Cuatro víctimas de ’mobbing’ narran un calvario laboral que ha dejado marcadas sus vidas y reclaman una legislación específica sobre este asunto Piden a los afectados que se animen a denunciar en los tribunales
Son la punta de un iceberg que ha afectado a su línea de flotación vital. Cuatro testimonios de víctimas cacereñas de mobbing , un anglicismo que identifica el acoso moral en el trabajo. Este término procede del verbo to mob (asaltar o acosar) y que puede traducirse como acoso u hostigamiento.
Según los expertos, el objetivo de los acosadores —mobbers — es claro : terminar con la dignidad de sus víctimas mediante un proceso denominado psicoterror que fue estudiado durante una década en varios grupos profesionales por el psicólogo sueco Heinz Leymann. La diferencia, explican los especialistas, entre una simple acción hostil hacia el trabajador y un proceso consumado de mobbing es la duración del acoso, la repetición y la relación asimétrica de poder que existe entre el agresor y la víctima.
Jesús Manuel García Menéndez, funcionario desde 1989, puede dar fe de ello. Reconoce que fue víctima de acoso laboral durante 10 meses por parte de sus superiores. Su calvario empezó cuando le cambiaron de puesto. «Me sobrecargaron de trabajo hasta que estallé a los seis meses. Mi jefe me tachó de lento, inepto y cobarde por no haber pedido perdón a mis compañeros». Desde entonces, afirma, fue objeto de «un aislamiento generalizado» que le llevó al médico por la tensión nerviosa que sufría a diario y, posteriormente, a estar dos meses de baja por «un transtorno ansioso depresivo derivado de mis problemas laborales».
Persecución personal
Jesús Manuel García explica que el mobbing tiene como fin hundir a la víctima : «Es un sistema paralelo al legal. Los acosadores lo hacen psicológicamente y de manera solapada».
La inexistencia de una regulación específica sobre el acoso laboral en las leyes españolas se convierte en uno de los obstáculos con los que chocan los afectados. «La víctima es la que carga con la prueba y la que tiene que demostrar», señala Jesús Manuel García, al que un traslado le salvó de un naufragio seguro.
Peor suerte tuvo la florista María José Moreno. Empleada de un tanatorio, afirma que los problemas surgieron cuando denunció ante sus jefes las agresiones físicas que sufría por parte de un compañero. «Empecé a sentir miedo, cada día más miedo. No me tenía en pie», recuerda. María José se arrepiente ahora de no haber denunciado y justifica aquella decisión porque tenía que mantener ella sola a sus dos hijos. Su calvario duró cinco años tras pasar más de un año y medio de baja y de que un tribunal médico reconociera su enfermedad como un accidente laboral. Lleva en tratamiento psicológico desde el 2001 y reconoce que su vida ha cambiado. «No soy ni mi sombra. Me daba vergüenza salir a la calle. Tenía una gran sentimiento de culpa y dejé de ser luchadora», afirma. Su intención ahora es llegar a la vía penal para que la justicia reconozca que sufrió mobbing .
Las secuelas del acoso también fueron evidentes en el caso de María José Alpénderez, empleada laboral fija en una institución. Todavía está de baja y, aunque tuvo el apoyo de sus compañeros, asegura que se está curando aunque tiene «recaídas». Está siendo tratada por un psicólogo y un psiquiatra.
Su experiencia como víctima de acoso laboral la ha dejado marcada. «Fue una persecución hacia mí por haber defendido a mis compañeros. Me cayeron cuatro expedientes seguidos por minucias», recuerda. Siguió trabajando pero el médico le aconsejó que se diera de baja. «Soporté el machaque de ser ignorada más de un año y medio», una situación que le pasó factura físicamente.
Luego comenzó una batalla judicial en la que solicitó sin éxito el despido por acoso moral en el trabajo. Recurrió la sentencia que un juez dio por firme en octubre del 2003. «Me dijo que la razón y la justicia no siempre van de la mano».
María José piensa ahora que se equivocó al no darse de baja cuando empezó a sentir el acoso y pide a los que sufran esta misma situación que denuncien : «Que no tengan miedo y no se sientan culpables», afirma mientras aboga porque se legisle sobre el mobbing , al igual que ha ocurrido con la violencia de género.
En esa situación se encuentra ahora Pilar Acedo, pinche de cocina en un centro sanitario. Piensa denunciar a su acosador «porque ahora mismo está haciéndole lo mismo a mi hermana». En febrero pasado cumplió un año de baja y dispone de una prórroga hasta mayo. «El acoso laboral se materializaba en negarme mis derechos. Soy hipertensa y empecé a tener hemorragias vaginales y mucha ansiedad». Tras varias idas y venidas, decidió no volver a su puesto de trabajo y sigue necesitando atención médica.
CARLOS ORTIZ
El Periodico de Extremadura