Artículo de opinión de Octavio Alberola
Según las últimas noticias, son ya varios los epidemiólogos e infectólogos (entre ellos, algunos de los más reputados mundialmente) que, ante la espectacular y por el momento imparable hecatombe de políticos contagiados por el coranovirus, han comenzado a preguntarse angustiados sobre la posibilidad de que el COVID-19 (su verdadero nombre según la Organización Mundial de la Salud) sea en realidad un COVID-20, un acratovirus (1)…
Según las últimas noticias, son ya varios los epidemiólogos e infectólogos (entre ellos, algunos de los más reputados mundialmente) que, ante la espectacular y por el momento imparable hecatombe de políticos contagiados por el coranovirus, han comenzado a preguntarse angustiados sobre la posibilidad de que el COVID-19 (su verdadero nombre según la Organización Mundial de la Salud) sea en realidad un COVID-20, un acratovirus (1)…
Esta angustia no es producto de la conspiranoia o de hipótesis surgidas de mentes calenturientas o antisistema; pues, efectivamente, ante una tal hecatombe, que comienza a meter y mantener en cuarentena a muchos gobiernos en el mundo, la inquietud de estos especialistas en virología e inmunología está plenamente justificada. No solo por ser la gobernanza mundial la que está hoy en peligro sino por estarlo también el sistema de control y dominación de los pueblos. ¡Ese sistema que tantos sacrificios y muertos costó construir e imponer!
Es pues de una gran urgencia identificar lo que realmente es el COVID-19, ya que si finalmente es un COVID-20, un acratovirus, los estragos entre la clase dirigente serán de tal magnitud que -antes de vencerle- los pueblos se verán obligados a funcionar por si mismos, a autogobernarse y pasarse para siempre de políticos y dirigentes de toda laya y estirpe… Esa especie qué, desde siempre, no ha parado de sacrificarse -junto a esa otra especie, la capitalista- para construir -para nosotros, el resto de la humanidad- la maravillosa sociedad del consumo infinito… Aunque, afortunadamente, no para todos igual, y sin reparar en dejar en ruinas la biodiversidad y grandes zonas del planeta.
No seamos pues ingratos, y en estos momentos, de ansiedad e incertidumbre por esta inesperada -aunque previsible- pandemia, obedezcamos disciplinadamente y ciegamente las consignas de los que gobiernan pensando -siempre- en nosotros y para nuestro bien… Evitemos, pues, darnos la mano, dejemos de besarnos, no vayamos más a lugares frecuentados, guardemos la distancia de seguridad (dos metros, y, si podemos, cuatro o más…) para evitar el contagio. Pero, sobre todo, lavémonos las manos escrupulosamente con agua (caliente, si posible, y, si no, tibia…) y con jabón (si posible de buena marca) varias veces al día y cada vez que toquemos lo que otros han tocado.
No lo olvidemos, todo ello es necesario para protegernos y proteger a los otros, además de serlo también para salvar al sistema que nos ha metido en esta terrible y absurda situación de riesgo e indefensión…. Seamos pues solidarios, practiquemos el apoyo mutuo, aprovechemos este descanso obligatorio para descansar de verdad y reflexionar sobre cómo liberarnos de todo lo que nos es impuesto contra nuestra voluntad. ¡Seamos pues responsables! Sobre todo ahora, puesto que ellos (los que nos gobiernan) no paran de incitarnos a serlo. Comencemos pues a pensar y organizar responsablemente iniciativas autónomas y solidarias para autogestionar la sociedad y dar -por fin- prioridad a las cosas esenciales para nuestras vidas y la preservación de nuestro hábitat: la naturaleza.
Asumamos pues esa responsabilidad plenamente. Hagamos caso a sus llamados, a lo que nos dicen, a lo que nos ordenan, y cumplámoslo al pie de la letra, y sin lamentarnos de haber esperando tanto tiempo (años, siglos…) en ser responsables, en ser conscientes de nuestra capacidad para autorganizarnos y dar a la vida otro sentido que el que nos impusieron: el de la acumulación de cosas.
No olvidemos que lo hicieron pensando en nuestro bien (y, claro, también en el suyo) y con nuestro consentimiento (muchas veces -es verdad- forzado), como es el caso ahora, ante esta hecatombe que está tambaleando y cuestionando todo: su globalización, sus políticas económicas neoliberales y su sociedad de mercado, que convierte a los humanos en simples mercancías.
Un cuestionamiento y tambaleamiento que han provocado ya grandes y significativos anuncios de medidas por el «bien común» de empresarios, de trabajadores, de propietarios e inquilinos… Inclusive para el de las personas sin techo. Ademas de la moratoria en hipotecas y en facturas del suministro de luz, gas y agua para personas sin ingresos o sin trabajo. Aunque, claro, a cada uno en función de su estatus, y, sobre todo, de su función en la economía (capitalista) nacional y mundial.
De ahí por qué, entre esas medidas, las más justas y alentadoras -por su lógica (capitalista)- sean la decida por la Reserva Federal de los Estados Unidos, la FED, de compra de activos por 700 mil millones de dólares, y el paquete de estímulo de 850.000 millones de dólares, promovido por Trump, para dar liquidez al mercado y salvar las fortunas de los más ricos.
¿Cómo dudar pues de las buenas y loables intenciones de los políticos y no reconocerles su sensibilidad social, su inteligencia y, pragmatismo para adaptarse a las circunstancias y tratar de sacarles el mayor provecho posible para sus intereses y los de la clase a la que sirven?
No desperdiciemos pues la ocasión de reconocerles su sacrificio por nosotros (el pueblo) y despedirles («¡Que se vayan!») solemnemente con aplausos, como los que se han destinado (merecidamente) en muchos lugares al personal sanitario, que es el que está dando la batalla al virus en directo… Y eso a pesar de tener que hacer frente a una criminal penuria de material y equipos de protección por la improvisación y las políticas de ajuste presupuestario de las autoridades.
No lo olvidemos, como tampoco lo que pasó en las crisis anteriores, en las que los mas ricos no tuvieron ningún escrúpulo en aumentar -con la complicidad de los políticos- sus fortunas, mientras los trabajadores soportaban los ajustes…
No, no lo olvidemos; pero tampoco deberemos olvidar que, si el COVID-19 es realmente un COVID-20, un acratovirus, también es a él que deberemos dedicar nuestros aplausos… No solo por ser indiscutible que no es un virus racista o clasista sino también porque se le deberá la actual concienciación social…
Aunque, por decirlo claramente, lo que ésta concienciación dé después, dependerá fundamentalmente de lo que decidamos y hagamos nosotros, los de abajo. Tanto en el terreno social como en el sanitario. Pues, como lo reconoce la mayoría de los epidemiólogos e infectólogos, aunque sea difícil de saber cuándo una pandemia va a ocurrir, la preparación para hacerle frente está bien establecida, pero es cara, y cuando pase el tiempo los gobiernos volverán -si les dejamos- a economizar en estas cosas, como lo han hecho hasta ahora…
De nosotros depende pues que esta concienciación -para dar la primacía a la vida sobre la acumulación- se mantenga y se extienda; pues solo así se podrá obligar a los gobiernos a adoptar, como norma, las medidas, que ayer decretaban imposibles y que hoy han adoptado presionados por las circunstancias: dar prioridad a lo necesario para la supervivencia colectiva sobre lo que es superfluo y nocivo para la convivencia fraternal y solidaria de la humanidad.
Perpignan, 20 de marzo de 2020
Octavio Alberola
(1) Según estos mismos virólogos, los virus pueden ser, como los humanos y otras especies vivientes, individualistas o colectivistas, creyentes, agnósticos o ateos, monárquicos o republicanos, liberales, socialistas, comunistas o anarquistas. Es el caso del COVID-20, que es un ácrata.
Fuente: Octavio Alberola