Artículo publicado en Rojo y Negro nº 389 mayo.

Sin el deseo de ser alarmista, las cifras de consumo de alcohol y drogas que se publican en los distintos estudios epidemiológicos llaman la atención sobre la magnitud del problema. En este artículo se hace referencia a la relación existente entre la adolescencia —etapa de la vida considerada por algunos especialistas como patológica en sí misma— y el inicio en el contacto con el alcohol, el tabaco y otras drogas. En el caso del alcohol se afirma que el 73,9 % de las adolescentes lo han consumido y en lo que se refiere al tabaco el 38,2% —sobre el cannabis se da la cifra de un 28,6%, del éxtasis 3,1%, de la cocaína 2,7% y de los alucinógenos 1,7%—. Si consideramos que el alcohol y el tabaco suelen consumirse al comienzo de una hipotética escalada hacia las drogas denominadas duras, no queda más remedio que detenernos a reflexionar sobre las consecuencias de este uso poco saludable y peligroso.

En estudios recientes se ha tratado de averiguar la influencia que pudiera existir entre el estrés y el consumo de drogas en esta importante etapa del desarrollo. Desde los años sesenta se ha reconocido al estrés como un factor presente en conductas de riesgo relacionadas con el abuso de sustancias. Ni que decir tiene que la adolescencia está cargada de vivencias de alta intensidad que provocan ansiedad: cambios corporales de origen hormonal, despertar de la sexualidad, desarrollo de la identidad individual y, por supuesto, el aumento de la exigencia académica y social en cuanto a responsabilidad se refiere. En este contexto autoevaluativo, una visión poco halagüeña sobre el futuro a corto y medio plazo, fracaso escolar y expectativas laborales incluidas, ponen en dificultad el desarrollo de una autonomía material y psicológica imprescindible.

¿Estos cambios mencionados pueden conducir al consumo de drogas?
La respuesta no es concluyente, pero sí podemos afirmar que generan una vulnerabilidad propicia para su tolerancia. El uso de sustancias peligrosas para la salud puede aliviar la presencia de ansiedad y depresión y facilitar la adaptación en el grupo de edad. Desde luego, es una forma inadecuada de manejar los eventos estresantes pero asequible y, a corto plazo, satisfactoria. En cualquier caso, en la adolescencia, sus protagonistas, hombres y mujeres, tienen que aprender a vivir con la posibilidad de las drogas en sus espacios de ocio; esto quiere decir que tendrían que tener clara una posición sobre la utilización o no de tal posibilidad. Adquirir estas habilidades tendría que ser prioritario durante su proceso de socialización, fundamentalmente dentro del grupo familiar y del ámbito escolar, teniendo siempre presente la baja percepción que tiene la sociedad sobre el riesgo para la salud que suponen las drogas legales (alcohol y tabaco) y las denominadas drogas blandas. De hecho, el consumo de estas sustancias está asumido por gran parte de la población. La facilidad para acceder a ellas, asociada a los factores de riesgo, acrecienta su uso y abuso.

Intervención
Ante tal hecho, resulta evidente que la prevención tendría que ir encaminada a capacitar a la adolescente para afrontar estos factores de riesgo de una manera solvente —en un sentido constructivo— protegiendo su salud y evitando de paso las consecuencias que el contacto con sustancias adictivas, sean legales o ilegales, le acarreará a medio plazo. También, se debería detectar a las personas más vulnerables, psicológicamente hablando, para intervenir sobre ellas antes de que se produzca el contacto con «sustancias» paliativas de su malestar.
A este nivel, sería interesante, por no decir imprescindible, empezar a trabajar con los niños y niñas preparándolas no sólo para los cambios biológicos que les esperan en breve sino también para rechazar los consumos dominantes en la sociedad: alimentación basura, exceso de horas ante las pantallas, compras compulsivas y consumo de alcohol, tabaco y otras drogas. Estos planteamientos parecen obvios, pero en muchas ocasiones suelen entrar en contradicción con las conductas que se observan en los adultos. Con atrevimiento se podría decir que vivimos en una sociedad «adicta» y que la gente más joven no hace más que imitar los comportamientos de sus mayores.

¿Qué estrategias concretas habría que poner en marcha?
Como ya se ha dicho, primero habría que explicar a las personas adolescentes lo que significa la etapa por la que están pasando, su causalidad biológica y la metamorfosis psicológica que en ella se produce. En ese contexto psicoeducativo, les reforzaríamos la autoestima, les entrenaríamos en el desarrollo de un pensamiento crítico que les capacitara para decir «no» a las ofertas «lúdicas» que les van a salir al paso cuando llegara el momento. Hay que enseñarles, además, que esa sensación de «grandiosidad» personal que les va a dominar durante un tiempo es provisional, que no son inmunes, ni inmortales, que sus acciones tienen consecuencias y son responsables de las mismas. Podríamos hacerles ver, también, que el hecho de ser adolescente no es una categoría especial que merezca privilegios especiales: es simplemente una edad, un período evolutivo temporal que pasa sin más.
A los padres y educadores tendríamos que explicarles esto paralelamente. Habría que decirles que los chicos y chicas actúan así, en parte, porque su biología les impulsa a ello, pero también porque son el resultado de una sociedad cuyos valores se fundamentan en el «consumo» y en la satisfacción inmediata de los deseos.
En resumen, hacer prevención sobre el consumo de drogas en una etapa tan difícil como es la adolescencia supone preparar a nuestros hijos e hijas para una edad que no van a comprender hasta que haya pasado y, sobre todo, para afrontar un modelo de vida que a los adultos nos hace enfermar debido al estrés y a la falta de realización personal a que nos somete.

Ángel E. Lejarriaga


Fuente: Rojo y Negro