Y mientras sube la luz, el agua, las monedas escasean, los empleos son para siervos y vivir se convierte poco a poco, golpe a golpe, en un privilegio con los días contados, los que están tan domesticados que no sienten la soga anudada alrededor de sus cuellos nos desafían con su inmovilismo, con sus argumentos babeantes, con su empeño por estarse quietos.
La verdad es que toda esa gente que va con los brazos cruzados, que pagan sin rechistar con su carne abrasada en los trabajos, que viven el espejismo de los esclavos, son cómplices de esta realidad, ellos también echan sal en nuestras heridas.
La huelga les molesta, les pone un espejo gigante en el que si se miran pueden ver que tanta sumisión les humilla.
La verdad es que toda esa gente que va con los brazos cruzados, que pagan sin rechistar con su carne abrasada en los trabajos, que viven el espejismo de los esclavos, son cómplices de esta realidad, ellos también echan sal en nuestras heridas.
La huelga les molesta, les pone un espejo gigante en el que si se miran pueden ver que tanta sumisión les humilla.
Se quedarán en casa, con los bolsillos vacíos y la amargura de pensar que al día siguiente todo será los mismo, escucharán el ruido de la calle, la palpitante rabia retará sus conciencias frías y entonces, quizá alguno reconozca la precariedad de su existencia, identifique a los culpables y decida acompañarnos en esta guerra con poco plomo pero muchas fosas anónimas.
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Fuente: Silvia Delgado & J. Kalvellido