XAVI AYÉN - LA VANGUARDIA BARCELONA
El caso Savolta se ha reabierto treinta años después. En un acto celebrado ayer en el Palau de la Virreina en el marco del Any del Llibre i de la Lectura, Eduardo Mendoza conmemoró junto a un grupo de críticos y periodistas las tres décadas transcurridas desde que publicó en Seix Barral La verdad sobre el caso Savolta, la novela centrada en el asesinato de un industrial catalán, traficante de armas durante la Primera Guerra Mundial, y que reflejaba una Barcelona en la que convivían una burguesía reaccionaria, otra liberal y un fuerte movimiento anarquista.
XAVI AYÉN – LA VANGUARDIA
BARCELONA
El caso Savolta se ha reabierto treinta años después. En un acto celebrado ayer en el Palau de la Virreina en el marco del Any del Llibre i de la Lectura, Eduardo Mendoza conmemoró junto a un grupo de críticos y periodistas las tres décadas transcurridas desde que publicó en Seix Barral La verdad sobre el caso Savolta, la novela centrada en el asesinato de un industrial catalán, traficante de armas durante la Primera Guerra Mundial, y que reflejaba una Barcelona en la que convivían una burguesía reaccionaria, otra liberal y un fuerte movimiento anarquista.
Su editor de entonces, Pere Gimferrer, compañero suyo en la facultad de Derecho, explicó que «el título inicial era Los soldados de Cataluña, pero lo prohibió la censura y tuvimos que cambiarlo. En una conversación con el autor, él me dijo : ’Pon cualquier cosa menos La verdad sobre el caso Savolta’. Vi en seguida que ese debía ser el título definitivo». Gimferrer confesó que «estaba seguro de que no venderíamos nada, pero que tendríamos un éxito de crítica. Afortunadamente, me equivoqué en lo primero».
El académico Francisco Rico leyó algunos fragmentos de la obra, comparó a su autor, entre otros, con Cervantes y Borges, y afirmó : «Aunque la cultura de este país debe mucho a la censura, como el gran final de Viridiana o el mejor poema de José Agustín Goytisolo, creo que en este caso el censor se equivocó porque Los soldados de Cataluña era un gran título». Rico destacó la fluida convivencia en la obra entre lo natural y lo absurdo, y entrevió trazos del Lazarillo de Tormes en esta novela mendoziana.
El escritor Javier Cercas explicó : «La primera vez que leí la obra fue en COU, como lectura recomendada ; los que hemos escrito luego estamos en deuda». El autor de Soldados de Salamina reveló que, de joven, «imité burdamente a Mendoza en un relato largo, que premió el Ayuntamiento de Barcelona, y que prometo no volver a publicar jamás».
El periodista Llàtzer Moix, que prepara un libro sobre Mendoza, destacó que «la novela aparece en un momento en que la narrativa española está dominada por la voluntad de compromiso y trascendencia» y el autor «rompe con ello mezclando prosas, géneros, registros… logrando una polifonía nueva, una prosa elástica que contiene diferentes grados de comedia y tragedia, y que lleva en su seno la semilla de su bibliografía posterior». Moix recordó que «la recepción del libro no fue siempre entusiasta, pues decepcionó a los partidarios de la novela experimental, una de cuyas condiciones era que no se entendiera nada».
El crítico Jordi Gràcia apuntó que «tal vez Eduardo Mendoza introdujo el humor burlón y desencantado en un público acostumbrado a lecturas más comprometidas».
El autor, Eduardo Mendoza, afirmó : «Estoy avasallado. Pero estos eruditos y amigos no podrán conmigo. Tengo una ventaja importante sobre ellos : yo nunca he leído La verdad sobre el caso Savolta.Incluso cuando me preguntan por el argumento, tengo que consultar con otras personas.
El escritor recordó que «en el Sant Jordi de 1975 se vendieron ocho ejemplares de la novela, cuatro de los cuales los compró mi hermana ; pero la generosa acogida crítica y una recomendación de Cambio 16 la catapultaron. En el Sant Jordi siguiente, ya firmé bastantes libros, pero, a causa de una de las cargas policiales habituales en la época, tuvimos que salir de la caseta corriendo y escondernos en un callejón, donde nos dispararon una bala de goma que venía directa hacia mí ; un empleado de la editorial se puso delante de mí y recibió el impacto en un lugar que le impidió sentarse durante un tiempo. ¡Eso eran editores !»