Olvidados por la mayoría de los políticos, ignorados por casi todos los medios de comunicación, despreciados por buena parte de la sociedad, insultados y amenazados por los que han hecho del maltrato de seres vivos su código moral y su fuente de ingresos… ¿De verdad que tal y como algunos insinúan todavía hay quien cree que ser animalista es un dulce caramelito?
Por dinero no es, aquellos que quieren llenarse los bolsillos o al menos subsistir gracias a los animales se dedican a explotarlos sin miramientos y nunca a defenderlos. Por prestigio social tampoco, no en un País donde los toreros son héroes, los cortesanos con ganas de medrar se van de caza con el Rey, banqueros, grandes empresarios o ministros, y en el que un abrigo de pieles es sinónimo de glamour.
Por dinero no es, aquellos que quieren llenarse los bolsillos o al menos subsistir gracias a los animales se dedican a explotarlos sin miramientos y nunca a defenderlos. Por prestigio social tampoco, no en un País donde los toreros son héroes, los cortesanos con ganas de medrar se van de caza con el Rey, banqueros, grandes empresarios o ministros, y en el que un abrigo de pieles es sinónimo de glamour. Ni por moda, no es una apuesta por la mejor imagen social que te acusen de sectario, lunático o perroflauta cuando no de antisistema, o que tus actividades dentro y fuera de las redes sociales sean controladas como eterno sospechoso. Ni es porque los que proteges te vayan a hacer un homenaje, los animales desconocen tanto el nombre de quienes los matan como de quienes tratan de salvarlos. Sólo saben que quieren vivir. Como tú, como yo, como cualquiera.
Entonces, ¿qué hay detrás del activismo por los animales? La decisión tiene un origen común: la información, que en algunos casos conduce a la reflexión y de ahí a veces, no muchas, a la adquisición de un compromiso. Cuando la reflexión surte efecto se acompaña de incredulidad, rabia y dolor, sentimientos que si bien dañan son absolutamente necesarios para dar el siguiente paso: hacerse con determinación imprescindible para actuar, con el valor indispensable para afrontar las consecuencias, con la fortaleza necesaria para no rendirse ante los fracasos, para asumir la incomprensión de propios y extraños, para soportar los ataques y para convivir con las terribles heridas que se abren al adentrarse en el infierno perpetuo donde se abrasan los animales.
Llegados a este punto es fácil entender que las miserias humanas: brutalidad, cinismo, falsa compasión, chulería, amenazas u ofertas no funcionan casi nunca en el animalismo, y eso es lo que más les turba a quienes están tan acostumbrados a hacer de la violencia, del egoísmo o de la codicia sus patrones de conducta y una moneda de cambio. Por eso y después de haber sido como muchos otros involucrados en esta causa diana de continuas agresiones, puedo asegurar que cada una de ellas lo único que logra es reafirmarme en mis objetivos, porque al sufrimiento real de los animales, a las razones mezquinas que lo amparan y a la indiferencia social ante un drama con millones de muertos cada día, se suma la convicción de que quienes emplean estrategias tan ruines para que nada de eso cambie no merecen el menor resquicio de impunidad, ni un solo ramalazo de comprensión, ni una frase de complicidad, ni un minuto de descanso. Y no se lo daremos, claro que no lo haremos, porque ellos tampoco les dan tregua a los animales a los que han condenado sólo porque son de otra especie.
No, ser animalista no es un caramelito para el paladar, pero sí alimenta de ética la conciencia, aunque muchos prefieran seguir viviendo en la hambruna moral.
Julio Ortega Fraile
@JOrtegaFr
Delegado de LIBERA! en Pontevedra
www.findelmaltratoanimal.blogspot.com
Fuente: Julio Ortega Fraile