Artículo de opinión de Rafael Cid

“…ni el pasado ha muerto,

ni está el mañana -ni el ayer- escrito”

(Antonio Machado)

“…ni el pasado ha muerto,

ni está el mañana -ni el ayer- escrito”

(Antonio Machado)

Una vez más, como en todas las elecciones, el que no se contenta es porque no quiere. El Partido Popular, que se ha pegado un batacazo monumental, ha dicho a través de su portavoz que “hemos obtenido unos resultados que para sí quisieran otros”. Pedro Sánchez, secretario general de los socialistas, ha declarado que “el PSOE es el primer partido de la izquierda”, a pesar de padecer una sangría de votos respecto a 2011. Y, finalmente, el coordinador general de Izquierda Unida, Cayo Lara, no ha tenido empacho en calificar de “buenos, muy buenos” los resultados. Aunque en realidad, el PP y el PSOE juntos se han dejado el 13% de los votos, más de 3 millones, en comparación con los últimos comicios de referencia. Para ambos, el peor balance de su historia. Y la coalición IU ha quedado prácticamente en barbecho institucional, un partido sin poder.

El triunfo indiscutible está en Barcelona en Comú, Ahora Madrid, Zaragoza en Común, Compostela Abierta, Marea Atlántica, En Cádiz si se puede y Compromis. O sea, en las nuevas candidaturas ciudadanas relacionadas con las luchas de los indignados contra la corrupción, los recortes y las leyes mordaza, y en una coalición progresista que posiblemente fue, desde la Comunidad Valenciana, la primera a nivel estatal en abrazar un regerenacionismo radical, coherente con las demandas y necesidades de sus conciudadanos, más allá de fosilizadas ortodoxias. Pero no solo es una victoria de partidos más o menos nuevos, más o menos emergentes, lo que este triunfo trae en las alforjas es una promesa de otra forma de hacer política. Al menos en teoría, porque habrá que ver luego la brecha que se abra entre el dicho y el hecho, y si los pactos aguan la fiesta.

Pero en estos momentos no se puede escatimar su éxito bajo ningún pretexto. Un mérito que tiene algunos protagonistas estelares. En primer lugar, el impulso dado a la movilización popular por la generación más preparada de nuestra reciente historia condenada por el duopolio dinástico del austericidio a “vivir peor que sus padres”, porque los de arriba habían vivido “por encima de su posibilidades”. Ese ha sido el mar de fondo principal que ha agitado las conciencias de los sectores más sensibles de la sociedad, espabilando a buena parte de las clases populares de su tradicional letargo y resignación. “Dormíamos, despertábamos”, decía en una de sus pintadas en Movimiento 15M, que oportunamente Manuela Carmena ha reivindicado a la hora de la victoria en la noche del 24M.

En segundo término, como agente del cambio, a la dinámica de esa juventud a la que se pretendía dejar sin futuro, se acopló el activismo cívico y las movilizaciones sociales en aquellos lugares estratégicos donde el Partido Popular y su corrupción rampante habían perpetrado sus más flagrantes actos de barbarismo, en potencia y acto. A ese tejido conjuntivo sujeto-objeto, a esa inteligencia colectiva, hay que atribuir el fenomenal descalabro del PP en la Valencia de Salvem el Cabanyal y la red Gürtel; en la Barcelona de los indignados condenados por el escrache a los parlamentarios de los recortes antisociales y el mafioso clan Pujol; en la Galiza curtida del Nunca Máis y los estragos del caso Pokemon; en el Madrid profundo del 15M y la pestilente Operación Púnica y, en fin, en las Islas Canarias de los abusos del fracking.

¿Significa eso que por primera vez la ciudadanía ha castigado la corrupción, como dicen muchos analistas? No enteramente. Las cuentas salen solo en parte. Cabría afirmarlo si atendemos a lo ocurrido en Valencia, Madrid, Barcelona y Canarias. Pero si ampliamos el foco y vemos lo sucedido hace poco en Andalucía, reino del desfalco de los EREs y del fraude de los Cursos de Formación, y ahora mismo en Asturias, donde el caso Marea es un pozo sin fondo de corrupción y mangancia (por cierto, casi ignorado por los medios), esa interpretación falla. Salvo que concluyamos que los votantes pasan factura a la corrupción de la derecha y toleran la que comete la sedicente izquierda. Lo cual exigiría una profunda e inquietante reflexión.

Más bien creo que la interpretación válida está en otra dimensión. La valoración clientelista que de la política institucional tienen muchas personas hace que la corrupción de lo público en un primer momento no se interprete como algo que afecte directamente a nuestros bolsillos. La concepción del Estado como un “ogro filantrópico”, un artefacto superestructural que nos viene dado, contribuye a que los abusos que se cometen en su nombre a menudo se acepten como parte del paisaje natural. Por el contrario, lo que el elector no admite es que se rían de él en su propia cara y le humillen. Eso explicaría la paliza recibida en las urnas por gentes como Rita Barberá en Valencia, Esperanza Aguirre en Madrid, León de la Riva en Valladolid o Alfonso Rus en Xátiva, “animales políticos” todos ellos y ellas que se han caracterizado por el descaro y la chulería a la hora de justificar sus desmanes.

Finalmente, también merece un comentario lo ocurrido con UPyD e Izquierda Unida. De IU poco más que añadir, aparte de que ha sido víctima de sus propias peleas internas, atavismo orgánico y fallos estrepitosos a la hora de asociarse políticamente en las instituciones, lo que le ha llevado a desaparecer de Madrid, Valencia y Extremadura. En cuanto al partido liderado por la ex senadora socialista Rosa Díaz (recordar que compitió por la secretaria general del PSOE contra Zapatero), decir que es una derrota del Ibex 35 y del Grupo Prisa (buena parte de la revista Claves , con Fernando Savater al frente, estaba en su organigrama desde su alumbramiento), que fletaron la marca UPyD como expectativa bisagra para evitar, en el renacer del derecho a decidir, que el bipartidismo dinástico dependiera en exceso de los nacionalistas CiU y PNV en la gestión política del día a día.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid