Artículo de opinión de Rafael Cid

El veredicto del referéndum británico de nuevo pilla de vacaciones a la izquierda canónica. Su pasividad ante esta coyuntura ha sido antológica. Y eso se ha evidenciado patéticamente en lo visto y oído en esta campaña para las elecciones del 26-J. Nada, silencio absoluto, mutis por el foro. Esa ha sido la postura de los principales partidos sobre la decisiva consulta en Gran Bretaña.

El veredicto del referéndum británico de nuevo pilla de vacaciones a la izquierda canónica. Su pasividad ante esta coyuntura ha sido antológica. Y eso se ha evidenciado patéticamente en lo visto y oído en esta campaña para las elecciones del 26-J. Nada, silencio absoluto, mutis por el foro. Esa ha sido la postura de los principales partidos sobre la decisiva consulta en Gran Bretaña. Aunque la apuesta a favor o en contra del Brexit iba a producirse solo tres días antes de los comicios, el tema estuvo prácticamente ausente de los discursos que los respectivos líderes fueron desgranando en mítines, tertulias y platós de televisión pret a porter. Era un asunto de tercera división para tan ilustres señores.

Y sin embargo, ahí está, con la clase política dormida en sus laureles. Una gente a quien siempre le ocurre lo imprevisto porque su mérito no va más allá de lo imprescindible para confiscar el voto en las urnas. Ahora esa indigencia puede pasarles factura a diestra y siniestra. De un lado, cabe que tenga alguna incidencia sobre esa cohorte de indecisos que aún no tienen decidido el color de su papeleta. Porque el 26-J se irá a votar bajo el impacto del tsunami político, económico y social que en la práctica supone el Brexit. Pero más claro parece que lo ocurrido al otro lado del Canal de la Mancha va a agravar la posibilidad de un “gobierno a la valenciana” entre PSOE y Unidos-Podemos.

Aunque en los últimos meses el “pablismo” ha difuminado sus primitivas proclamas contra la actual Unión Europea, esa huella permanece y será utilizada por determinados sectores socialistas para sabotear la convergencia por la izquierda. Echarán mano del disco duro de Podemos y del relato perverso de su coalición con una Izquierda Unida liderada por Alberto Garzón, cuyo PCE de procedencia acaba de renovar sus votos antieuropeistas y antieuro en su reciente Congreso. Por no hablar del material pirotécnico que la toma de posición de UP ante el conflicto catalán ofrece a sus adversarios en la comparativa con las consecuencias desestabilizadoras del Brexit.

Claro que si parte de la historia no estuviera ya escrita de aquella manera, Unidos Podemos podría ponderar adecuadamente los valores de su programa en favor del derecho a decidir e incluso remontar en positivo el carácter progresista de su cuestionamiento a la UE del austericidio. Pero en estos momentos, y en el fragor de la batalla, eso es hilar demasiado fino para un cuerpo electoral domado en el formato mental de los 140 caracteres, los chascarrillos de los debates en la pequeña pantalla y las melonadas vociferadas por los líderes durante la campaña. El artefacto utilizado para jibarizar votantes no incluye la función “deshacer” en su manual de instrucciones.

Hubo un momento en que la izquierda salida del activismo ciudadano y las protestas contra la Troika pudo llevar la iniciativa política y social para ser una alternativa democrática solvente. Pero esa capacidad murió cuando el gobierno radical de izquierdas de Syriza utilizó un referéndum popular votado mayoritariamente por la población en favor del Grexit para hacer todo lo contrario. Tamaño pucherazo bonapartista fue exculpado urbi et orbi por una izquierda paternalista y autoritaria que, lejos que aprender de sus errores, se limitó a achacarlo todo a un “golpe de Estado de los mercados”.

Del “no Grexit” al “sí Brexit” han un palmo. Ahora el referéndum en Gran Bretaña pasa a constituir un capital del populismo conservador que va a semillar el camino para otras formaciones nacionalistas y xenófobas que ven en esa secesión por la derecha el camino para su particular asalto al poder. El Grexit de la izquierda radical logrado por auténtica goleada popular (61,3% v.s. 38,7%) sirvió para atornillar en el poder a su promotor, el primer ministro griego Tsipras; mientras, el Brexit, alcanzado por la mínima raspada de apenas cuatro dígitos (51,9% v.s. 48,1%), ha llevado a la dimisión inmediata de Cameron.

Sería dramático que la obsesión con el sorpasso patriótico solapara el otro sorpasso sistémico que entraña el Brexit, impidiendo de paso asumirlo como el último aviso para dar un giro integral al modelo de políticas antipersonas de esta UE. Sin una catarsis de profundización democrática, 2017 puede abrir la puerta a la segunda gran recesión del siglo XXI y dejar en la antesala del gobierno a partidos de ultraderecha desde Francia a Polonia, desde Holanda a Austria, desde Dinamarca a Hungría, llevados en volandas por un ejercicio mimético de las elecciones.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid