Crónica del libro "Els companys de l´Andròmeda"

En la mitología griega, Andrómeda (en griego antiguo Ἀνδρομέδα, ‘gobernante de los hombres’) aparece atada a una roca junto al mar y prisionera de un monstruo marino, puesto que Cefeo, padre de la joven, ha tenido que entregarla al monstruo para poder librar a su ciudad de las iras de Poseidón. Perseo, que tras matar a Medusa había recibido como obsequio de las Hespérides unas sandalias aladas, la vio encadenada y se enamoró de ella, tuvo que liberarla matando al monstruo. Lo hizo con la cabeza de Medusa, que convertía en piedra a quien la mirara.

En la mitología griega, Andrómeda (en griego antiguo Ἀνδρομέδα, ‘gobernante de los hombres’) aparece atada a una roca junto al mar y prisionera de un monstruo marino, puesto que Cefeo, padre de la joven, ha tenido que entregarla al monstruo para poder librar a su ciudad de las iras de Poseidón. Perseo, que tras matar a Medusa había recibido como obsequio de las Hespérides unas sandalias aladas, la vio encadenada y se enamoró de ella, tuvo que liberarla matando al monstruo. Lo hizo con la cabeza de Medusa, que convertía en piedra a quien la mirara. Así que el cuerpo de Ceto devino coral marino. Cuando Andrómeda murió, la diosa Atenea la situó entre las constelaciones del cielo boreal, cerca de su marido y de su madre, Casiopea. Sófocles y Eurípides escribieron varias tragedias a partir del relato mitológico y sus incidentes fueron representados en numerosas obras de arte antiguas… Y un escritor francés, mucho más cercano en el tiempo, escribió una novela en que Andrómeda es un barco mercante, varado en las rocas de un puerto angosto, el de Ciutadella de Menorca, cuyo buque va a ser desguazado por unos obreros sacados del paro.  Pongamos que un ‘monstruo’ capitalista pretende obtener negocio con su despiece y que en el interior de la nave, donde los hombres son ‘gobernados’, suceden acciones de camaradería solidaria y también ciertos enfrentamientos. Al final, se demuestra que la libertad pertenece a lo más propio del ser humano y siempre vale la pena luchar por ella. Ni que sea por la dignidad que confiere esta lucha.

Menorca años 30. Un paraíso natural incólume, playas vírgenes, tradiciones, interés antropológico…; pero pasando por una situación social crítica. La industria del calzado echa de menos la pujanza de la exportación a Cuba y su repunte durante la Guerra Mundial primera y en este momento hay paro y conflictos obreros mientras que el caciquismo continúa ejerciendo su dominio en el sector agrario, donde los campesinos siguen sometidos y sin conciencia de su explotación secular. En esa circunstancia histórica, en el verano de 1932, llega a la isla un escritor y pintor francés, que ha obtenido una beca de creación literaria. Podría decirse que Eugène Dabit, quien ha conseguido premios y una cierta fama con novelas como Hôtel du Nord (1929) –una obra llevada posteriormente a la pantalla y con la que obtuvo en 1931 el premio de novela populista (roman populiste)-, o como La femme sans péché (1931), entre otras, descubre allí su Mediterráneo, un refugio de humana felicidad.

Regresará a la isla al año siguiente, y aún dos veranos más. El de 1935 será el último en Ciutadella y no por voluntad suya, pues hasta había pensado en establecerse allí de forma permanente, sino porque en un viaje a la URSS, organizado por su amigo el también novelista francés André Gide, estando en Crimea, enferma de fiebres tifoideas y morirá en un hospital de Sebastopol a un mes de cumplir los 38 años de edad. Le gustaba Menorca, aquella isla desnuda y pobre, “peu fréquentée des touristes”. Le encantan sus líneas sencillas , la aridez, la luz. Se levanta muy temprano y baja a tomar café en el bar del puerto. Durante el día, escribe, se baña en el mar, pasea. En su refugio, una casita blanca, experimenta alegrías e inquietudes que alimentan su espíritu con nuevas quimeras. Soñar, simplemente ser. Los acontecimientos de Francia, del mundo, no inducen a la tranquilidad; antes, al contrario, son muy inquietantes: «¡Qué espesor de egoísmo, de  obstinación, de indiferencia! (…) Si mi pensamiento no abandona Menorca, entonces soy feliz, y serlo equivale a sabiduría, porque las condiciones de la vida y este instante tranquilo me invitan a ello; pero desde el momento en que mi pensamiento se dirige a Europa, al futuro que viene… me asaltan todas las angustias ». Hay paro, pobreza, convulsiones sociales. Viendo el panorama mundial, ya duda de que pueda volver a la isla. Horizontes oscuros anuncian tormentas en Europa, que pueden estallar de un momento a otro:  «No se trata tanto de política como de intereses (…), el capitalismo hace su juego. Lo terrible es que puede ganar, momentáneamente, la partida, y que al final habrá guerra».

Dabit, a los 18 años, había sido soldado en la guerra del 1914-1918 y teme tener que vivir otra terrible catástrofe. No sospecha que será España la antesala y el prólogo de la II Guerra Mundial; sólo tendrá tiempo de recibir las primeras noticias del golpe de Estado fascista, pues 35 días después de aquel 18 de julio muere en Crimea.

Eugène Dabit (Mers-les Bains,Somme, 1898 – Sebastopol, Crimea, 1936). De familia humilde, autodidacta, a los 18 años fue movilizado para participar en la I Guerra Mundial. Se inició en la pintura, pero pronto optó por ser escritor. Además de los libros citados, publicó otros títulos como  Villa Oasis ou Les Faux Bourgeois (1932),  Fauburgs de Paris (1933), Un mort tout neuf (1934)  y Au Pont Tournant (1936).

Por los recuerdos y notas de dietario, que editorial Gallimard publicó en 1939 (Journal Intime), sabemos que durante los veranos pasados en Menorca vivió intensamente, lejos de la agitada vida parisina, y que se sintió muy a gusto en la isla, donde escribió las tres nouvelles del libro L’Île : Un matin de pêche, Les deux Maries y Les compagnons de l’Andromède, que la editorial Ses Voltes, de la Confederació General del Treball (Menorca) ofrece ahora aquí traducida al catalán. Leemos en una de sus notas de dietario que aspira a «una vida ruda, sencilla, pobre. Tal vez sea por ella y no por una existencia heroica (¡y bien se sabe lo que dan de sí los tiempos que corren hoy en día!) que hemos venido al mundo».

La razón de sus estancias en Menorca debemos verla en la bolsa de trabajo de 20.000 francos, de la Fondation Blumenthal, fundación americana para el pensamiento y el arte francés. El mismo año 1932 se ha creado la Association des écrivains et des artistes révolutionnaires, de la que Dabit será un miembro activo.

De ideología inequívocamente de izquierda, aun sintiendo fuerte disgusto por lo que observa en el régimen soviético, ante el dilema entre fascismo y comunismo, se manifiesta a favor de este último por sentido de solidaridad con las clases subalternas. Su escritura realista, hasta cierto punto incluso costumbrista, le sirve para hablar del pueblo y de la vida cotidiana, no exenta de belleza. Sitúa en el foco narrativo a la gente sencilla, en la que descubre un halo de pureza y ésta se encuentra en las relaciones de amistad y en las acciones solidarias. Algunos comentaristas de la literatura de este autor francés destacan que “fue humilde con los humildes. Los pintó con ternura, pero sin complacencia; sin buscar tampoco el pintoresquismo ni la grandilocuencia. Lo que más temía era que sus personajes carecieran de verosimilitud”.  La soledad y la melancolía asoman en el fondo de su obra, tanto en sus prosas como en sus pinturas.

Eugène Dabit no olvidaba sus orígenes y sabía cuál sería su compromiso existencial en tanto durase su vida, que fue breve. En un sentido parecido al que formulara Albert Camus, Dabit escribió en  el número de marzo-abril de la revista Commune: «Si he tenido algún don, nunca pensé que pudiera ejercerlo sólo en mi provecho, sino, más bien, en dar voz a los que ninguna tienen–o aún no tienen. (…) Quisiera hablar de la alegría y la felicidad de los hombres; pero en este mundo actual no sabría hablar más que de sus tristezas y sus cóleras »[1].

                        Joan F. López Casasnovas    (Traductor y autor del prólogo)


[1] «Si j’ai reçu quelque don, je n’ai jamais pensé qu’il puisse s’exercer à mon seul profit, mais, plus justement, pour prêter une voix à ceux qui n’en ont point -ou pas encore.
[…] Je voudrais parler de la joie et du bonheur des hommes ; mais, dans ce monde présent, je ne saurais parler que de leurs tristesses et de leurs colères.»

Eugène Dabit, revue Commune, mars-avril 1934.

 


Fuente: Secretariat Permanent CGT Menorca