Este mes toca hablar de ética periodística. La excusa nos la proporciona un artículo de Joaquim Roglan, colaborador del diario La Vanguardia, publicado en ese periódico el 4 de marzo pasado con el título “Los que están hartos”. El mencionado artículo, “de opinión”, intentaba de principio a fin desprestigiar a la CGT y a la lucha que sostienen los compañeros y compañeras de TMB por los dos días de descanso semanales y la recuperación del poder adquisitivo perdido en los últimos años. Y lo hacía de una forma bastante cobarde.
Vamos a comenzar con algo de teoría del periodismo. Los géneros periodísticos se agrupan en torno a dos grandes familias, que son más bien dos “polos” entre los que se encuadra cada género, según esté más cerca de uno o de otro. Estos “polos” son la información y la opinión.
La información es el periodismo mas “puro”, por así decirlo. “Alguien ha hecho algo tal día en tal sitio por tal motivo”. Datos contrastados, presentados de la forma más objetiva posible, sin entrar en valoraciones por parte del autor del texto. Los géneros de opinión son lo contrario : están más cerca de la retórica que del periodismo. Se trata de “convencer” al lector de algo que “defiendes”. En este sentido, no tienes por qué dar todos los datos, sino sólo los que apoyan tu argumentación, estructurados de la forma que mejor convenga para este fin. Aquí el autor no sólo valora, sino que incluso puede tomar partido (es una opinión). Estos géneros están más próximos a la creación literaria, mientras que la información pura es justamente lo contrario de ésta.
Pero hay una cosa que es común a las dos familias y que en ambas tiene la misma función. Nos referimos a la firma. Porque los textos periodísticos van todos firmados (excepto el editorial, entendiéndose en este caso que quien firma es el periódico). La firma, en periodismo, no encuentra su razón de ser en un afán de notoriedad por parte del autor. Constituye más bien una garantía. En un texto periodístico, quien firma es quien responde por lo que aparece en ese texto. Es decir : “Yo, que firmo estas líneas, soy el responsable de lo que en ellas puedes leer. Y si hay algún problema, a mí es a quien hay que pedir explicaciones”. La firma, para los que nos dedicamos a esto, es un acto de valentía necesario. Si queremos que el lector confíe en nuestro trabajo, si creemos que no vale todo, que hay que desarrollar esta actividad profesional de una forma ética, no podemos escondernos en el anonimato : hay que dar la cara, y cada cual debe hacerse responsable de lo que escribe, fotografía, filma o cuenta.
Pero parece que Joaquim Roglan ha descubierto un nuevo género de opinión (puesto que su texto tiene formato de tal) : uno muy curioso en el que el autor no es quien opina. Nos explicamos : todo el texto está extractado de un blog (http://buseroshartos.blogspot. com) de presuntos conductores esquiroles. Y decimos “presuntos” porque en ese blog no hay autor/es identificado/s. Nadie pone la cara. Hay tantas posibilidades de que sean conductores de autobús como de que sean cantantes de fandango o tenientes de la Legión. Así pues, en el artículo no hay ni rastro de la opinión de Roglan, aunque, presumiblemente, al dedicar todo el espacio a estos “buseros hartos” y no dar otras visiones (la de CGT, por ejemplo, al ser la atacada), podemos pensar que comparte esta postura. Estaríamos ante un caso claro de cobardía : el autor se esconde tras un entrecomillado por si hay respuesta (“no lo he dicho yo, lo han dicho ellos”, parece querernos decir).
Sospechosamente, las afirmaciones de estos “buseros hartos” están en la misma línea que las declaraciones vertidas por el Alcalde de Barcelona y por la Consejería de Transportes de la Generalitat. La línea de intentar desacreditar una lucha legítima que además está siendo apoyada por una gran parte de los usuarios y de la opinión pública. Insistimos : nos resulta sospechoso.
Pero además hay otro elemento preocupante en el artículo “de Joaquim Roglan” : en su último párrafo reproduce los números de teléfono personales facilitados por el sindicato a los medios como contacto para ampliar información, animando a los lectores a llamar para dar su opinión a CGT, “a ver que pasa”. Desde esta redacción entendemos que dicho párrafo constituye una clara incitación a los lectores del diario para que acosen a los compañeros/as. Asimismo, consideramos que estos hechos revisten claros indicios de ilegalidad, habiendo sido revelados datos privados de personas del sindicato, vulnerando así sus derechos a la intimidad y a la libertad sindical.
Pese a todo, podemos hacer una lectura positiva del asunto. Este afán de algunos por “criminalizar” a la CGT (y que ya vimos, p. ej., en el asunto de El Prat hace dos veranos) quiere decir que lo estamos haciendo bien. Si fuéramos inofensivos, no nos harían ni caso. ¿Radicales ? Sí. En la defensa de los derechos de los trabajadores, lo somos. Con la que está cayendo, no queda otra. Ni un paso atrás.