Artículo publicado en Rojo y Negro nº 397, febrero 2025
Luis González Reyes, de la Cooperativa Garúa y militante de Ecologistas en Acción, nos revela alguna de las claves de los informes realizados para orientar transiciones ecosociales en distintas regiones del Estado español y su interacción con la práctica sindical.
En marzo del año pasado, el Grup Transició Ecosocial de la CGT de Catalunya presentaba el informe ‘Transición ecosocial en Cataluña. Una propuesta decrecentista’, impulsado por varios sindicatos y federaciones de la CGT, la Fundación Salvador Seguí y organizaciones como Embat, Attac o el Sindicato de Inquilinas, entre otros.
En Euskadi, tanto ELA como LAB han publicado estudios similares. Y en Castilla y León, la CGT, Ecologistas en Acción y Futuro en Común, han lanzado un proceso participativo que aspira a tener listo un informe similar para la próxima primavera.
Casi todos estos estudios están coordinados por Garúa, una cooperativa integrada diversos profesionales, varios de ellos vinculados a Ecologistas en Acción, entre los que se encuentra Luis González Reyes, doctor en ciencias químicas, educador y colaborador habitual de varias universidades.
Luis, en los informes definís como un punto ciego “que toda actividad económica en las sociedades capitalistas industriales contemporáneas es imposible sin el concurso de un flujo abundante y estable de materias primas y energía» para, posteriormente, afirmar que las renovables no son suficientes para sustituir a los combustibles fósiles. ¿cómo resolvemos este dilema?
En realidad las renovables tal y cómo las estamos usando no son fuentes autónomas de los combustibles fósiles. Los requieren para la fabricación de las máquinas que usan las fuentes renovables. Tampoco de un sistema basado en materiales no renovables. De este modo, lo que llamamos ‘renovables’ no son realmente renovables sino, hasta cierto punto, extensión del modelo fósil. Además, es una extensión que tiene unas propiedades, en general, distintas de las fósiles. No son fuentes energéticas concentradas, sino dispersas, ni se encuentran disponibles todo el tiempo como los fósiles, sino solo de forma intermitente —cuando sopla el viento o luce el sol—. Esto hace que no solo sean dependientes de los combustibles fósiles, sino que no puedan mantener una economía fósil, que requiere de grandes cantidades de energía concentrada disponible en todo momento.
Un ejemplo claro es el transporte. No hay posibilidad de un transporte masivo, rápido y a largas distancias sin el concurso de los combustibles fósiles. Y sin eso no existe ni una economía global ni una concentrada en grandes ciudades.
¿Transición ecosocial es sinónimo de decrecimiento?
El capitalismo global industrial no solo es sociocida y ecocida, sino también insostenible. Ante ello, lo que proponemos es el Decrecimiento. La propuesta decrecentista se basa en una economía con un consumo parco en materia y energía, y que esta última sea realmente renovable, producida por economías locales y diversificadas, integradas en el funcionamiento de los ecosistemas —que no es otra cosa que basadas en un sector primario agroecológico—. Y todo ello, con un fuerte reparto de la riqueza. Para conseguir esto es imprescindible recuperar nuestra autonomía económica y política, que es un paso imprescindible para la superación del capitalismo.
Los informes de Euskadi como el de Catalunya han sido impulsados por organizaciones sindicales. Planteáis medidas con un impacto disruptivo en la forma de entender el mundo laboral… ¿cómo pueden ser llevadas estas propuestas a la acción sindical de una organización como la CGT?
Cuando se plasman las transformaciones decrecentistas en la economía de Euskadi, Catalunya o el conjunto del Estado, todos ellos marcos que hemos estudiado, lo que encontramos es una reducción general de la economía. Esto no es de extrañar porque el grueso de nuestra actividad económica no sirve para la satisfacción de las necesidades humanas, sino para la reproducción del capital. Hay sectores muy importes que tienen que reducirse de forma drástica: automoción, turismo, petroquímico, etc. y otros reconvertirse y crecer: alimentación, textil, mobiliario, etc. Pero el balance total es de una pérdida de horas de trabajo.
Ojo, estas son tendencias que van a ir sucediendo de manera inevitable conforme profundicemos el choque contra los límites ambientales. Lo que está en juego es hacerlas con parámetros de justicia social. Esto es lo que están empezando a ver sindicatos como ELA, LAB, ESK o CGT con los que estamos trabajando en estas transiciones.
Lo que nos une es entender que tenemos que proteger a las personas, no a las actividades productivas que deben desaparecer y están ya heridas de muerte. Y esto tiene políticas concretas detrás como el reparto del empleo mediante una reducción de la jornada laboral sin merma salarial. Entre estas medidas es clave la construcción de otras economías fuera de las lógicas predadoras del capitalismo.
¿Crees que con Donald Trump y sus esbirros será más claro entender lo que significa el ecofascismo? ¿O simplemente no tienen nada de eco?
La internacional reaccionaria que se está conformando tiene poco de ecológica. Es, más bien, un neofascismo fósil que niega la emergencia climática y ecosistémica. Sin embargo, a la vez, algunas de las medidas que ponen en marcha sí responden a la imagen extendida socialmente de crisis profunda. Cuando quiere expulsar a las personas migradas de EEUU lo hace entendiendo que el privilegio que significa el ‘modo de vida americano’ cada vez está al alcance de menos personas por esa crisis ecosocial profunda. O cuando vuelve a una política imperialista del control directo de territorios, entiendo que el papel de las crecientemente escasas materias primas es cada vez más central.
Después de leer los análisis y las propuestas de los informes, resuena la frase de Buckminster Fuller cuando decía: «Nunca se cambian las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construye un nuevo modelo que haga obsoleto el existente».
A.R. Amayuelas
Fuente: Rojo y Negro