Artículo de opinión de Rafael Cid.
Si nadie nos coacciona a la hora de votar, tenemos el gobierno que nos merecemos. Si nos afiliamos voluntariamente a un sindicato, tenemos los sindicatos que nos merecemos. Unos y otros, gobiernos y sindicatos, están ahí porque nosotros lo hemos querido. Son nuestros representantes. Esa es la tragedia que se oculta tras la cada vez más profunda involución social. Un mal que viene de abajo-arriba, sin complejos ni eximentes. Con nuestro aval.
Si nadie nos coacciona a la hora de votar, tenemos el gobierno que nos merecemos. Si nos afiliamos voluntariamente a un sindicato, tenemos los sindicatos que nos merecemos. Unos y otros, gobiernos y sindicatos, están ahí porque nosotros lo hemos querido. Son nuestros representantes. Esa es la tragedia que se oculta tras la cada vez más profunda involución social. Un mal que viene de abajo-arriba, sin complejos ni eximentes. Con nuestro aval. Y contribuyendo de paso a fomentar una cultura de sometimiento y resignación que hace innecesario a los poderosos emplear la fuerza para alcanzar sus objetivos.
Esa sería una de las explicaciones posibles de lo que acaba de suceder en la próspera Austria. Donde gracias al apoyo de una parte importante de la población, un reconocido partido xenófobo ha logrado por segunda vez entrar en el gobierno de la nación. Jibarizando eso que llaman democracia y no es sino una tómbola que se activa cada cuatro años. Una mera técnica de tanteo. Como una rifa o una quiniela. Con solo introducir en la urna una papeleta ya precocinada con el nombre del partido y los de su tribu. Sin apenas capacidad de deliberación ni menos de decisión por la ciudadanía. Pero también programados de abajo-arriba, soberanamente.
Y así proceso tras proceso electoral, nos vamos alejando cada vez más de algo que se parezca mínimamente a la verdadera política, y adoquinando el camino para que los que vengan detrás reproduzcan ese ADN de mansedumbre porque es la costumbre. La libertad de elegir y consumir contra el derecho a decidir por uno mismo y aprender de la experiencia vivida y no diferida. Lo hemos visto en el Ayuntamiento de la capital, donde la iniciativa ¡Madrid decide! , que ofrece a los ciudadanos la posibilidad de participar telemáticamente en el gobierno de la ciudad, está resultando un completo fracaso. La gente no “quiere complicarse la vida”. Ni una sola de las propuestas planteadas ha suscitado respuestas que hayan superado los 7.000 apoyos en un censo de 2,7 millones de habitantes.
Pero sería derrotista y falso atribuir toda la culpa a los representados, esos que hemos llamado “los de abajo”. En realidad los actos de abulia, la mentalidad conservadora, la cobardía y el conformismo están instigados por los actores intermedios que hemos aceptado gustosamente porque viene en el guion. Esos agentes institucionales oficialmente encargados de la gestión de lo público en nuestro propio nombre. Partidos y políticos, sindicatos y sindicalistas, y en ese orden de cosas todos los órganos de mediación a los que el hombre y la mujer de la calle entregan un cheque en blanco cada equis tiempo para que les suplanten. Sin contrato por medio y sin capacidad efectiva de reversión cuando la cruda realidad desmiente las burdas promesas hechas. Uncidos al yugo de la patraña compartida, víctima y verdugo terminan confundiéndose.
El ejemplo más indecente de esta canibalización ambiente lo tenemos en el infame y boyante tráfico de los ERE. Un chollo para los sindicatos de la concertación (CCOO y UGT) que hacen caja cobrando cantidades multimillonarias por asesorar en los despidos masivos que las empresas aprueban al amparo de la legislación laboral. En teoría emplean a sus abogados y contables para verificar las partidas de las prestaciones a pagar. Aunque en la realidad esa intermediación se convierte en un floreciente negocio para las estructuras sindicales. De manera que la teoría de “lucha de clases” se convierte en un “compadreo de clases” desde momento en que empresarios y líderes sindicales comparten botín. A más despidos, más negocio para todos.
Así se produce esa grandísima anomalía consistente en que a pesar de la crisis que ha llevado a España a ser el segundo país de la Unión Europea con mayor índice de paro y uno de los que tiene la tasa de precariedad en el trabajo más elevada, el carrusel de los ERE siga en máximos. Ahora mismo Banco Santander y Bankia están inmersos en sendos expedientes de regulación de empleo, según el cínico eufemismo al uso para camuflar lo que significa el desempleo forzado. En el primer caso afectando a 1.364 personas y en el segundo a 2.510. Una enorme clientela para el sindicalismo de amiguetes, que hace más ricos a CCOO y UGT y contribuye con la cascada de prejubilaciones anexas a empeorar aún más el futuro de la caja de pensiones.
En este sentido el expediente Bankia resulta especialmente odioso. Cuando su cúpula dirigente y las de Comisiones y Ugeté alcancen sus últimos objetivos sindicales, se consumará un atraco histórico. Porque el dinero que se utilizara para destruir esos miles de empleos y pagar generosamente a los comisionistas en las negociaciones habrá salido de los más de 16.000 millones de euros sacados a los españoles para el rescate de CajaMadrid-Bankia. Y por si fuera poco, el fortunón sindical recaerá en las mismas centrales condenadas, persona interpuesta, por el repugnante affaire de las tarjetas black. Afortunadamente aún quedan sindicatos íntegros, como CGT y CNT, que solo se financian con las cuotas de sus afiliados, se niegan a pastelear con los ERE y renuncian al maná de las subvenciones para formación.
Terminemos con un acertijo: ¿por qué casi no se informa de lo que ocurre en el macrojuicio de los ERE de Andalucía? Por eso mismo, porque se trata de un chanchullo entre la Junta, empresarios y los sindicatos CCOO y UGT para repartirse alrededor de 855 millones de euros (la barbaridad de unos 142.000 millones de las antiguas pesetas) entre amigos, familiares, conocidos y adictos a la causa. Un proceso que ha llevado al banquillo a dos presidentes de la Junta de Andalucía (además de presidentes del PSOE) y a 16 altos cargos de su gobierno por presunta prevaricación y malversación de fondos públicos desde el poder está pasando sin pena no gloria por el increíble hecho de que los responsables son “unos de los nuestros”.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid