Aceptar la muerte es vivir la vida. Para morir como ha muerto Ramón, hay que haber vivido antes.
- Dignidad.
- Libertad.
- Rabia.
- Lucha.
- Esperanza.
- Cooperación.
- Tesón y esfuerzo.
- Comunidad.
- Amor.
Todos son sinónimos de vida. Todas son prácticas de Ramón.
Aceptar la muerte es vivir la vida. Para morir como ha muerto Ramón, hay que haber vivido antes.
- Dignidad.
- Libertad.
- Rabia.
- Lucha.
- Esperanza.
- Cooperación.
- Tesón y esfuerzo.
- Comunidad.
- Amor.
Todos son sinónimos de vida. Todas son prácticas de Ramón.
una burbuja financiera o, con más altos vuelos, al capitalismo?,
¿cuántas una valoración esperanzadora del devenir de los movimientos
sociales o antisistema, como le gusta decir? Con ello Ramón nos ha
estado contagiando de su apuesta por la vida.
El capitalismo es la muerte violadora de lo vital. Los movimientos
sociales queremos ser la lucha por la vida, la esperanza en devolver a
la muerte a su sano lugar, al motor del cambio en el fluir de la
existencia.
Movimientos sociales versus capitalismo es la diferencia entre el bien vivir y bien morir, y la mala vida.
¡Que la muerte violadora, la mala muerte, no contamine la vida! La
muerte en forma del neoliberalismo ecocida y genocida. La muerte
disfrazada de patriarcado. La muerte de las falsas independencias y
purismos imposibles. La muerte que trae el totalitarismo. La mala muerte
de Bruselas y Wall-Street, de las bombas que caen sobre un planeta de
metrópolis en crisis.
Vivir como Ramón es hacer crecer la vida, aunque nos vaya la salud en
ello. Vivir es interrelacionar lo diverso que lucha contra la muerte
violadora, contra la OTAN, contra la Unión Europea, contra el
Fondo Monetario Internacional, contra el individualismo estúpido…
Ramón nos ha enseñado a muchos a dialogar en asamblea, a primar los
procesos y los grupos humanos, sin olvidar las ideas y la acción; a
construir poder compartido, emancipatorio. A crear un mundo donde quepan
muchos mundos.
Cuando Ramón se retiró del primer plano del tejido de redes de vida
con hebras de nuestra diversidad, se quedó fregando platos, haciendo
turnos de barra, pegando carteles, y cocinando lentejas o pesto (¿solo
comen eso en Barquillo?). O desentrañando la complejidad del poder a sus
compas al aroma de una taza de té. Y, claro, escribiendo mapas para
transformar la realidad. Así, no solo nos lanza sus ideas como faros en
la niebla, sino que nos preña de su coherencia viva.
La vida habita entre límites. Vivir es ver, como él nos enseña, los
límites del crecimiento y la acumulación. También los límites del poder
opresor. Y aceptar los límites colectivamente e individualmente es ser
más libres, más dignas.
Vivir es celebrar la vida con la vida: con Ana; con esa familia de la
que, lo que más sabemos, es que se quiere mucho; y con esa otra familia
incompleta, diversa, inconforme, rebelde e imperfecta de la que forma
parte, los movimientos sociales. Y celebraciones ha habido y habrá
muchas. Unas pausaditas alrededor de una mesa de madera, otras con una
pata de jamón y, las más, en Barquillo, Pelegrina, La Dragona, La
Maloca, San Blas o Lavapiés. Porque vivir con sencilla alegría también
es desafiar al poder. Y Ramón es alegría.
La vida solo es vida cuando es libre, pero libre en interdependencia, no en ilusoria independencia.
La vida rabiosa que no se conforma.
Vida es sinónimo de evolución, de cambio sin fin, de transitar por el
pacifismo, la autonomía y el feminismo. De hacer camino por el
urbanismo, la okupación o la antiglobalización. Hasta amalgamar todo
ello en una suerte de ecologismo social que a muchas nos gusta llamar
ecorramonismo.
Y vida es riesgo y compromiso. Es dejar la seguridad funcionarial por
la red, incierta a ratos, de los vínculos en una sociedad precaria. Es
llevar el discurso pacifista también aquí, a nuestro particular
conflicto vasco. Es no moverse cuando lo que toca es mantener la
posición. Es ser insobornable ante el monocultivo agrotóxico del
pensamiento único.
Y ahora que su vida ha llegado al final, Ramón nos ha hecho sus
últimos regalos: un libro-brújula en la noche que nos acecha; el de
poder mostrarle nuestro amor antes de que él ya no lo pudiera recibir; y
sobre todo, el de enseñarnos cómo llevar la vida hasta la muerte.