Artículo de opinión de Rafael Cid
Syriza va en serio y por derecho. Al menos en la política de gestos. Habrá que ver sus concreciones y efectos, pero el gobierno de Alexis Tsipras no se anda por las ramas en la radical verbalización de su apuesta antiausteridad. En menos de una semana desde que llegó al poder, el ejecutivo ha empezado a cumplir su programa aprobando una primera batería de medidas destinadas a paliar las necesidades de la población más castigada por la crisis, y acto seguido su ministro de Finanzas ha denunciado a la Troika como interlocutor válido.
Syriza va en serio y por derecho. Al menos en la política de gestos. Habrá que ver sus concreciones y efectos, pero el gobierno de Alexis Tsipras no se anda por las ramas en la radical verbalización de su apuesta antiausteridad. En menos de una semana desde que llegó al poder, el ejecutivo ha empezado a cumplir su programa aprobando una primera batería de medidas destinadas a paliar las necesidades de la población más castigada por la crisis, y acto seguido su ministro de Finanzas ha denunciado a la Troika como interlocutor válido. “Grecia no reconoce a la Troika ni el acuerdo de rescate”, espetó Yanis Varufakis a un atónito presidente del Eurogrupo, anunciando así que los griegos retomaban su soberanía liquidando el severo protectorado de Bruselas y el Fondo Monetario Internacional.
Porque eso, por ponerle un titular, es lo que Syriza proclama. Por un lado, destina parte de sus magros recursos para urgencias sociales, aumentando la incertidumbre de los acreedores sobre su capacidad de pago, y por otro asume que piensa gestionar el país sin la tutela de las instituciones que hasta ahora han confeccionado el traje de su economía (FMI, CE, BCE). Suena raro, más gastos y menos financiación. Pero no lo es, si aceptamos que la política es quien debe mandar sobre la economía, que no es una ciencia lúgubre sino la utilización de recursos escasos, susceptibles de usos alternativos, para satisfacer necesidades humanas. Y precisamente Tsipras y Varufakis lo que acaban de hacer es reasignar medios y primar finalidades. La deuda puede esperar, la dignidad no.
Todo esto, que suena muy idealista, tiene un soporte estrictamente económico: se llama superavit primario. En buena parte debido a la profundidad de los recortes impuestos a Grecia en contrapartida por los rescates, el país heleno cerró el pasado año con un superávit primario (sin implicar la deuda) de 2.530 millones de euros, equivalente al 1,4% de su PIB. O sea, que en estos momentos, sus Administraciones Públicas tienen las cuentas saneadas. Ingresan más que gastan. Herencia feroz, por cierto, de Nueva Democracia, el perdedor en las últimas elecciones. De ahí la justificada arrogancia del titular de Finanzas ante el estirado representante de la Unión Europea. Grecia puede valerse por sí misma, siempre que la carga de la deuda no lastre el camino.
Lógicamente, una cosa lleva a la otra. Poner más dinero en inversiones sociales supone hacerse candidato a que la Troika cierre el grifo de los créditos. Y a eso es a lo que se ha adelantado Varufakis con su repudio del rescate, cuya última prórroga termina el próximo 28 de febrero. Una jugada no exenta de riesgos y efectos bumerán sobre todo en territorios de la Bolsa y de la solvencia de la Banca nacional, entre otros posibles agujeros negros. Pero que a la vez cuenta con precedentes en lo referido a ganar tiempo de maniobra para proceder a su reordenación sostenible, en la estela de lo que en su día hizo Islandia negándose a sufragar las fechorías de sus bankers.
Entonces, el tribunal de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC) dio la razón a Islandia frente a sus voraces acreedores (Inglaterra llegó a incluirla en la lista de países terroristas) y la propia Comisión Europea (CE), que entendía el fallo como un mal ejemplo para sus socios. Y este parece ser el camino que, mutatis mutandis, piensa recorrer ahora Grecia, dado que no existe una estricta obligación jurídica en el toma y daca de los rescates, más allá de un genérico compromiso entre gobiernos. Además, los hombres de Syriza gozan de la incuestionable autoridad moral que les da haber sufrido el “golpe de Estado encubierto” que supuso la ocultación del déficit (del 3,7% oficial al 12,7% real) por el entonces presidente de su Banco Central, Lucas Papademos. Un butrón en toda regla que luego serviría para justificar la leonina aceptación de la “operación rescate”. Conviene recordar que tras la entrada de la Troika en Grecia como ejército de salvación, Papademos fue entronizado como primer ministro sin pasar por la urnas (luego lo premiarían con la vicepresidente del BCE) y que la entidad que validó la colosal estafa contable fue Godman Sachs, en la atapa en que el actual presidente del BCE, Mario Draghi, era su máximo responsable para Europa.
Con todos estos mimbres cuenta el ejecutivo heleno para romper la unidad de acción de la Troika e intentar conversaciones bilaterales con cada uno de los miembros de la UE prestamistas. Seguramente en la convicción de que la relación de fuerzas a favor de Grecia se invierte en ese alternativo reparto de competencias. Sostiene un dicho que cuando se debe un mil millones a muchas personas el problema lo tiene el deudor, pero que si se debe a una sola persona el problema lo tiene el acreedor. Por ahí van los tiros del asalto a los cielos de Syriza. Con legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio para intentar desatar una deuda de orígenes espurios que ha tomado como rehén al pueblo griego.
Concluyamos esta nota de urgencia. El ejemplo griego es difícilmente exportable al caso español sin cambiar las reglas de juego. La deuda española si está comprometida jurídicamente. Lo hizo el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero (con el que se vio en secreto Pablo Iglesias) al llevarla a la constitución con la rectificación del artículo 135, que prima el pago de la deuda frente a cualquier otra contingencia. Otrosí: en los países sin esta espada de Damocles en su constitución, el ejemplo de Atenas puede ser seguido por los partidos de extrema derecha antieuropeos. Grupos ultras que en buena medida han logrado cotas de respaldo popular que les abren las puertas del poder. Pero eso pondría en cuestión el futuro de la UE.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid