Artículo de opinión de Rafael Cid

Estamos viviendo un momento histórico preñado de esperanzas y desafíos que algunos tratan de sofocar echando mano del manido mantra de la eficacia a cualquier precio. En esa coyuntura, todo indica que el mejor antídoto para evitar su sabotaje es inundar todo el proceso de toma de decisiones de democracia directa. Sin embargo, tampoco se nos escapa que en España una simple reforma puede percibirse como un terremoto para el sistema. Como el vaivén monarquía-república.

Estamos viviendo un momento histórico preñado de esperanzas y desafíos que algunos tratan de sofocar echando mano del manido mantra de la eficacia a cualquier precio. En esa coyuntura, todo indica que el mejor antídoto para evitar su sabotaje es inundar todo el proceso de toma de decisiones de democracia directa. Sin embargo, tampoco se nos escapa que en España una simple reforma puede percibirse como un terremoto para el sistema. Como el vaivén monarquía-república.

La vieja pugna monarquía-república hoy en día está felizmente superada en todo el mundo por la realidad de los hechos. Hay monarquías que impulsan sociedades abiertas y repúblicas que encubren perversos modelos de dominación e ignominia. Y viceversa. Todo depende de la existencia de una sociedad civil que ejerza la soberanía real por encima del ritual institucional. Aunque siempre hay excepciones, y España es una de esas rarezas.

A pesar del tiempo transcurrido, aquí y ahora el conflicto entre monarquía y república sigue siendo trascendente. Continúa cargado de valores contrapuestos. Bajo su dialéctica se unifican posiciones conservadoras e incluso reaccionarias frente a otras que sostienen dinámicas progresistas. Incluso por encima del siempre acomodaticio fiel de la balanza entre derecha e izquierda.

Lo prueba, una vez más, la identidad de voto entre el Partido Popular (en el gobierno) y el Partido Socialista Obrero Español (en la oposición nominal) en el debate propuesto al respecto en el parlamento por la Izquierda Plural. El “atado y bien atado” con que la dictadura instituyó la Segunda Restauración borbónica al designar a Juan Carlos I rey, ha vuelto a juntar a PP y PSOE. Lo que Franco que no lo separe la democracia.

¿Por qué esa renuencia de la sedicente izquierda socialista a la república? ¿A cuento de qué tamaña fidelidad de la derecha vernácula hacia la monarquía? ¿Acaso no fueron las dos experiencias republicanas, la federal de 1873 y la popular de 1931, obra preferencial de nuestra siempre incipiente clase burguesa? Más o menos ilustrada pero burguesía, por más que la liturgia oficial la haya colonizado como contubernio de rojos. Quizás la respuesta esté en que aquella reforma suponía una ruptura en los términos históricos del momento. De ahí las resistencias liberticidas que desataron en las cúpulas de los poderes fácticos.

Conviene recordar que la Segunda República traía en su mochila, entre otros cambios en profundidad, la reforma agraria, la laicización de la sociedad, el reajuste de Ejército, el sufragio universal masculino y femenino, la declaración de derechos relativos a la familia, la constitucionalización del derecho de sindicación de los funcionarios y la aprobación de los estatutos vasco y catalán. Modificaciones de calado, reformas en términos legales, realizados por vía democrática en el marco de una constitución que fue refrendada por 368 votos a favor y ninguno en contra. Eso y el hecho perturbador de que aquella república llegara a lomos de unas elecciones municipales, debe abajo, y a rebufo de la gran depresión económica del 29, inciden para que 83 años después PP y PSOE coincidan en negar un referéndum sobre la forma de Estado.

Pero esos intereses cruzados mantenidos a lo largo de los años han producido otros daños colaterales. El más notorio ha consistido en hacer de los partidos de izquierda un trasunto operativo de la derecha, una de sus marcas blancas. Ni por pasado ni por sabido debe solaparse el hecho clave de que fueron el PCE y el PSOE quienes mutaron su ideario republicano para aceptar la Monarquía del 18 de Julio, insuflando así una desmovilización de sus bases electores que ha durado hasta que el desamparo producido por el impacto de la crisis económica ha hecho ver a amplios sectores de la ciudadanía que “el rey está desnudo”.

Circunstancia nada coyuntural como demuestra esta enésima votación de los socialistas a favor de la casa de Borbón y que los comunistas, en la actualidad vueltos de nuevo a la fe republicana desde la plataforma de Izquierda Unida, nunca hayan reconocido públicamente su decisiva claudicación. En realidad ni la derecha de hoy es aquella derecha franquista, ni la izquierda actual supone una continuidad de la izquierda del ayer. Todos los partidos políticos institucionales han sufrido una abducción por el centro, achatándose por los extremos y reforzando sus pulsiones autoritarias.

Ahora mismo, mientras Pedro Sánchez impone el voto-rodillo a todos los diputados del PSOE en el último debate sobre la legitimidad de la monarquía, en Francia por el contrario el gobierno socialista veía como 31 de sus representantes en la asamblea nacional rechazaban el “plan de ajuste” del ejecutivo. Si uno fuera marxista, que no es el caso, podríamos conjeturar que el modelo de partidos mayoritarios en España configura una arquitectura política neofeudal. Dado que la vigente constitución otorga a los partidos la condición de agentes fundamentales para la participación política, y que estos se rigen interna y externamente casi con patente de propiedad privada, los ciudadanos, lejos de constituir el poder soberano, son lacayos de esa oligarquía. “Casta” esta que, como en la teorización aludida, desarrolla sus correspondientes relaciones de producción que sirven para reproducir el sistema a su favor bajo la figura del clientelismo.

Semejante baile de disfraces ha hecho posible que conspicuos representantes del statu quo, como Juan Luis Cebrián, factótum del Grupo Prisa, puedan asimilarse como detractores de la derecha. En una reciente comparecencia en el Foro Nueva Economía, uno de esos besamanos que organizan los medios de comunicación, el periodista que dirigió los servicios informativos en la TV de Arias Navarro, alias “carnicerito de Málaga”, acaba de calificar de “increíble monstruosidad” la propuesta del PP para que en los ayuntamientos gobierne la lista más votada. O sea, ha rebasado “por la izquierda” al líder del PSOE, Pedro Sánchez, pillado en un sí pero no, debido al lastre que supone para su partido haber sido el primero en llevar esa medida en su programa.

Hay verdades mutantes que no deberían dejarnos indiferentes. De igual manera que rechazar de plano cualquier reforma sin tener en cuenta las circunstancias puede significar un peligroso adanismo político, menospreciar las afirmaciones de algunos cancerberos del régimen a veces induce a limitar nuestro campo de visión simplificando la complejidad de la apuesta social. Por ejemplo, cuando al hablar de Podemos el editor de El País augura que “si los antisistema se integran en el sistema, este es mejor, y los antisistema desaparecerán porque entra en él”. Impecable análisis, pero también una cita de autoridad. Habla la voz de la experiencia del gran cronista de aquella transición por integración.

Otra cosa muy diferente es que, luego, envalentonado ante una audiencia entregada al aplauso fácil y el canapé, Cebrián dijera hacerle gracia que “los líderes de un partido antisistema se apelliden Iglesias y Monedero”. Aquí sobresalía el periodista más cínico y camaleónico. El que hizo carrera desde el periódico Pueblo, órgano de los sindicatos verticales, a las órdenes del corrupto Emilio Romero, hasta la dirección de El País, tras suplicar a Manuel Fraga, su promotor, que le nombrara a él y no “al franquista” Carlos Mendo. Realmente ocurrente Juan Luis Cebrián con el guiño de nombres. Aunque aún colea su rendido homenaje a un banquero que blasonaba del apellido Botín en su tarjeta de visita.

Conclusión. Saben morder pero no razonar. Si pensaran se darían cuenta de ya no hay prórrogas para sus añagazas. Y cuando se enteren y llamen a la fanfarria de un frente común con los que ahora caricaturizan, será demasiado tarde. Cada vez más gente sabe que cumplir sus últimas voluntades supondría rehabilitarlos como representantes de unos colectivos sociales que están diciendo adiós a todo eso a pasos agigantados. Original y copia incluidos. Porque quien más quien menos están hartos de tener que elegir entre la “crueldad increíble” del Toro de la Vega o que le pongan cuernos.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid