Nos cuentan desde el gobierno, unas veces cantando y otras vociferando, que Guatemala está progresando… un progreso que hoy, como siempre, se basa en la venta a precio de saldo de los recursos humanos y naturales, única e inestimable riqueza real de Guatemala.
“Exportando, unidos, progresamos”, dicen. Como si la vieja (casi decrépita) receta del modelo agroexportador, portase la solución mágica para resolver unos problemas de tan largo y profundo calado como la dominación étnica, la exclusión social, la perpetua discriminación de la mujer o la permanencia de las estructuras de un estado colonial que, entre balbuceos que anuncian su final, intentan convencer a la población de los beneficios de una globalización impuesta, que se les escapa de las manos. Y lo peor es que muchas veces lo consiguen… o parecen conseguirlo.
La concesión de regalías a las transnacionales mineras es un buen ejemplo de ello. Tal vez uno de los más dramáticos. Si se le pregunta al presidente Oscar Berger, la respuesta es clara : “la inversión es un factor de progreso para el país, la minería es una fuente de riqueza y de trabajo y las empresas son las únicas capaces de sacar al país de la miseria”. En su visión cortoplacista, preñada por una profunda afinidad étnica, ideológica y de clase que le hace estar más cerca de las transnacionales que del pueblo, no es capaz de divisar los riesgos que conlleva la explotación minera. Y si es capaz de ello, afirmación extremadamente audaz cuando nos referimos a su persona, no le interesa tomarlos en cuenta… Tal vez sea por sus intereses familiares en el negocio.
Acá, la tierra no es sólo tierra : es madre, es sustento vital y espiritual, es la génesis y el fin de los pueblos y el sustento identitario de la civilización maya. Su despojo, violación, contaminación y muerte a manos de las mineras supone un delito colosal, un nuevo capítulo en la larga historia de vejaciones sufridas por un pueblo que no se acostumbra a ser esclavo, que no se resigna a abandonar su resistencia.
Y es que, la Historia parece que decidió detenerse en Guatemala : si hace 50 años fueron las compañías bananeras gringas las que borraron de un plumazo todo atisbo de democracia, ayudadas vergonzosamente por hordas castrenses de alucinados anticomunistas y acomodados terratenientes de sangre pura y blanca ; hoy, de nuevo son compañías las que se alían con sus hermanos de clase para explotar unas riquezas que no les pertenecen. Si por el camino se llevan por delante comunidades enteras, bosques, selvas o ríos, no es de su incumbencia y, además, son expertos en ello… al fin y al cabo, llevan toda una vida practicando el genocidio y el ecocidio.
El proceso de instalación de una mina a cielo abierto (las preferidas para la extracción de metales) es tan sencillo como destructivo : se identifica la montaña donde yace el mineral (es en los cerros donde se da una mayor concentración), se elimina toda presencia humana, en caso de que esta exista (bien a través de sobornos, bien a través de acciones legales, bien a través de intimidaciones, más o menos explícitas), se elimina toda forma de vida, vegetal y animal, que se desarrolle en la superficie de la montaña y, finalmente, se vuela por completo el lugar, apartando los minerales útiles de los que no lo son, conformando en las cercanías del lugar un cerro de similares magnitudes al original, compuesto ahora por los desechos de la explotación… Inútil, sin vida. Si se da la circunstancia de que el mineral codiciado es oro, hay que añadir a todo ello la utilización de cianuro y sodio para deshacer la roca y la subsiguiente y profunda contaminación de los suelos y las aguas adyacentes.
¿Qué nos deja a cambio ? Alrededor de 200 puestos de trabajo al año (por supuesto, en condiciones de explotación) y 7 millones de dólares, a lo sumo, en concepto de impuestos… en 10 años (datos estimados por el Colectivo Ecologista MadreSelva). ¡Qué barato es el precio de la vida en el mundo en que vivimos !
En la actualidad, funcionan 21 minas en Guatemala, pero descansan en las oficinas de los funcionarios patrios cientos de solicitudes (esmeradamente atendidas por el Ministerio de Energía y Minas) para la explotación, la exploración y el reconocimiento (según datos oficiales del Ministerio).
Poco a poco, vamos conociendo quién está detrás, destacándose la Glamis Gold Ltd., multinacional de capital norteamericano que ha dejado un rastro de enfermedades y destrucción ambiental en Honduras ; o la más siniestra Sandía Laboratories, vinculada al Departamento de Estado de EEUU e insigne fabricante de armas nucleares, que llega a Mesoamérica en busca del necesario uranio para sus tan lucrativos negocios.
Lo que muchas veces no es tan sencillo es desenmascarar al “bautista”, al que llega primero a preparar el camino, a nublar la vista de la razón, a deslegitimar a los movimientos de resistencia y a sembrar el odio intercomunitario. Y es que el capital no es pendejo y prefiere utilizar el consenso a la coerción (que no dudará en aplicar si es necesario). De este modo, abundan a lo largo de las áreas rurales del país las fundaciones y asociaciones (normalmente tras una máscara ecologista) que, por un lado se nutren del dinero de las mineras o de los gobiernos de los países donde tienen su sede y, por el otro, promueven proyectos de (sub)desarrollo para las familias que se avienen a prestar su vida, su tierra y su dignidad al nuevo dios que se llama mercado y se apellida muerte. ¡Sucia profesión ésta, que juega con la miseria humana, con la pobreza de las familias y con el hambre de los niños y las niñas !
Guatemala progresa, sí. Guatemala se desarrolla, es cierto. Pero tal vez cuando los que mandan despierten del sueño de la razón, los monstruos ya hayan devorado hasta el último resquicio de la vida que aún camina, rebelde y libertaria, por cada cerro y cada valle, por cada bosque y cada selva…
Par : Diego Jiménez