Lo que podríamos llamar modelo sindical de concertación está en una profunda crisis de proyecto desde hace tiempo. Una crisis que tiene muchos factores, con elementos comunes con la decadencia de la socialdemocracia clásica a nivel europeo, aunque no tiene por qué significar un descalabro inminente de afiliación en estos sindicatos.
Tanto el sindicalismo pactista como la socialdemocracia se basan en la falacia que dice que el propio diálogo interclasista es suficiente para distribuir bienestar entre los representados. Y que una de las condiciones necesarias que favorece este diálogo es la existencia de la paz social: ya no hay que pelearnos, pues todo el mundo es razonable.
Obviamente esto es mentira por omisión. Siempre es el conflicto la pistola que está debajo de la mesa, sea por su activación o bien porque se tiene la mano en la culata.
Tanto el sindicalismo pactista como la socialdemocracia se basan en la falacia que dice que el propio diálogo interclasista es suficiente para distribuir bienestar entre los representados. Y que una de las condiciones necesarias que favorece este diálogo es la existencia de la paz social: ya no hay que pelearnos, pues todo el mundo es razonable.
Obviamente esto es mentira por omisión. Siempre es el conflicto la pistola que está debajo de la mesa, sea por su activación o bien porque se tiene la mano en la culata.
Quizás hace bastantes décadas el sistema capitalista tenía necesidad de estos acuerdos con los interlocutores adecuados, para detener el potencial de lucha del movimiento obrero, pero ya hace tiempo que no. Varios ingredientes (desclasamiento, reducción drástica de las huelgas como desatascador de las reivindicaciones, implantación de la agenda neoliberal …) han ido disminuyendo el tamaño de la pistola hasta que ya es obvio que no da miedo a nadie. Entonces, exactamente, ¿por qué debería seguir realizando cesiones el capital sin una amenaza real?
Sin entrar demasiado en estas disquisiciones, me gustaría revisar qué problemas tiene el proyecto de concertación sindical de CCOO y UGT en este contexto. Las diversas reformas laborales han ido reduciendo el escaso cuerpo legislativo laboral hasta dinamitar la negociación colectiva mínimamente garantista durante la reforma de 2012. Se produce entonces una enmienda a la totalidad del modelo de pacto: aquellas normas que permitían una resolución pacífica de conflictos , o una cierta negociación teniendo las espaldas cubiertas (ultraactividad de convenios, motivos para expedientes colectivos, procedimientos, etc), saltan por los aires. Sin estos mínimos proteccionistas, toda negociación que no se base en un incremento de la respuesta para reequilibrar la mesa está abocada al fracaso. Parecería lógico, pues, un cambio de actuación para evitar ser absolutamente irrelevantes.
En realidad pasó todo lo contrario: Desde entonces, CCOO y UGT han seguido avalando acuerdos en mesas de negociación de paz social donde tienen una fuerza casi inexistente: vergonzosos Acuerdos de Negociación Colectiva en un contexto de debilidad, cesión al chantaje en convenios ‘por qué si no pasaríamos a estatuto de los trabajadores’, eliminación de cláusulas de ultraactividad presentes en convenios, más EREs, más modificaciones de condiciones a la baja acordadas, más convenios de empresa por debajo de condiciones de convenio sectorial, fotos y más fotos en una Moncloa donde difícilmente patronal y gobierno aguantaban la risa.
Se produce de esta forma un choque entre la utilidad con que vendían su papel y la realidad de la enorme irrelevancia: Gobiernos y patronales ya no reparten migajas a cambio de calma, sino simplemente miseria. Ante esta situación se persiste en una paz social que ya es simple rendición y vasallaje, lo que implica un empeoramiento de su imagen entre la población, de forma muy acelerada en los últimos años. Este desgaste alimenta por un lado el antisindicalismo y, en pequeña medida, por otro lado a un sindicalismo alternativo que no cede al statu quo de victoria del capitalismo sobre la clase trabajadora.
Los efectos de la decadencia de CCOO y UGT en la calle
Hacia mediados del 2000, y quizás inicios de la Crisis, entre cierto sector de organizaciones o plataformas había una especie de complejo de inferioridad o simple reconocimiento de relación de fuerzas: «No nos gusta tener que hablar con CCOO, pero si no lo hacemos es imposible sacar mucha gente en la calle «. CCOO era la clave para pasar de 15.000 personas en la calle a 150.000 por poner un ejemplo. Y no hace tanto de eso.
Con el paso del tiempo, no sabría poner una fecha inicial porque seguramente es un proceso que ha ido incubándose, se van mostrando grietas. Recuerdo la huelga general de pensiones que convocó en solitario la CGT en enero de 2011 contra el nuevo Pensionazo (firmado una vez más por CCOO y UGT) y que supuso el incremento de la edad de jubilación de los 65 a los 67 años. Creo que todo el mundo que fue a la manifestación de Barcelona percibió que algo estaba pasando: de pronto una convocatoria ‘marginal’ era muy numerosa y llena de gente joven y caras que no conocías. Unos meses después estalló el 15-M.
Del 15-M se ha hablado mucho, pero me quedo con la sensación de despertar de la dinámica de resignación y de ‘esto es lo que hay’. La actuación de la población por sí misma empoderó las propias decisiones personales y abrió la mente, liberándose de los mecanismos tradicionales de lo que podríamos llamar ‘el viejo régimen’. Uno de estos mecanismos es el papel del sindicalismo de concertación.
Ahora sí, de forma clara, se van incrementando las plataformas donde CCOO y UGT no son bienvenidos o directamente criticados una y otra vez si participan echandoles en cara su papel dócil y de connivencia. Dejan de participar muy rápidamente. Desde entonces, CCOO y UGT tienen un papel marginal en la coordinación de organizaciones de perfil no institucional, o directamente inexistente. La percepción de que era necesaria su presencia para movilizar se fue reduciendo hasta dejar de ser suficiente como condición para aceptarlos. Y eso fue una revelación para muchos, pues se demostró que sí podíamos generar fuertes movilizaciones por nosotros mismos.
Las manis anticapitalistas del primero de mayo en muchas comarcas y capitales de provincia se consolidan como los espacios con más presencia en la calle.
De forma significativa, aparte del 15M, resaltaría unos cuantos ejemplos: huelga de movistar, Marchas de la dignidad, huelga del 3 de octubre en Catalunya, huelga del 8 de marzo.
– Lo que supuso la huelga de movistar no se ha analizado lo suficiente y es algo sobre lo que el sindicalismo debería reflexionar para tomar nota. Que miles de trabajadores se pongan en huelga indefinida, que el sindicalismo mayoritario no les pueda controlar a pesar de que la empresa corrió a pedir ayuda varias veces, que se activara una socialización muy decidida y contundente contra la principal multinacional del estado, es algo que mostró que el dique de contención no puede aguantar tanta agua presionando.
– Si el 15-M fue un alud social que pasaba por encima de cualquier organización, las Marchas de la dignidad (su primer año especialmente) mostraron que organizaciones alternativas podían crear y coordinar un espacio de movilización que sacó a la calle cerca de 2 millones de personas demandando una agenda social.
– La huelga general del 3 de octubre en Catalunya fue una tormenta perfecta de movilización por muchos factores, sí, pero sin el paso decidido de diferentes sindicatos no se habría producido. 9,3 millones de horas de huelga realizadas, una movilización cercana a baremos de huelga general para todo el estado.
-Finalmente, el movimiento social con más fuerza del estado, el feminismo, preparó a conciencia con el sindicalismo alternativo la realización de una huelga general de 24 horas el pasado 8 de marzo con el resultado de que todas hemos podido ver.
La calle, un pulso que ha perdido el sindicalismo oficialista
Durante la crisis y el surgimiento de Podemos, de vez en cuando algún periodista elaboraba la teoría de que esto iba a pasar también dentro de las empresas. Poco conocimiento de las dinámicas sindicales demostraban. Una cosa es coger una papeleta y meterla en una urna y otra bien distinta es romper redes clientelares en miles de centros de trabajo, saltar por encima de legislaciones que favorecen la implantación del sindicalismo mayoritario o la profecía auto-cumplida que dice que es inútil organizarse en el trabajo porque no hay nada que hacer y todo está fatal.
Los dos sindicatos mayoritarios siguen siendo útiles como clave para evitar las extensiones de conflictos en las empresas (básicamente para detener la entrada de sindicalismo combativo o contener sus luchas) pero en la calle cada vez era más evidente su nulo efecto en las movilizaciones sociales.
Da la impresión de que CCOO es el sindicato más preocupado por esta marginación, mientras que en UGT parece que no le importe mucho, por las razones que sea. Por un lado son conscientes del rechazo en las plataformas o acciones conjuntas, pero son incapaces de realizar movilizaciones significativas por ellos mismos. Lo que no puede aceptarse por su parte es que sea evidente su ausencia pues, si se consolida la percepción de esta debilidad, estaríamos ante la etapa previa del asalto al núcleo de la representación laboral.
Así pues, se montan artefactos para seguir manteniendo la ilusión de pintar algo ante la población, con la colaboración de los medios de comunicación gubernamentales y privados. En el 15M se creó la ‘Cumbre Social’, es decir, una marca blanca de ellos mismos y ONGs del entorno PSOE, ICV, IU. Nada en especial más allá de emitir proyección pública. En la huelga de movistar, a pesar de tener un perfil bajo, se intentó controlar y capitalizar externamente la lucha cuando de hecho no representaban los huelguistas, siendo rechazadas una y otra vez su participación, negociaciones y resultados.
Las Marchas de la Dignidad supusieron una sorpresa no esperada por casi todo el mundo, y preocupante, pues ahora sí se mostraba que pequeños sindicatos podían hacer movilizaciones de masas. Durante un tiempo se realizaron movimientos posteriores a aquella impresionante manifestación para intentar la entrada, utilizando como medio la ‘Cumbre Social’. Esta participación fue rechazada varias veces y de forma explícita por el sindicato más grande de aquella plataforma, la CGT. El posterior agotamiento del proyecto de las Marchas les hizo perder el interés.
Referente a la huelga del 3 de octubre había muchas dudas y tensiones en diferentes sindicatos pero, en todo caso, a las 9:15 minutos del domingo 1 de octubre, cuando la guardia civil comenzó a escarmentar a la población, ya quedó claro que la huelga general sería masiva.
Esto representaba un problema: El cuestionamiento pasaba de la calle al núcleo de su influencia, el mundo del trabajo. De ninguna manera podía haber una huelga general de estas características sin la presencia de la concertación, pues ahora a la pérdida del liderazgo en las luchas sociales se sumaría quedar ajeno a una gran movilización en el terreno central de las empresas.
La otra opción que tenían sobre la mesa, apoyar la huelga de pequeños sindicatos, en especial al tercero en afiliación de Catalunya, la CGT, era lo más parecido a un reconocimiento de subsidiariedad nada deseable, a lo que habría que sumar posibles problemas internos . Así pues, se monta la operación ‘aturada de país’ para dar cobertura a su presencia, basada en el pago de salarios de las empresas para no ir al trabajo ese día.
El recuento de horas de huelga dejó claro que fue una opción marginal en el cómputo general, pero el mensaje ya fue proyectado de forma muy potente para vender lo contrario. Se inyectó confusión en los centros de trabajo pero la indignación era tan fuerte que pasó por encima de todos.
Un intento de cambio fracasado
En los últimos meses, cierto sector de CCOO inició movimientos que se interpretan como un intento de rehacer puentes y recuperar un espacio en la calle, reconociendo errores si fuera necesario. Nunca sabremos si hubiera tenido éxito o no, si los cambios serían reales o superficiales. Y no lo sabremos porque la forma en que se ha actuado en la huelga feminista del 8-M ha sido lo más parecido a quemar las naves desde que Hernán Cortés dijo ‘va, prendamos fuego y a ver qué pasa’.
Cuando el movimiento social más fuerte de España, que está trabajando diariamente unas situaciones de explotación estructurales te pide algo, lo que se hace es escuchar y valorar. Con respeto con el entorno que lo está trabajando prioritariamente. Podría ser que en la valoración no se vieran las condiciones, pues una huelga general es algo muy sensible dentro del sindicalismo, pero sería suficiente mantener una posición de apoyo en cualquier caso y respecto a las decisiones tomadas, explicando las razones. Es decir, puedes no convocar un determinado modelo que te proponen, pero lo que no puedes hacer es neutralizarlo con todas tus fuerzas con otro alternativo no deseado por el núcleo del conflicto. Esto es de primero de asamblea.
Y es lo que ha pasado. Las huelgas de dos horas no han sumado a la huelga feminista sino que han permanecido. Allí donde la CGT está presente hemos tenido que esforzarnos mucho para explicar qué huelga es la que el feminismo pedía, a desmontar falsas noticias (bulos) relativos a ilegalidades, a combatir la invisibilización de la jornada que con un fuerte esfuerzo hacían los dos sindicatos mayoritarios, con mucha más capacidad para llegar a las diferentes empresas. Por cierto, empresas que, en muchas ocasiones, si informaban de la jornada de huelga sólo lo hacían con el modelo de dos horas, la simbólica. Incluso en una circular de la federación de servicios de CCOO para todos sus delegados se informaba que había dudas de que hubieran otras huelgas convocadas a la de dos horas y que, de ser así, seguirlas sería ilegal legal. Claro. Y si el agua llevara Uranio-235 sería mortal. Pero no lo lleva.
El tratamiento de los medios de comunicación ha sido intensivo en presentar al bisindicalismo como la clave que permitió la movilización de millones de trabajadoras.
CCOO y UGT han actuado de esta forma, y con tanta intensidad, porque se encontraban en un callejón sin salida similar al que tuvieron el 3-O en Catalunya: No pueden quedarse de brazos cruzados ante lo que consideran un reto al control del último bastión de su influencia: las movilizaciones desde las empresas. El feminismo ya valorará lo que tenga que valorar al respecto de estas actuaciones. Lo que está claro es que las diferentes organizaciones de sectores de izquierdas, anarcosindicalismo, sindicalismo alternativo, colectivos varios etc. son bien conscientes de lo que ha pasado y el daño que se ha hecho a la huelga principal pedida por el movimiento.
Si antes del 8-M CCOO y UGT estaban fuera de la movilización social conjunta, acaban de certificar su autoexpulsión por muchos años. Es como si el reloj se les hubiera detenido en los años 90 y por ello siguieran repitiendo una y otra vez recetas que funcionaban hace 25 años, pero hoy es obvio que no.
Este escenario dibuja una continuidad e incremento en su decadencia e influencia general. Por lo tanto, es necesario que nos atrevamos a incrementar el listón de las expectativas que nos marcamos, los objetivos, las ambiciones y quemar etapas cooperando lealmente con el tejido social transformador, local e interterritorial. En este contexto, respuestas como ‘la CGT sola’ sería un error, en mi opinión, al mismo nivel. Vivimos tiempos de diversidad, con puntos sociales fuertes distribuidos en diferentes espacios. El futuro será lo que hemos visto en varias movilizaciones exitosas: Cooperación diversa y respetuosa en objetivos concretos y potentes.
El sindicalismo de concertación es cada vez más irrelevante, con un modelo que no puede ofrecer en modo alguno satisfacciones a la clase trabajadora. Ni que quisieran podrían, teniendo en cuenta el desequilibrio de fuerzas en las mesas de negociaciones, a la que suman la renuncia de hacer algo para reducirlo.
Las calles no serán siempre nuestras, pero durante un tiempo el pactismo institucional será irrelevante. Hay que preparar el siguiente hito, que no es otro que una extensión ambiciosa en los centros de trabajo para ofrecer a esta sociedad el único espacio sindical que puede hacer retroceder al monstruo capitalista. Aquel espacio que usa el conflicto como herramienta de cambio.
Fuente: Oscar Murciano Secretaria d'acció social CGT Catalunya