<<Somos supersticiosos. Pedimos milagros.

 Nos inventamos símbolos y con ellos vivimos>>

(Varlam Shalámov. Relatos de Kolimá)

(Lo que sigue es el texto de la charla-coloquio ofrecida en el Ateneo de Ferrol el 26 de agosto y el 4 de septiembre en la librería A Tobeira de Oza, de Coruña, para presentar el libro colectivo  homenaje a Kropotkin en el centenario de su muerte).

Si esta charla hubiera tenido lugar hace tan solo unas semanas, habría sido bastante diferente. Seguramente se centraría en glosar la figura del sabio anarquista destacando la vertiente del que se considera su trabajo más emblemático, “El Apoyo Mutuo”, en cuanto representa una posición crítica respecto a lo establecido por el eminente naturalista inglés Charles Darwin en su  ya incunable <<El Origen de las Especies>>.

Pero en ese intermedio se ha producido un hecho de tal trascendencia que, en mi modesta opinión, exige un nuevo enfoque adicional, que sirva para resaltar la actualidad del pensamiento del geógrafo y zoólogo moscovita. Me refiero al informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) elaborado por un panel de científicos de primer rango constatando que los efectos del cambio climático ya son irremediables, y que la devastación inducida permanecerá durante siglos o milenios como infausto legado generacional (la herencia recibida). Los expertos dan  por hecho que la temperatura de la tierra ha sufrido un aumento de un grado y medio desde el inicio de la era industrial, y que esa cota todavía podía suponer una previsión optimista. Una senda con tintes apocalípticos, que en los medios de comunicación ha obtenido menos atención que el famoso <<caso Messi>>.

Pero lo que me ha llevado a conjugar este acontecimiento, de impacto global como la pandemia del Covid-19 (una especie de conflagración mundial no declarada con frentes abiertos en todos los países del mundo), ha sido la genérica atribución de culpabilidad de la catástrofe medioambiental a <<los humanos>>. Se trata de una alusión que oculta lo esencial y más agravante. Porque siendo cierto que el desastre ecológico reinante es consecuencia directa de la actividad humana, lo es mucho más que ello ha sido debido a las políticas económicas aplicadas por la exclusiva competencia de los poderes establecidos. Y con esa calificación estoy señalando a todos los gobiernos que desde el aparato del Estado han impuesto y fomentado formas productivas exponencialmente incompatibles con el mantenimiento de nuestro hábitat por motivos de rentabilidad económica. En la crisis ecológica como en la crisis económica, la actitud del poder es la misma: socializar las perdidas-fracasos y privatizar ganancias-aciertos.

De ahí que colocar indiscriminadamente a <<los humanos>> en la diana del colapso climático suponga un escapismo inaceptable en un momento decisivo para el común de los mortales que, al menos, requeriría el rigor y la trasparencia necesaria para incentivar un compromiso colectivo que ayudara a rectificar lo que aún se pueda salvar. La responsabilidad de rebaño no existe. La verdadera culpa hay que endosarla al Estado (entendido como forma de organización social omnívora) y al Capitalismo (que es la ideología del modelo de economía realmente existente a nivel global). Un tándem operativo que conforma un sistema cerrado sin reemplazo visible. Hoy todos los Estados son Capitalistas de pleno derecho. Incluso los que en el pasado se proclaman <<socialistas>> o <<comunistas>>, en realidad burdas versiones de Capitalismo de Estado. Por eso son precisamente estos los que con más voracidad se han reconvertido al neoliberalismo puro y duro (la China de los dos sistemas es el paradigma: la superpotencia más contaminante de la tierra).

Todo esto lo supo ver hace muchos años uno de nuestros primeros y más consecuente ecologista, el activista medioambiental Ramón Fernández Duran, designando a este periodo depredador con el acusador nombre de <<Antropoceno>> para significar la toxicidad mórbida de la huella humana. Pero al mismo tiempo precisando la responsabilidad de esa destrucción tarifada en la exclusiva casilla de la vertical del poder. O sea, el acople entre las políticas de los Estados y las  políticas de las corporaciones hegemónicas del Capital. Al fin y al cabo, en el orden mundial establecido, las personas se limitan a cumplir un rol como trabajadores y ciudadanos, con escasa capacidad de decisión para modificar una jurisdicción en la que Estado y Capitalismo se han afirmado como  endemismos sin fecha de caducidad. Es más, dado ya los casi tres siglos de cohabitación entre Estado y Capital, y al ser este el statu quo que espera a cada persona al nacer, los recién incorporados a la sociedad asumen esta realidad como la única posible, como su estado de naturaleza, su ADN cognitivo y sensitivo. Tal es la potencia de ese imaginario distópico a dos bandas inoculado en nuestros genes, que suele hablarse de <<razón de Estado>>. El principal atributo humanista, pienso luego existo,  aplicado a un ente abstracto para justificar el comportamiento anómalo e inmoral que asegura la prevalencia del <<Ogro Filantrópico>>  como el panóptico que clona nuestro ciclo vital.

Llegados a este punto, la pregunta pertinente sería: ¿por qué y cómo hemos llegado a esta situación de teórico suicidio colectivo?, ¿cuáles son los motivos profundos que han consagrado la servidumbre voluntaria al Estado y al Capitalismo que nos troquela,  amenazando nuestra supervivencia individual y social? Y aquí es precisamente donde emerge Kropotkin y su tesis proactiva del apoyo mutuo. Pero no a palo seco, sino en tanto en cuanto lo que su cuerpo de doctrina significa como complementación de una línea de saber científico que surgió en el siglo XVII con Thomas Hobbes y el <<Leviatán>>,  y  se consolidó en el XIX con Charles Darwin y el <<El Origen de la Especies>>. Dos <<obras maestras>> que cimentaron la etapa de presunto <<progreso>> y <<desarrollo>> civilizatorio, unilateralmente economicista, que nos ha llevado hasta este siglo XXI de umbral ecocida.

Cuando <<El Apoyo Mutuo>> irrumpe en escena allá por 1902 el pebetero intelectual creyó ver en el libro un intento de refutación de <<El Origen de las Especies>>, una suerte de biblia de las ciencias de la vida aparecida en 1859, dado que la disyuntiva de Kropotkin incidía en la <<solidaridad>> como motor de la evolución frente a <<la selección natural>> considerada por Darwin como vórtice existencial. Algo que era cierto, pero solo en una parte, aunque esa faceta fuera la más celebrada y publicitada. De hecho, el ruso no planteaba una alternativa al esquema trazado por el británico, no postulaba ninguna tabla rasa. Únicamente admitía que, junto al elemento <<competitivo>>, en las especies también se daban otras pautas de tipo <<cooperativo>>, refractarias por tanto al tipo de estructura coactiva que caracteriza al Estado. Y que ambos caracteres podían catalogarse como estímulos de <<adaptación al medio>>, principio motivador del trabajo de Darwin.

Pero como ocurre a veces en la endogámica comunidad científica con seguidores que son <<más papistas que el Papa>>, su más aventajado discípulo, Thomas Henry Huxley, reinterpretó para la posteridad la esencia de <<El Origen de las Especies>> desde su ángulo más integrista. De ahí que donde Darwin había mantenido <<La naturaleza selecciona a los que se adaptan mejor al medio y pueden sobrevivir y transmitir sus peculiaridades a sus descendientes>>, en adelante se viera la encarnación científicamente probada de la <<ley del más fuerte>>. Semejante distorsión no tardaría en plasmarse en una reivindicación de la jerarquía y la pirámide social (la vertical del poder) como glosario político-gubernativo. La adaptación al medio pasaba a ser un privilegio de los más capaces, los más astutos o los más poderosos, el aval legitimador del ejercicio del poder.

Con ello, se había echado la simiente a futuros del <<darwinismo social>> que desarrollaría Herbert Spencer, y el fundamento de la desigualdad primordial como moneda de curso legal. Igual que hay altos y bajos, flacos y gordos, blancos y negros, su lógica aprueba que haya gobernantes y gobernados, mandados y mandantes, superiores e inferiores. Una cosmovisión que contaba con el acicate de otras investigaciones de calado que durante todo el siglo XVIII abundaron en la importancia del <<egoísmo>> y <<la rivalidad>> para el devenir material de la humanidad. En ese sentido hay que destacar a Bernard de Mandeville y su <<Fabula de las Abejas>> (que llevaba en el título el elocuente añadido de <<o vicios privados, beneficios públicos>>), publicado en 1705; el mucho menos sectario de <<La Riqueza de las Naciones>>, de Adam Smith, dado a conocer en 1776; y el igualmente notable <<Ensayo sobre el Principio de la Población>>, de Thomas Malthus,  de 1798, donde se alertaba de la aporía inserta en el exponencial desbordamiento demográfico en un mundo de recursos decrecientes.

En ese marco, <<El Apoyo Mutuo, un factor de la evolución>> representaba una seria anomalía, porque sus conclusiones procedían de estudios de campo realizados durante años en Siberia por Kropotkin y atentaba contra la cadena de valores oficialmente establecida. Además, con su horizontalidad colaborativa y su autonomismo emancipatorio, esas investigaciones introducían en el discurso político el gradiente ético extraviado junto al reservorio materialista y utilitarista de la sociedad industrial. Esta es la parte moral en que el polígrafo ruso (se tienen registrados más de cien escritos suyos), en su lectura de Darwin, está a la vez interpelando por elevación con Thomas Hobbes y su <<Leviatán o la materia, forma y poder de un Estado eclesiástico y civil>>. Un libro publicado en 1651 destinado a convertirse en la gran referencia sobre la invención de un ente llamado <<Estado>> destinado a tutelar el contrato social, igual que <<la mano invisible>> regula el mercado. Dinámica ciega que alcanzaría su paroxismo con la trabazón amigo-enemigo hecha por el ideólogo del nazismo Carl Schmitt.

La causa de esa bipolaridad, con el hándicap de un brinco temporal de más de dos siglos (la brecha abierta entre 1651, acta de nacimiento de <<El Leviatán>>,  y 1902, fecha de edición de <<El Apoyo Mutuo>>), radica en el hecho de la casi nula divulgación de la obra en vida de Hobbes, debido a la pertinaz censura de la iglesia, que incluso mandó destruir todos los ejemplares salidos de la imprenta bajo la acusación de <<ateísmo>>. De tal manera que no es hasta entrado el siglo XIX cuando el tratado alcanza  la repercusión y prestigio que le ha situado como uno de los pilares de la ciencia política. En ese humus autoritario, conservador y conformista de un nuevo orden basado en la jerarquía (etimológicamente <<orden sagrado>>) y el espíritu competitivo, que incita a la desconfianza y a la defensa preventiva, es donde Kropotkin introduce su transgresora opción libertaria y asociativa, favorecedora de la empatía, el respeto, el cuidado y la afinidad.

Achicamiento en el tiempo y antagonismo en las ideas. Hobbes era un pesimista antropológico que buscaba formulas ciertas para una sociedad habitable donde el <<hombre no fuera lobo para el hombre>> (aserto que toma de Plauto). Conocedor en profundidad de la historia de la Grecia antigua como traductor de Tucídides, consideraba que el fracaso de aquella primera democracia se había producido  por entregar el protagonismo político al pueblo llano, lo que según él acabó degenerando en <<anarquía>>. De ahí que la única forma para superar una existencia que definía <<solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta>>, fuera, en su percepción, darse un <<ser superior>> capaz de armonizar todas las voluntades en conflicto: <<El Leviatán>, en cuya imagen iconográfica se muestra como un gigante coronado, parecido a un Gulliver. Con una espada en la mano derecha y en la izquierda un báculo con un cuerpo integrado por millones de minúsculos sujetos, y presidiéndolo todo la leyenda <<No existe ningún poder sobre la tierra que pueda comparársele>>. El principio monárquico que entrañaba el diseño de Hobbes, delegando la autonomía personal en un árbitro común,  implicaba ceder libertad por seguridad y se llamaba Estado. Concepto que a principios del siglo XX el sociólogo Max Weber definiría como <<Aquella comunidad humana que dentro de un determinado territorio reclama para sí el uso de la violencia física legítima>>.

En las antípodas, Kropotkin, con el crédito que le proporcionaba haber explorado otra dimensión frente a la genética competitiva de Darwin, veía en la anarquía, entendida como auto-realización, el camino más eficiente y próspero para una vida social plena sin renuncias ni mutilaciones. En el extenso artículo escrito en 1911 para la prestigiosa Enciclopedia Británica explicó con todo lujo de detalles cuál era la concepción del <<anarquismo>> que profesaba. También que todos los regímenes existentes basados en la dominación de una élite predestinada a mandar sobre la mayoría de la población, reflejo voluntarista de la adaptación al medio, despojaba a la gente de los valores de libertad y dignidad que le son innatos. El factor humano, en Kropotkin, se refuerza con el apoyo mutuo y la experiencia vital sin delegación ni representación suplantadora. Elemento civilizatorio autosuficiente, ajeno a la pirámide disciplinaria, siguiendo la pauta de la democracia directa, sin  la prótesis del Estado, que caracterizó a la era de Pericles y sus magníficos logros. Aquí, y de nuevo frente a Hobbes, el autor del <<El Apoyo Mutuo>> recuerda en la lejanía a Hesiodo, quien en <<Los Trabajos y los Días>> narraba la decadencia de la humanidad desde una primitiva y adanista edad de oro en deriva hacia otras etapas peores, más lúgubres e infelices. Porque para el estudioso griego que pasa por ser precursor de la historiografía <<cualquier tiempo pasado fue mejor>>.

Cabe recordar que los años de apogeo del primer industrialismo concitaron una reacción entre los obreros más concienciados  que podría interpretarse como una confirmación ex ante de lo que iba a suponer a nivel científico <<El Apoyo Mutuo>>. En este sentido es revelador que al fundarse en 1864 en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) se constituyera sobre un programa donde primaba la independencia, la libertad de acción y la solidaridad. Valores que quedaron grabados en lemas como <<la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos>> y <<no más deberes sin derechos ni más derechos sin deberes>>. Proclamas, en fin, que incidían en la raíz del problema secular planteado por Hobbes y relanzado por Darwin, frente a Kropotkin. A saber, que no existe libertad sin responsabilidad, y que el modo de vida convencional dictado desde el Estado y el Capital instando a las personas (trabajadores y ciudadanos) a desentenderse, delegando sus atribuciones en <<representantes>> o <<agentes sociales>>, es un camino de servidumbre. La Comuna París de 1871 fue su expresión más vigorosa en la praxis. Luego, la impronta autogestionaria de la AIT se malogró al considerar algunos que la mejor forma de adaptarse al medio era el asalto al poder del Estado mediante una dictadura del proletariado, y la transmisión del conocimiento alternativo en lo sucesivo basculó de lo autoritario a lo totalitario.  Los lager de exterminio nazis estaban presididos por un cartel que rezaba <<El trabajo os hará libres>>, mientras en el gulag estaliniano la divisa era <<Honor y gloria al trabajo, ejemplo de entrega y heroísmo>>. Un brillante economista y destacado sociólogo, Cornelius Castoriadis, analizó esta regresión como una ruptura epistemológica al sostener que haciendo de la economía el factor determinante de la historia, Marx contribuyó a inculcar en la población en general el espíritu del capitalismo.

Cuando se asimila el <<yo soy solo un mandado>>  se está cancelando la propia autonomía de la voluntad. Sin estímulos la mente tiende al mínimo esfuerzo y el cuerpo se apoltrona. Un distanciamiento social que, en momentos clave, como los actuales de emergencia  climática y sanitaria, convierte en oídos sordos las cínicas apelaciones a la responsabilidad de todos. Queda ese otro hallazgo del idioma que entraña la palabra <<desentenderse>>, es decir, no querer entender, meter la cabeza debajo del ala para no complicarse la vida, no meterse en líos ajenos, distancia social. Y lejos de urgir una rectificación, afirmando valores democráticos, desde los poderes fácticos se confisca todo que podría servir a la sociedad civil para rearmarse éticamente. Como muestra pondré lo que viene ocurriendo con actividades de tradicional estirpe solidaria, como la lucha contra los incendios y el salvamento marítimo, ambas históricamente ligadas a la <<protección civil>>, que se han militarizado (la UME es su exponente más conocido) para hacer más imprescindible y asimilable el absolutismo del Estado y del Capital, con evidente merma de la autoestima. O ese monumento al esperpento gubernamental  que supuso convertir la información del Covid-19 durante la primera ola en una especie de tribuna para partes de guerra. Eran los máximos jefes de la Policía, la Guardia Civil y el Ejército quienes, impasible el ademán, llevaban la batuta de lo que se bautizó como Operación Balmis. Extravagante escenificación en la que el único representante de la Sanidad pública, el epidemiólogo Fernando Simón, figuraba como disciplinado telonero.

En Galiza, desde donde hablamos, tenemos ejemplos vernáculos a diestra y siniestra de este trasiego. Por un lado, y como exponente del apareamiento entre el Estado tipo Leviatán (a la vez civil y eclesiástico) y el Capitalismo de bienes raíces, encontramos el régimen caciquil, que va más lejos de las relaciones de producción para impregnar todas las relaciones personales y sociales. En sentido contrario destacan el apoyo mutuo que practican aldeas y paisanos en el mundo rural poniendo en común esfuerzos y recursos en las labores agrícolas, y los gestos de altruismo de miles de familias acogiendo todos los años a niños saharauis y de Chernóbil. Esto último, mientras el Estado deporta en masa a menores marroquíes no acompañados vulnerando su propia legalidad.

El legado de Kropotkin no es una pieza de anticuario. En el plano científico, el último 24 de agosto, el diario La Voz de Galicia publicaba una entrevista con Marcos Martiñón, un arqueólogo que dirige un equipo de la universidad de Cambridge dedicado a estudiar <<si los castreños carecían de jerarquías>>, dentro de los grupos humanos sin estructura de poder y con un fuerte desarrollo tecnológico. <<La capacidad  humana para cooperar y los mecanismos que la incentivan, es un  tema fascinante que no se ha estudiado en profundidad y que hoy tiene mucha importancia>>, reconocía el investigador, destacando la importancia crucial de un nuevo vínculo con la naturaleza para la habitabilidad del planeta y el porvenir de las próximas generaciones. Aseguran que con la virtud (léase cualidades morales) pasa como con la memoria: que si no se ejercita se pierde.

Y si de lo doméstico pasamos a lo universal tenemos a las multinacionales farmacéuticas suministrando a la humanidad las vacunas contra el Covid-19, y a todos los Estados del planeta convertidos  en sus clientes pedigüeños. Y ya puestos en esta dinámica ahí está el hombre más rico del mundo, el dueño de Amazon, patrocinando el primer tour a la estratosfera para explotar comercialmente el espacio exterior. El <<no existe ningún poder en la tierra que pueda comparársele>>, que rubricada la primera edición de <<El Leviatán>>, ya no rige. Estado y Capital han evolucionado: de emparejados a franquiciados. Se solapan.

El reciente ultimátum climático de la ONU supone un punto de no retorno y emplaza a la humanidad a una revisión en profundidad del modelo hegemónico. Una adaptación al medio que la abrasiva simbiosis Estado-Capitalismo ha convertido en realidad en un sistema de explotación sin límites. En vez de adaptarse al medio lo someten a sus intereses. La adaptación al medio vía modelo competitivo, como pensamiento único cortoplacista, es disgregadora y excluyente, fomenta el individualismo egoísta, resta y divide. Por el contrario, la adaptación al medio a través de la cooperación es integradora e inclusiva, suma y multiplica, y favorece el zoon politikon aristotélico, lo social que anida en los animales humanos. Ante el tenebroso consenso terraplanista  de las instituciones no queda más salida que el respeto, la conservación y la solidaridad en cuanto a nuestra relación con el entorno natural, según la inspiración de Kropotkin en <<El Apoyo Mutuo, un facto de la evolución>>.

Después de todo lo expuesto, debo concluir, por si alguien hubiera sacado la impresión contraria, que la partida la sigue ganando Hobbes, con la excusa de Darwin.

Es todo

Muchas gracias por su atención.

(Nota. Una versión reducida de este texto se ha publicado en el número de Septiembre de Rojo y Negro)

 


Fuente: Rafael Cid