Durante el mes de septiembre de 2004 la Organización Mundial de la Salud lanzó una advertencia a la sociedad con respecto al tema del suicidio. Según esta organización se producen más muertes por suicidios que sumando los homicidios y las víctimas de las guerras juntos. Parece ser que las tasas de mortalidad por esta causa aumenta gravemente entre los jóvenes de 15 a 25 años.

Durante el mes de septiembre de 2004 la Organización Mundial de la Salud lanzó una advertencia a la sociedad con respecto al tema del suicidio. Según esta organización se producen más muertes por suicidios que sumando los homicidios y las víctimas de las guerras juntos. Parece ser que las tasas de mortalidad por esta causa aumenta gravemente entre los jóvenes de 15 a 25 años.

Durante el mes de septiembre de 2004 la Organización Mundial de la Salud lanzó una advertencia a la sociedad con respecto al tema del suicidio. Según esta organización se producen más muertes por suicidios que sumando los homicidios y las víctimas de las guerras juntos. Parece ser que las tasas de mortalidad por esta causa aumenta gravemente entre los jóvenes de 15 a 25 años. La OMS pretende hacer creer que el suicidio se puede evitar con las medidas preventivas adecuadas, como disminuir el acceso a los medios necesarios para consumarlo, una menor atención del tema en los medios de comunicación o un correcto tratamiento de las enfermedades que influyen . Sin embargo, nadie parece preguntarse sobre las causas y el resultado que se obtendría si se incidiera sobre éstas directamente.

La sociedad ha degenerado hasta el punto de convertirse en un antropófago capaz de devorar a sus propios hijos, con el fin de ver elevada aún más su falsa divinidad. Si la pobreza, el desempleo, la pérdida de seres queridos, las discusiones, la ruptura de relaciones y los problemas jurídicos y legales, son las causas más comunes que influyen en los jóvenes a la hora de decidir acabar sus días, quizás fuera necesario analizar la sociedad que envuelve a la mayoría de adolescentes, cuyas características no parecen contribuir a una concepción demasiado optimista de la vida. Es indudable que el hombre nace estigmatizado por el propio sistema. Al crecer ante una ciudad de espacios reducidos y extensiones verticales, donde el abundante ruido y la contaminación hacen mella en la salud, se contribuye a una convivencia perpetua con la angustia.

La poca comunicación existente entre los hombres, encumbra la desesperanza de estos jóvenes, que aunque poseen la posibilidad de expresarse, en contadas ocasiones son debidamente atendidos o valorados, puesto que su opinión, sus dilemas y sus anhelos importan bien poco a un mundo de opresión que muestra su decadencia, a través del cual los jóvenes se marchitan al compás de la desolación que les rodea. La injusticia predomina y ellos lo intuyen. Resulta evidente que no existen facilidades sociales y que con la escasez de viviendas y empleos, con la perspectiva de un futuro incierto que se ha dispuesto para la supervivencia, no es fácil seguir adelante. También es indudable que aquellos que intentan alzar la voz de una manera contestataria, reclamando su dignidad como persona, se enfrentan a la marginación y son tratados como irresponsables que pretenden salirse del redil provocando la inestabilidad. De esta forma se inculca un sentimiento de culpabilidad que se generaliza en la juventud, aunque evidentemente la culpa recae sobre el sistema.

Entre los factores que la OMS cita para la protección contra el suicidio destacan la autoestima, las relaciones sociales ricas con familiares y amigos, el apoyo social, una relación estable de pareja y las creencias religiosas, así como la rápida identificación y tratamiento de las enfermedades mentales. Sin embargo, sin un cambio de sistema, sin que el hombre deje de estar sometido a una sociedad que promueve la competitividad y produce millones de fracasados, todas estas medidas servirán de bien poco. El suicidio en tasas tan elevadas, produce unas pérdidas económicas cifradas en miles de millones de dólares, un motivo por el cual preocupa en demasía prevenirlo y que nos demuestra la falta de escrúpulos de un mundo irracional.

En la época clásica, el suicidio se consideró como un acto de honor con el que algunas personas optaron por determinar su futuro, bien fuera para elegir su propia muerte o para continuar sus días de una forma humillante. Desde Sócrates hasta nuestros días, son muchos los intelectuales que han decidido el instante de su deceso, cosa que demuestra que la intelectualidad está ligada a la libertad fundamental del individuo, y que de esta coyuntura natural emana el suicidio como desenlace corporal que concluyenuestra capacidad de elección, elevando nuestro criterio a la libertad perfecta de las cosas.

No se debe caer en el error de considerar el suicidio como una única opción, ni en tratar de ensalzarlo, sin embargo deberíamos admitirlo como una verdadera utilización de nuestra libertad personal. La importancia del suicidio no radica en el acto mismo, sino en lo que se busca, el antónimo de aquello que lo causa:la liberación, la justicia, el amor, la estabilidad, el final del sufrimiento. Todo ha sido excluido del implacable conjunto impuesto por la autocracia, el absurdo sistema que nos ofrece una extensa amalgama de frustraciones, donde millones de fracasados viven su desesperanza mientras son explotados por unos pocos opresores.

He aquí donde es necesaria la esperanza de la que nos habla Freire, una esperanza que nos permita soñar y luchar., puesto que no hay cambio sin sueño, como no hay sueño sin esperanza. Si la sociedad concibiera al suicidio como una decisión propia y libre del ser humano, es obvio que se extraería un cierto carácter libertario en la decisión de morir, equiparable a la propia lucha. Sin embargo, la falta de estímulos a que nos acondiciona la sociedad, la desesperanza antes citada, aunque perjudique económicamente al sistema, le beneficia moralmente, puesto que el suicida no provoca cambios, ni sueña. La base conceptual del suicidio sería más útil para el hombre si se utilizara para encumbrar aquello que el opresor llama utopía, y que no es más que el motor hacia un mundo de progreso humano y colectivo. El hombre debe mantener su capacidad individual al margen de los cánones impuestos, para capacitarse sin condicionamientos a la hora de pensar, en el momento de construir sus propias esperanzas y asemejarlas a las del resto, sin derrumbarse ante el falso bienestar.

Es cierto que sin un sueño o utopía, no existe la posibilidad de cambiar, porque la lucha debe basarse en la esperanza de conseguir un objetivo, y éste siempre es un sueño, una idea platónica. Mas el sueño, aquél que algunos interesados nos muestran como inútil e inconcebible, falso y absurdo, resulta necesario para alcanzar la mayor libertad posible, un sueño que nos conduzca a la lucha por conquistar una vida mejor para todos.

La libertad universal de los hombres debería sentar las bases de un nuevo futuro y mostrarse como un alegato a la vida. La esperanza muestra el camino de una lucha capaz de evitar el suicidio, porque aceptarlo, como admitir tantas otras decisiones propias del individuo, crea la esperanza. La libertad es el fundamento principal de la vida y sin ella, sólo con la opresión de la sociedad y el sufrimiento que ésta provoca, se fomenta la muerte. Necesitamos vivir para cambiar, porque los muertos fracasan en su potencia de ser, sin la cual no existe el movimiento y resulta imposible inducir al cambio. La esperanza, imprescindible como el hombre mismo, genera la lucha necesaria para progresar hacia la consecución de nuestro sueño.

David Peña Pérez. Escritor.


Par : David Peña Pérez