Artículo de opinión de Rafael Cid

Dos crisis en poco menos del lapso de una generación. Una estalló en 2008, y tuvo origen económico. La otra en 2020, a causa de la pandemia del COVID-19. Y ambas se han cebado sobre los grupos más vulnerables. La primera impactó contra la juventud precarizada. La segunda sobre los mayores con reparos. Una y otra fueron gestionadas por los gobiernos favoreciendo a los poderes fácticos. La de hace 12 años, devaluando el <<estado de bienestar>> para rescatar al sector financiero (la banca privada captó e mercado dejado por las semipúblicas y estigmatizadas cajas de ahorro).

Dos crisis en poco menos del lapso de una generación. Una estalló en 2008, y tuvo origen económico. La otra en 2020, a causa de la pandemia del COVID-19. Y ambas se han cebado sobre los grupos más vulnerables. La primera impactó contra la juventud precarizada. La segunda sobre los mayores con reparos. Una y otra fueron gestionadas por los gobiernos favoreciendo a los poderes fácticos. La de hace 12 años, devaluando el <<estado de bienestar>> para rescatar al sector financiero (la banca privada captó e mercado dejado por las semipúblicas y estigmatizadas cajas de ahorro). La actual, confinando a la gente para privilegiar a las grandes corporaciones cotizadas en bolsa (la primera medida del Ejecutivo fue blindar el Ibex 35 frente a inversores bajistas). Y sin embargo, entre las dos existe una diferencia fundamental en cuanto a sus consecuencias. La de 2008 provocó el nacimiento espontáneo del ilusionante y esperanzador 15-M como autoorganización ciudadana erigida frente al sistema dominante. Esta de 2020, por el contrario, ha impuesto el distanciamiento social y la paulatina militarización del orbe público por razón de Estado.

El coronavirus representa la Némesis del 15-M. Hasta tal punto es así que el actual Gobierno de coalición de izquierdas ha decretado el estado de alarma y medidas para evitar el colapso del mercado de trabajo utilizando las normativas que prometió derogar. La denostada <<ley mordaza>> y los impopulares ERTEs y EREs de la contrarreforma laboral son, aquí y ahora, sus principales herramientas para reprimir infracciones del orden público (miles de sanciones administrativas y centenares de detenidos al escribir esta nota) y evitar extinciones de contratos ante la forzosa hibernación productiva. Contradicción asumida estoicamente, que se ha visto agravada con el proyecto de geolocalización personal para monitorizar la expansión del contagio acorde con el Real Decreto-ley 14/2019 de <<medidas urgentes por razones de seguridad pública en materia de administración digital>>. La <<ley mordaza digital>> aprobada por el PSOE con la abstención de su socio Unidas Podemos (UP) que facilita la intervención de <<redes y servicios de comunicaciones electrónicas>> sin necesidad de previa autorización judicial. A todo ello, y por si no fuera poco, habrá que añadir la solicitud de rescate-país realizada por el gobierno <<rotundamente progresista>> a la Unión Europea (UE), con el consiguiente acopio de ajustes estructurales y recortes para sufragar la deuda acumulada. Como dicta la reforma del artículo 135 de la Constitución perpetrada durante la crisis precedente.

La Némesis de que hablamos, una especie de nuevo Leviatán cibernético y biopolítico de centrifugación global, alcanza su verdadera magnitud operativa cuando comparamos los valores y contravalores que acompañan al despliegue de ambos acontecimientos en sus huellas sobre la sociedad civil. Un empoderamiento de la gente al margen de las instituciones que hicieron deflagrar la crisis del 2008 sobre los más débiles, y un sórdido disciplinamiento de la ciudadanía a las autoridades que en 2020 excusaron su negligencia ante la pandemia porque <<nadie la vio venir>>. El 15-M como respuesta a los efectos de la gran recesión semaforizada desde el poder entrañó: autoestima, horizontalidad, movilización, ocupación del espacio público, antiautoritarismo, igualitarismo, fraternidad, júbilo, cuidados, respeto, deliberación social, protagonismo de las personas, disidencia, espíritu crítico, inconformismo, asambleísmo, participación, presencialismo, alegría de vivir, espíritu de celebración, justa indignación, desbordamiento de las consignas de partidos, sindicatos y medios <<representativos>> dopados desde el poder (<<PSOE,PP, la misma mierda es>>), etc. La revancha inoculada por el coronavirus lleva en sus alforjas: autoritarismo, jerarquía, obediencia debida, sometimiento, aislamiento, confinamiento, distanciamiento social, internamiento, miedo, precariedad, servidumbre voluntaria, insolidaridad (<<los chivatos de las terrazas>>), agitación y propaganda en lugar de información veraz (las ruedas de prensa tongo de la <<comunicación de crisis>>), regresión ética, desposesión, patrioterismo de campanario, indigencia, anomía, intrusismo eugenésico (la postergación de la asistencia a mayores con <<patologías previas>>) y trazas de generoso apoyo mutuo por colectivos activistas que a pesar de su ejemplaridad no puede doblar el curso del sofocante <<mainstream>> reinante.

El miedo a la muerte, la inseguridad existencial y el sufrimiento diferido expandido a toda la población por los canales oficiales y sus portavoces, están sirviendo indirectamente para un colosal y nunca visto experimento de cobayismo humano escala planetaria, que sin duda servirá a los estados y los poderes fácticos como banco de pruebas para la gobernanza del día después. Un mañana diferente a todo lo que hasta ahora hayamos visto, con ideologías hegemónicas que pivotaran entre el ecofascismo rampante y el capitalismo comunista estilo China para gestionar una civilización asediada por el reto medioambiental, el agotamiento de las fuentes de energía tradicionales, el alud de las migraciones, las protestas de los más pobres e infortunados, la vulnerabilidad sanitaria de la población no rentable y el <<oneroso>> coste económico de las clases pasivas.

Con esas constantes vitales parece un exceso de <<candor revolucionario>> presuponer que nos encontramos ante el fin del aberrante capitalismo (por más que suponga su más profunda y clara deslegitimación). Eso que los ilustrados llaman <<el sujeto histórico>> es ahora una inmensa cantera de individuos sin atributos. Aunque también es verdad que, en buena medida, son los mismos contingentes que auspiciaron el 15-M y la revuelta de los indignados en medio mundo. Y quien tuvo retuvo. Porque, por encima de todo, lo que no podemos aceptar nunca es que no hay alternativa. Sería tanto como abdicar a nuestra condición. Non sequitur. Hace 25 siglos unos atribulados ciudadanos de Atenas utilizaron su <<oración fúnebre>> por los caídos en la Guerra del Peloponeso para anunciar al mundo una nueva civilización donde los seres humanos fueran la medida de todas las cosas. Lo llamaron democracia: el gobierno del pueblo.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid