costó la cárcel en 1977
REUS.- « La historia del antifranquismo y la Transición nos llega muy deformada. Retomo La torna para que las nuevas generaciones conozcan la injusticia y la barbarie de la represión de esos años, pero también la pasividad del conjunto de la sociedad », explicó el sábado Albert Boadella horas antes del estreno de la obra en el Teatro Bartrina de Reus.
La pieza narra la ejecución de un preso común y del anarquista Salvador Puig Antich
Boadella regresa al ’lugar del crimen’ con la sátira que le costó la cárcel en 1977
REUS.- « La historia del antifranquismo y la Transición nos llega muy deformada. Retomo La torna para que las nuevas generaciones conozcan la injusticia y la barbarie de la represión de esos años, pero también la pasividad del conjunto de la sociedad », explicó el sábado Albert Boadella horas antes del estreno de la obra en el Teatro Bartrina de Reus.
El remake de la legendaria mascarada de Els Joglars, por la que los comediantes se ganaron un consejo de guerra y padecieron la prisión y el exilio, vuelve como una coproducción entre dicha compañía, el Institut del Teatre (IT) de Barcelona y el Teatre Romea, donde abrirá la temporada el próximo 1 de septiembre, antes de comenzar una larga gira por el resto de España.
La elección del pequeño proscenio de Reus para el preestreno especial responde a una doble motivación. Por un lado, la celebración del centenario del Bartrina ; por otro, el regreso al mismo escenario donde se montó la 40ª y última representación de La torna, el 30 de noviembre de 1977, antes de que la ira de la cúpula militar cayera como un trueno sobre la compañía. El nuevo montaje nace del taller teatral del último curso del IT, que dicta el director de Els Joglars. Por ello, el elenco está compuesto por siete actores debutantes, más dos profesionales veteranos, Miquel Gelabert y Javier Villena, para los dos personajes de más peso.
Sin embargo, la obra lleva el sello de calidad de la compañía y redobla el poder corrosivo de la sátira original. La torna escenificaba el proceso militar que condenó al garrote vil al presunto ciudadano polaco Heinz Chez el mismo 3 de marzo de 1973 en que se ajusticiaba al dirigente anarquista Salvador Puig Antich.
La feroz sátira, al mostrar las irregularidades del proceso, revelaba la « intención política ». Se ejecutaba « a un delincuente común junto a un preso político para que pasaran por un mismo paquete de escarmiento », dijo Boadella. La historia acabó siendo peor que la farsa y « la chapuza » que intuía el director de Els Joglars acabó convirtiéndose en « un auténtico crimen de Estado », enfatizó, a propósito de las revelaciones del periodista Raúl M. Riebenbauer en su libro El silencio de Georg sobre la verdadera identidad de Heinz Chez y la naturaleza de su caso, datos escatimados por el régimen.
La humorada del nuevo montaje recupera la cáustica crítica de la primera versión, pero le añade, en un juego autorreferencial desde el presente, la represión que sufrieron los comediantes, revelando uno de los episodios más patéticos de la Transición, en el cual « los militares le ganaron el pulso al Gobierno de Suárez ».
« Aquí se reproducen casi todas las escenas esenciales de la primera obra, pero se añaden personajes y situaciones del presente para explicar el contexto a todos aquellos que no vivieron esos años o eran niños », explica el director. De hecho, esta torna de La torna se abre con los ancianos jefes militares que rememoran el caso de Chez y el de los comediantes desde el geriátrico, donde fuman y beben a escondidas de sus enfermeras y se quejan de la nueva función de ONG o de « hermanitas de la caridad » del Ejército en Kosovo.
A través del delirio alcohólico del teniente coronel Prieto, desfilan las míticas escenas del viejo montaje : la Guardia Civil convertida en un gallinero, la grotesca escena donde el inexperto verdugo de Chez toma clases en el manejo del garrote o la deliberación del consejo de guerra con una paella y litros de vino.
Con una escenografía minimalista, compuesta por una gran mesa y unos cuantos taburetes, surge la magia de diversas ambientaciones modificando solamente la disposición espacial de los elementos.El contraste entre los personajes excelentemente enmascarados por Anna Rottiner y los actores a cara descubierta (que aquí son, además del acusado, los ancianos militares) quiebra el ritmo hilarante de la farsa para introducir con acierto la reflexión crítica.
Y lo mismo sucede cuando el viejo teniente coronel irrumpe en la escena de su delirio para aportar las acotaciones del contexto histórico, un tanto pedagógicas pero imprescindibles para el nuevo público.
De poco le sirvió al franquismo extender las viejas prácticas represivas hasta los primeros días de la débil Transición. El boomerang de la feroz sátira política de Boadella ha regresado con renovada fuerza.
Fuente: MATIAS NESPOLO | EL MUNDO